Hay días y meses llenos de significado, como el mayo del 68 cuando estudiantes y trabajadores se tomaron la primavera y las calles de París para protestar por el capitalismo y los imperialismos, y De Gaulle tuvo que anticipar las elecciones; o el 2 de octubre del mismo año en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, donde fueron masacrados 300 mexicanos. El horror del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York; o el 18 de agosto de 1989 cuando matan a Luis Carlos Galán y con él se llevan buena parte de la esperanza de Colombia.
Algunos, como este junio de ahorita, reivindican triunfos populares y trazan derroteros de paz. Este junio, en esta esquina de Latinoamérica, una líder social, abogada afrodescendiente nacida hace 40 años en la vereda de Yolombó -y decretada por la BBC una de las 100 mujeres más influyentes del mundo- es elegida vicepresidenta de Colombia. “Nuestras abuelas nos enseñaron que el territorio es la dignidad, y ésta no tiene precio”. Francia Márquez, defensora de “la Casa Grande” como sinónimo de vida, lleva las comunidades en su sangre ancestral; a partir del 7 de agosto será la vicepresidenta en el gobierno de un hombre que hace más de 30 años dejó la lucha armada y se ha dedicado desde entonces a una construcción política de equidad social.
Este mismo junio, ocho excomandantes de las extintas FARC reconocieron ante la JEP su responsabilidad en los delitos de secuestro y desaparición forzada. A la cúpula de la insurgencia que tuvo en jaque a Colombia más de 50 años, se le quebraron la voz y los ojos. No se trata de justificar lo injustificable. Se trata de admitir que empezamos a sentir la rehumanización gestada en el Acuerdo de Paz; y reconstruir la vida y no asfixiarnos en las cadenas perpetuas que funden con hierro y sangre los conflictos desbordados.
Junio. Los Comisionados de la Verdad presididos por Pacho de Roux -el sacerdote que lleva años reparando con inmensa bondad y sabiduría el descosido social dejado por la violencia- entregaron al mundo el Informe Final de la Comisión. Más que un documento de 900 páginas, es un testimonio desgarrador sobre ese monstruo inútil y degradado que llamamos guerra; queda claro que la fuerza no triunfa sobre la razón, ni las armas sobre las almas. El informe recoge lo que hemos sido y hecho; lo que sucedió mientras nos aferrábamos a nuestra zona de confort, y lo que jamás puede volver a pasar. Décadas de indiferencia, indolencia y estigmatizaciones, que costaron 9 millones de víctimas. La verdad no quitará la vergüenza por los 6.412 falsos positivos, pero aliviará el dolor de las madres huérfanas de hijos. 450.664 colombianos fueron asesinados entre 1995 y 2018, (80% civiles). Hay registradas 205.028 víctimas mortales por la acción paramilitar, y 122.813 por las distintas guerrillas (FARC, ELN y otras). No se confundan. No son cifras: son seres humanos hoy convertidos en mandato para la no repetición. La verdad y los muertos nos exigen un alto al fuego físico y político, verbal y emocional. Definitivo.
En este junio Colombia tomó decisiones que nos comprometen íntima y socialmente, y marcan el inicio de un nuevo pacto: Hacer de nuestro país no un eterno camposanto, sino un territorio de paz genuina, democrática y total. Del compromiso a la realidad hay que unir 50 millones de voluntades; y es ahora, es ya, porque hasta el futuro se cansa de esperar.
“Que no nos vaya a llegar la partida estando separados los unos de los otros”, dijo Pacho de Roux. Que su plegaria, entrañable Pacho, sea nuestra carta de navegación.
Hay días y meses llenos de significado, como el mayo del 68 cuando estudiantes y trabajadores se tomaron la primavera y las calles de París para protestar por el capitalismo y los imperialismos, y De Gaulle tuvo que anticipar las elecciones; o el 2 de octubre del mismo año en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, donde fueron masacrados 300 mexicanos. El horror del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York; o el 18 de agosto de 1989 cuando matan a Luis Carlos Galán y con él se llevan buena parte de la esperanza de Colombia.
Algunos, como este junio de ahorita, reivindican triunfos populares y trazan derroteros de paz. Este junio, en esta esquina de Latinoamérica, una líder social, abogada afrodescendiente nacida hace 40 años en la vereda de Yolombó -y decretada por la BBC una de las 100 mujeres más influyentes del mundo- es elegida vicepresidenta de Colombia. “Nuestras abuelas nos enseñaron que el territorio es la dignidad, y ésta no tiene precio”. Francia Márquez, defensora de “la Casa Grande” como sinónimo de vida, lleva las comunidades en su sangre ancestral; a partir del 7 de agosto será la vicepresidenta en el gobierno de un hombre que hace más de 30 años dejó la lucha armada y se ha dedicado desde entonces a una construcción política de equidad social.
Este mismo junio, ocho excomandantes de las extintas FARC reconocieron ante la JEP su responsabilidad en los delitos de secuestro y desaparición forzada. A la cúpula de la insurgencia que tuvo en jaque a Colombia más de 50 años, se le quebraron la voz y los ojos. No se trata de justificar lo injustificable. Se trata de admitir que empezamos a sentir la rehumanización gestada en el Acuerdo de Paz; y reconstruir la vida y no asfixiarnos en las cadenas perpetuas que funden con hierro y sangre los conflictos desbordados.
Junio. Los Comisionados de la Verdad presididos por Pacho de Roux -el sacerdote que lleva años reparando con inmensa bondad y sabiduría el descosido social dejado por la violencia- entregaron al mundo el Informe Final de la Comisión. Más que un documento de 900 páginas, es un testimonio desgarrador sobre ese monstruo inútil y degradado que llamamos guerra; queda claro que la fuerza no triunfa sobre la razón, ni las armas sobre las almas. El informe recoge lo que hemos sido y hecho; lo que sucedió mientras nos aferrábamos a nuestra zona de confort, y lo que jamás puede volver a pasar. Décadas de indiferencia, indolencia y estigmatizaciones, que costaron 9 millones de víctimas. La verdad no quitará la vergüenza por los 6.412 falsos positivos, pero aliviará el dolor de las madres huérfanas de hijos. 450.664 colombianos fueron asesinados entre 1995 y 2018, (80% civiles). Hay registradas 205.028 víctimas mortales por la acción paramilitar, y 122.813 por las distintas guerrillas (FARC, ELN y otras). No se confundan. No son cifras: son seres humanos hoy convertidos en mandato para la no repetición. La verdad y los muertos nos exigen un alto al fuego físico y político, verbal y emocional. Definitivo.
En este junio Colombia tomó decisiones que nos comprometen íntima y socialmente, y marcan el inicio de un nuevo pacto: Hacer de nuestro país no un eterno camposanto, sino un territorio de paz genuina, democrática y total. Del compromiso a la realidad hay que unir 50 millones de voluntades; y es ahora, es ya, porque hasta el futuro se cansa de esperar.
“Que no nos vaya a llegar la partida estando separados los unos de los otros”, dijo Pacho de Roux. Que su plegaria, entrañable Pacho, sea nuestra carta de navegación.