Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
A orillas del río Magdalena, a tres horas de Medellín y a cero minutos de sí mismo, está Puerto Berrío; calor de 34º, barcos de vapor y festivales del Retorno, la Ecología y la Cometa; colores y atardeceres llenos de historia, locomotoras, cuatro corregimientos y el Puente Monumental. En el Magdalena Medio Antioqueño, en este municipio de 42.000 habitantes y una extensión de 1.184 kilómetros cuadrados, se cruzan la música y la magia, las atarrayas y los ecos del dolor… de tanto trópico y de tanta violencia, lo nuestro ha sido aprender a bailar y a respirar entre la euforia y las tormentas.
Antes le decían “Remolino Grande”, y otros lo conocían como “El corazón de Colombia”. El nombre es perfecto: el corazón de un país queda donde la gente es capaz de recorrer los surcos que gota a chorro abrió la guerra, y sembrar en ellos guacamayos y ceibas amarillas, ciruelos, anturios y totumos. El corazón de un país queda donde las promesas de reconciliación se transforman en hechos de paz, y la gente comprende que el rencor es el peor negocio que pueden hacer las emociones.
El jueves 28 de junio en el Corazón de Colombia, Pastor Alape, firmante de paz, inscribió en la Registraduría Municipal su candidatura a la alcaldía. Él, excomandante del bloque del Magdalena Medio de las extintas FARC, se ha dedicado desde la firma del Acuerdo del Teatro Colón entre Juan Manuel Santos y la guerrilla más antigua de América, a trabajar por la reincorporación de más de 13.000 excombatientes; se ha reunido con víctimas, pueblos y familias que sufrieron la violencia de las FARC y, cara a cara y en sus territorios, les ha pedido perdón. Con palas y palabras, con rituales, lágrimas y azadones, ha estado al lado de las víctimas tejiendo encuentros de paz. He asistido a algunas de sus audiencias en la JEP y lo he sentido genuinamente triste y valiente, con la mirada y la voz quebradas, reconociendo su responsabilidad en la tragedia.
Nunca olvidaré la primera conversación que tuve con Pastor: acababa de nacer su primer nieto de la paz, y de repente el guerrero que tanto había visto en las noticias, se convirtió en un abuelo dueño de una ternura infinita. Y así empezamos a hablar y a reconocernos…
Estoy hastiada de la guerra, no he caído en el “catastrofismo” de moda, y espero que algún día seamos capaces de reconocer los errores. ¡Cuántos colombianos que han ordenado o cometido actos violentos, que han empuñado o financiado armas, que han sido cómplices de torturas y desapariciones, siguen caminando sobre alfombras abullonadas de sangre, corrupción y tiranía, y ni por un segundo han pedido perdón! Pastor vivió, sufrió y ejerció la guerra, y desde el 2016 ha expresado en todos los tonos y hechos posibles, que las armas fueron y serán un error y un horror a los que jamás regresará.
Me consta el compromiso de Pastor con la paz de Colombia, y por eso dije en Twitter que si yo viviera en Puerto Berrío votaría por él. Los “impolutos” bodegueros, los cobardes fantasmas sistematizados, aparecieron con su amalgama de rabia y temor. Como tengo claro que me ofendería mucho más ser incoherente que ser insultada, reafirmo lo que dije, y confío en que los electores respalden la bandera de la reconciliación.
Punto. Solidaridad total con Sergio Jaramillo, Héctor Abad Faciolince, Catalina Gómez, Victoria Amelina y las miles de personas a quienes la estúpida crueldad de la invasión rusa a Ucrania les ha causado heridas en el cuerpo y en el alma. Testigos de un tirano que invade y de un pueblo que resiste; un dolor valiente, lleno de cicatrices.