Hay amigos de amigos. Quizá los primeros fueron los imaginarios, los que tuvimos a los dos años y nos acompañaron a descubrir las palabras, a reconocer el ímpetu de los colores y aprender la forma de las cosas. Nos ayudaron a espantar al monstruo de las pesadillas y a recoger hojas de otoño, cuando ni siquiera sabíamos qué era la primavera.
Pero esta columna no se trata de ellos sino de un amigo real, uno que tuve la bendición de encontrar en febrero de 2019 en un auditorio pequeño, en un centro cultural de la ciudad donde vivo. Lo había visto muchas veces en los noticieros, en tarjetones electorales y en las denuncias que nadie más se atrevía a hacer. Nunca había cruzado una palabra con él, ni presentía que muy pronto sería una de las personas que más cariño y respeto me inspirarían.
Sabía que era alguien combativo, pero ignoraba que, al mismo tiempo, era capaz de irradiar una desconcertante serenidad; sabía que era firme, pero no presentía que fuera tan conciliador, tan erudito y, a la vez, increíblemente cercano. Desde siempre me impresionó que alguien tuviera la esencia y la inteligencia emocional necesarias para sublimar el dolor por el asesinato de su padre y, en lugar de dejarse seducir por la obviedad del rencor, se hubiera convertido —como él lo ha sido desde muy joven— en un adalid de la paz.
Hoy Iván Cepeda, amigo de verdad y de la verdad, defensor de los derechos humanos y protector de los más vulnerables, enfrenta una enfermedad difícil. Él lo anunció en un comunicado y desde ese día miles de colombianos nos reunimos en el espíritu, para enviarle las mejores energías y montañas de afecto. Sabemos que Iván lleva el valor en el ADN y en el alma, él es fuerza vital, es entereza ante cualquier complejidad, y en todas sus batallas ha logrado ser resistencia, valentía y calma. Es un ejemplo cotidiano del poder de la integridad y un faro en esta historia desafiante de trabajar para que la dignidad sea una conquista palpable, que nos permita construir carácter, formar sociedad y revivir el país.
No es una frase de inventario: él, con su talante para enfrentar la adversidad y defender la paz contra maldad y marea, nos ha cambiado la vida. Él siempre persevera, incluye y muestra el camino de la cultura del respeto y la no violencia. Es la antítesis del egocentrismo, defiende causas, no dogmas, y deja siempre una puerta abierta para que una construcción colectiva nos permita algún día llegar a la paz total.
He estado con él en el fragor de las plazas públicas, en las manifestaciones de banderas blancas y en el recogimiento de su casa; en los salones del Capitolio, en situaciones hostiles y en pueblos fracturados por la guerra; en espacios de reconciliación creados por excombatientes, en los cimientos, acciones y debates del movimiento Defendamos la Paz, y en ciudades que lo reciben con flores y devoción. Y en cualquier escenario él sigue siendo el mismo. El mismo hombre coherente, sencillo, de pensamiento profundo y accesible, de ideas claras y verdades precisas.
#FuerzaIván. Desde todos los rincones de Colombia y tantas coordenadas del mundo, el mensaje tiene un hilo conductor: estamos contigo, eres un valiente y la ciencia y tú van a salir adelante. Te has pasado la vida rescatando la verdad de los agujeros más profundos y nos has dado la mano y la confianza cuando más lo necesitamos. Vas a ganar esta batalla, querido Iván: tienes el corazón lleno de tu propia fortaleza, del amor de los tuyos y del inmenso cariño que sentimos por ti.
Hay amigos de amigos. Quizá los primeros fueron los imaginarios, los que tuvimos a los dos años y nos acompañaron a descubrir las palabras, a reconocer el ímpetu de los colores y aprender la forma de las cosas. Nos ayudaron a espantar al monstruo de las pesadillas y a recoger hojas de otoño, cuando ni siquiera sabíamos qué era la primavera.
Pero esta columna no se trata de ellos sino de un amigo real, uno que tuve la bendición de encontrar en febrero de 2019 en un auditorio pequeño, en un centro cultural de la ciudad donde vivo. Lo había visto muchas veces en los noticieros, en tarjetones electorales y en las denuncias que nadie más se atrevía a hacer. Nunca había cruzado una palabra con él, ni presentía que muy pronto sería una de las personas que más cariño y respeto me inspirarían.
Sabía que era alguien combativo, pero ignoraba que, al mismo tiempo, era capaz de irradiar una desconcertante serenidad; sabía que era firme, pero no presentía que fuera tan conciliador, tan erudito y, a la vez, increíblemente cercano. Desde siempre me impresionó que alguien tuviera la esencia y la inteligencia emocional necesarias para sublimar el dolor por el asesinato de su padre y, en lugar de dejarse seducir por la obviedad del rencor, se hubiera convertido —como él lo ha sido desde muy joven— en un adalid de la paz.
Hoy Iván Cepeda, amigo de verdad y de la verdad, defensor de los derechos humanos y protector de los más vulnerables, enfrenta una enfermedad difícil. Él lo anunció en un comunicado y desde ese día miles de colombianos nos reunimos en el espíritu, para enviarle las mejores energías y montañas de afecto. Sabemos que Iván lleva el valor en el ADN y en el alma, él es fuerza vital, es entereza ante cualquier complejidad, y en todas sus batallas ha logrado ser resistencia, valentía y calma. Es un ejemplo cotidiano del poder de la integridad y un faro en esta historia desafiante de trabajar para que la dignidad sea una conquista palpable, que nos permita construir carácter, formar sociedad y revivir el país.
No es una frase de inventario: él, con su talante para enfrentar la adversidad y defender la paz contra maldad y marea, nos ha cambiado la vida. Él siempre persevera, incluye y muestra el camino de la cultura del respeto y la no violencia. Es la antítesis del egocentrismo, defiende causas, no dogmas, y deja siempre una puerta abierta para que una construcción colectiva nos permita algún día llegar a la paz total.
He estado con él en el fragor de las plazas públicas, en las manifestaciones de banderas blancas y en el recogimiento de su casa; en los salones del Capitolio, en situaciones hostiles y en pueblos fracturados por la guerra; en espacios de reconciliación creados por excombatientes, en los cimientos, acciones y debates del movimiento Defendamos la Paz, y en ciudades que lo reciben con flores y devoción. Y en cualquier escenario él sigue siendo el mismo. El mismo hombre coherente, sencillo, de pensamiento profundo y accesible, de ideas claras y verdades precisas.
#FuerzaIván. Desde todos los rincones de Colombia y tantas coordenadas del mundo, el mensaje tiene un hilo conductor: estamos contigo, eres un valiente y la ciencia y tú van a salir adelante. Te has pasado la vida rescatando la verdad de los agujeros más profundos y nos has dado la mano y la confianza cuando más lo necesitamos. Vas a ganar esta batalla, querido Iván: tienes el corazón lleno de tu propia fortaleza, del amor de los tuyos y del inmenso cariño que sentimos por ti.