Olvidar a los muertos que ha dejado la violencia es matarlos dos veces; quitarles su derecho a caminar por la memoria y condenarnos a cometer los mismos horrores. No pudimos salvarles la vida; podemos salvar su recuerdo.
El olvido es una agresión crónica y pasiva contra las víctimas; y la memoria -ese mar infinito y profundo- tiene que ser patrimonio de la gente. Por eso es tan valioso el trabajo propuesto por don Gustavo, papá de Trípido, un joven grafitero asesinado por un policía. La Alta Consejería para los Derechos de las Víctimas, la Paz y la Reconciliación, IDARTES y el Centro de Memoria han acompañado y liderado el proyecto para honrar a tantos jóvenes caídos por la violencia callejera, por la violencia sistemática, la prohibida, la cohonestada, la consensuada… Hay que decirlo: en el desgobierno nacional actual, son fuertes y múltiples los apellidos para la violencia, y muy débiles y solitarias las acciones encaminadas a ponerle fin.
La Alcaldía de Bogotá hizo que ciudad, paz y arte callejero convirtieran la frialdad del cemento en testimonios de colores, para honrar a los muertos causados por la violencia policial, por el conflicto armado, la persecución a líderes sociales y la maldad contra exguerrilleros firmantes del Acuerdo.
Se hizo una curaduría conjunta, 26 artistas urbanos, 25 rostros de jóvenes asesinados, una radiografía de un dolor irrepetible.
Esta ciudad -capital de la reconciliación- vive, crece, respira, sufre y resucita 2600 metros más cerca de las estrellas; reconoce las vidas de quienes lo dieron todo por romper los ciclos de violencia; tiene más de 350.000 heridos de cuerpo o alma por nuestras guerras fratricidas.
En Colombia la brutalidad policial no es norma de conducta, pero ha cobrado ¡tantas víctimas mortales! y no vamos a permitir que las barran bajo el tapete. El 9 de septiembre murieron asesinados por la policía 12 jóvenes que ejercían su derecho ciudadano a la protesta. Y no se sorprenda el nuevo ministro de la Defensa, ni el novel (dije novel con V no con B) presidente: en Colombia se vale protestar en las calles, en las plazas, sin violencia y con presencia; y no…. no vamos a embutirnos en un protestódromo porque somos vida, somos crítica, somos conciencia, somos oposición cuando hay que serlo y respaldo cuando lo merecen; somos voz y somos un montón de nostalgias forradas por pieles de distintos colores. Y no… tampoco es mano dura lo que necesitamos. Estamos urgidos de manos compasivas, manos desarmadas -no desalmadas- manos conciliadoras, que curen las heridas y cumplan lo prometido.
Miles de excombatientes que entregaron las armas gracias al Acuerdo siguen esperando que el gobierno cumpla y la sociedad los acoja. Lo pactamos como Estado, pero está claro que eso de la palabra no es el fuerte del actual inquilino de la Casa de Nariño.
Este puente de la calle 80 es el primero de un proyecto de pedagogía por la paz; se remunera a los artistas urbanos y hará en Bogotá lo que Vladimir Rodríguez, Alto Consejero para las Víctimas y verdadero constructor de paz, ha denominado un “Museo de Memoria a Cielo Abierto”.
Muchos periodistas han ido a registrar el homenaje. Supe que una de las reporteras gráficas años antes había sido guerrillera del bloque oriental de las FARC; hoy -bajo el puente de la memoria, como fotógrafa de los COMUNES y comprometida con la paz- le apuntó a una de las imágenes pintadas en el cemento, alistó el pulso y disparó su cámara…nunca más un fusil.
Olvidar a los muertos que ha dejado la violencia es matarlos dos veces; quitarles su derecho a caminar por la memoria y condenarnos a cometer los mismos horrores. No pudimos salvarles la vida; podemos salvar su recuerdo.
El olvido es una agresión crónica y pasiva contra las víctimas; y la memoria -ese mar infinito y profundo- tiene que ser patrimonio de la gente. Por eso es tan valioso el trabajo propuesto por don Gustavo, papá de Trípido, un joven grafitero asesinado por un policía. La Alta Consejería para los Derechos de las Víctimas, la Paz y la Reconciliación, IDARTES y el Centro de Memoria han acompañado y liderado el proyecto para honrar a tantos jóvenes caídos por la violencia callejera, por la violencia sistemática, la prohibida, la cohonestada, la consensuada… Hay que decirlo: en el desgobierno nacional actual, son fuertes y múltiples los apellidos para la violencia, y muy débiles y solitarias las acciones encaminadas a ponerle fin.
La Alcaldía de Bogotá hizo que ciudad, paz y arte callejero convirtieran la frialdad del cemento en testimonios de colores, para honrar a los muertos causados por la violencia policial, por el conflicto armado, la persecución a líderes sociales y la maldad contra exguerrilleros firmantes del Acuerdo.
Se hizo una curaduría conjunta, 26 artistas urbanos, 25 rostros de jóvenes asesinados, una radiografía de un dolor irrepetible.
Esta ciudad -capital de la reconciliación- vive, crece, respira, sufre y resucita 2600 metros más cerca de las estrellas; reconoce las vidas de quienes lo dieron todo por romper los ciclos de violencia; tiene más de 350.000 heridos de cuerpo o alma por nuestras guerras fratricidas.
En Colombia la brutalidad policial no es norma de conducta, pero ha cobrado ¡tantas víctimas mortales! y no vamos a permitir que las barran bajo el tapete. El 9 de septiembre murieron asesinados por la policía 12 jóvenes que ejercían su derecho ciudadano a la protesta. Y no se sorprenda el nuevo ministro de la Defensa, ni el novel (dije novel con V no con B) presidente: en Colombia se vale protestar en las calles, en las plazas, sin violencia y con presencia; y no…. no vamos a embutirnos en un protestódromo porque somos vida, somos crítica, somos conciencia, somos oposición cuando hay que serlo y respaldo cuando lo merecen; somos voz y somos un montón de nostalgias forradas por pieles de distintos colores. Y no… tampoco es mano dura lo que necesitamos. Estamos urgidos de manos compasivas, manos desarmadas -no desalmadas- manos conciliadoras, que curen las heridas y cumplan lo prometido.
Miles de excombatientes que entregaron las armas gracias al Acuerdo siguen esperando que el gobierno cumpla y la sociedad los acoja. Lo pactamos como Estado, pero está claro que eso de la palabra no es el fuerte del actual inquilino de la Casa de Nariño.
Este puente de la calle 80 es el primero de un proyecto de pedagogía por la paz; se remunera a los artistas urbanos y hará en Bogotá lo que Vladimir Rodríguez, Alto Consejero para las Víctimas y verdadero constructor de paz, ha denominado un “Museo de Memoria a Cielo Abierto”.
Muchos periodistas han ido a registrar el homenaje. Supe que una de las reporteras gráficas años antes había sido guerrillera del bloque oriental de las FARC; hoy -bajo el puente de la memoria, como fotógrafa de los COMUNES y comprometida con la paz- le apuntó a una de las imágenes pintadas en el cemento, alistó el pulso y disparó su cámara…nunca más un fusil.