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Pazaporte

Equilibrio

Gloria Arias Nieto
07 de febrero de 2023 - 02:02 a. m.
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He visto de la Guajira al Amazonas y del Chocó al Caquetá, salas de partos que solo tienen un bombillo en el techo y dos mesas oxidadas que fungen de camillas para la madre y el recién nacido. Conozco enfermeras que hacen milagros tratando de cumplir el rol de jefe, auxiliar, médico y administrador de recursos que no existen. He estado en casas de adobe con piso de barro y ventanas diminutas que ni abren ni cierran, sin baños ni pupitres, ni camitas, ni libros ni juguetes, en las que funcionan hogares de madres comunitarias del ICBF. Perros, moscas y gallinas que entran y salen por la rendija de la puerta son la única distracción disponible.

No hay que ser hippie ni revolucionario para sufrir por un país en el que esa escenografía se repite pueblo tras pueblo. En casi toda nuestra ruralidad y en los cinturones y ojales de pobreza de nuestras ciudades, la dignidad humana se ve amenazada desde la gestación hasta la muerte. Es antiético que la inequidad empiece a doler desde antes de nacer… Y la cuenta de cobro se pasa en vidas humanas, en cerebros desnutridos, en dificultades de aprendizaje, en mezclas de resignación, ira y marginación, y en muertes y enfermedades que se habrían podido evitar.

Al otro lado de la historia, en ese otro país que también es Colombia, hospitales de 4º y 5º nivel de complejidad, con los mejores profesionales, tecnología de punta y plantas físicas espectaculares, salvan vidas, trasplantan órganos, recuperan prematuros, resucitan gente en las unidades de cuidado intensivo y cada minuto la ciencia le dificulta la tarea a la pertinaz muerte. La salud que ofrecen estos hospitales -y que gracias a los sistemas de aseguramiento está potencialmente al alcance del 98 % de la población- es de primerísima categoría. El problema es que allí no llegan todos los pacientes que tendrían que llegar, y muchos llegan demasiado tarde; el 1º nivel de atención es insuficiente y siguen siendo complejas las barreras de acceso físicas y administrativas -comenzando por las carreteras bloqueadas por derrumbes, inundaciones y confinamientos-. Dispersa en nuestra geografía, entre veredas y matorrales, entre ciénagas, páramos y abismos de toda índole, “la tierra del olvido” tiene a millones de colombianos teóricamente cubiertos pero realmente desprotegidos.

El viernes se hizo en la Academia Nacional de Medicina un foro con la ministra de Salud y representantes de 14 organizaciones médicas que suscribieron los “acuerdos fundamentales para el desarrollo de la ley estatutaria de salud”. Fue una presentación manejada con altura, con argumentos, preguntas y respuestas respetuosas. Se plantearon preocupaciones orientadas más por la lógica que por el miedo y se ofreció experiencia y conocimiento para trabajar en sintonía. No fue una guerra de egos; fue un diálogo de políticas y saberes. (Invito a leer el comunicado en https://anmdecolombia.org.co/)

No es momento de criticar ferozmente ni de respaldar a ojo cerrado la reforma de salud, sobre todo porque aún desconocemos su articulado. Es claro que en el sistema actual hay profundas inequidades que es preciso resolver; corrupciones que tienen que ser castigadas y desaparecer, e ineficiencias que se deben corregir. Pero también hay que reconocer, preservar y fortalecer las instancias que han sido bien ejercidas y llevan décadas salvando vidas. Sector público y privado, innovación e historia tienen que darse la mano. Eso se llama homeostasis (equilibrio entre todos los sistemas) para que funcione adecuadamente el cuerpo… cuerpo y alma de un modelo de salud para 50 millones de colombianos.

Gloria.arias2404@gmail.com

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