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Sábado, 10 am. El senador Iván Cepeda y el politólogo Otty Patiño presiden una sesión convocada por Defendamos La Paz y suscriptores fundadores de la revista Cambio.
Con espíritu conciliador y vocación de paz, utilizan cada palabra como filigrana, para cumplir -además de todo- un papel “antipolarizador”.
“Todo proceso de paz arranca por algo que luego se vuelve invisible, y son los cimientos”, dice Otty Patiño, ex militante del M-19 y hoy jefe del equipo negociador del gobierno. Por eso estas primeras etapas toman tiempo y parecería no haber grandes logros para mostrar.
Iván Cepeda, jefe de la comisión de Paz del Congreso y la cabeza más visible que ha tenido Colombia en la defensa de los derechos humanos, insiste en la paz-ciencia, la ciencia de la paz. Eso no le impide reconocer con sensatez y humildad -propias de él y poco habituales en las alturas- que es urgente intensificar esfuerzos para garantizar la implementación total del Acuerdo del Teatro Colón y proteger la vida de los excombatientes.
Claro, él sabe que es difícil tener paciencia cuando a los firmantes de las extintas Farc les han arrebatado a 360 de los suyos, los líderes sociales siguen siendo asesinados y los grupos armados cercan y violentan comunidades. Es difícil la paciencia cuando más de 200 familias que suscribieron la paz deben abandonar un territorio por amenazas contra su vida, y luego de seis años ni siquiera tienen un lote que les pertenezca. Pero con más de medio siglo desangrándonos, lo único sensato es apoyar el diálogo con el Eln, como apoyamos el proceso de paz con las extintas Farc.
Se vale discrepar; pero siento que no acompañar los procesos de paz sería firmar un pacto con el pesimismo, un suicidio social y político.
Como bien lo plantea nuestra vicepresidenta, dialogar implica intentar comprender al otro, y sin renunciar a las propias angustias, reconocer el sufrimiento del oponente. Las esperanzas y la vida de los contrarios también valen y merecen ser respetadas y comprendidas.
No es fácil construir una visión común de paz y nación, cuando la paz ha sido esquiva y la nación se nos fragmenta entre las manos. Un diálogo incluyente por la paz pasa por aprender a no descalificar, archivar la prepotencia y desempolvar la humildad; pasa por reconocer y agradecer que hoy no estaríamos aquí si no se hubiera firmado el Acuerdo del Teatro Colón. El diálogo implica relaciones humanas de quienes hemos considerado adversarios, y respeto a la democracia participativa y representativa, porque la una sin la otra no tendría suficiente músculo político.
“Es necesario un acuerdo nacional y es una invitación, no es un axioma”, dice Iván Cepeda; así, de esa dimensión es el desafío.
Solo una alianza político-social de todas las fuerzas vivas de la nación podrá sostener e impulsar el acuerdo al que se llegue con el Eln. Concertar, pactar y cumplir, verbos que debemos aprender a conjugar no por intimidación ni debilidad, sino por grandeza y valor. Si esa alianza se construye desde el corazón y la razón, con una estructura a prueba de caudillos y narcisismos, se podrá deslegitimar el poder de las armas, se volverán inútiles -como dice Otty Patiño- y el lenguaje nacional no será el de las balas si no el de las palabras que faciliten procesos de convivencia y reconciliación.
El trámite pacífico de los conflictos y el desprestigio de las armas, el alivio humanitario y la transformación de la sociedad, harán funcionar la rueda dentada de un país en paz. Ni fácil ni imposible. Es lo que hay, y es infinitamente mejor que asfixiarnos bajo el blackout de la desesperanza.