El 20 de febrero, hace cuatro años, en medio de un gobierno que es preciso recordar porque los contextos son necesarios para comprender las cosas, nació el movimiento Defendamos La Paz. Nos unimos sociedad civil, artistas, exministros y firmantes de paz; activistas, congresistas y empresarios; sindicalistas, sacerdotes y periodistas; defensores del medio ambiente, del feminismo, de las minorías y de los derechos humanos. Unas 150 personas de distintos orígenes ideológicos, geográficos y políticos, comprometidas con sacar adelante el Acuerdo de Paz del Teatro Colón, proteger la vida de firmantes, líderes y lideresas sociales, propender por los diálogos con el Eln y garantizar el desarrollo y cumplimiento de las instancias nacidas del proceso de paz en La Habana.
No teníamos entonces, ni tenemos ahora, estatutos, ingresos ni organigrama. Tenemos bandera y convicción, hilo conductor y una poderosa razón de ser. Hemos tejido vínculos intelectuales y emocionales -muchos de ellos impensables antes del Acuerdo- que nos han acompañado durante estos cuatro años en la cotidianidad y en lo crucial, en la introspección a puerta cerrada, sobrevolando Tierralta, reunidos en Montes de María o en las carreteras del Caquetá. Hemos sentido en alma propia la indefensión y el valor en las calles de Caloto y en los ríos de Arauca. Hemos aprendido a sentir como propias muchas de las heridas ajenas, y a curar las coordenadas en las que se cruzan las memorias tristes. Creo que juntos somos mejores personas y estamos intentando regresar de una horrible noche en la que todos en algún momento hemos apagado algún pedazo de estrella, por silencio o por omisión, por miedo, por complicidad o indiferencia.
Mientras más largo y profundo haya sido el túnel, más lejos queda la luz. En nuestro país, la extensa caverna de guerras recientes tiene más de 60 años, y la de violencias sociales, 200. Entonces, trabajo es lo que hay; el Gobierno actual se la está jugando toda por la paz más grande a la que haya aspirado Colombia, y sabemos que la transformación tomará tiempo y riesgos. Habrá que ejercitar un sano equilibrio entre respaldo y pensamiento crítico; fortalecer la democracia y reconocer que la guerra no es normal, ni puede ser costumbre, ni nos vamos a hundir con ella y por ella.
Como Defendamos La Paz sobrevivimos a un gobierno que fue hostil a lo pactado en la Habana, y superamos procesos electorales que habrían podido fragmentarnos. Personalmente sé que no he hecho lo suficiente para que el Estado cumpla el mandato constitucional de proteger la vida de 50 millones de colombianos, y le he fallado a cada líder, lideresa social y firmante de paz asesinado.
Crónica de una muerte anunciada podría ser el título de lo que sucede en buena parte de nuestro país. En ciudades y territorios, en la Colombia profunda (profundamente olvidada), en la escuela que se vuelve morgue y en el tiro en la espalda y en los ríos convertidos en cementerios móviles. Otra historia es posible y urgente y hay que escribirla con filigrana y firmeza, con ventanas abiertas y respeto por las instituciones. Finalmente todo es un desafío, un pacto, una promesa de jamás darnos por vencidos.
Defendamos la Paz no tiene fronteras ni ataduras. Somos lo que somos, lo que sentimos y a lo que estamos comprometidos. Somos hoy más de 3.000 hombres y mujeres; 300 están en el exilio y trabajan sin descanso, de Chile a Dinamarca y de México a Australia, por lograr una Colombia sin violencia.
Defendamos la Paz es, en resumen, una impronta en el corazón.
El 20 de febrero, hace cuatro años, en medio de un gobierno que es preciso recordar porque los contextos son necesarios para comprender las cosas, nació el movimiento Defendamos La Paz. Nos unimos sociedad civil, artistas, exministros y firmantes de paz; activistas, congresistas y empresarios; sindicalistas, sacerdotes y periodistas; defensores del medio ambiente, del feminismo, de las minorías y de los derechos humanos. Unas 150 personas de distintos orígenes ideológicos, geográficos y políticos, comprometidas con sacar adelante el Acuerdo de Paz del Teatro Colón, proteger la vida de firmantes, líderes y lideresas sociales, propender por los diálogos con el Eln y garantizar el desarrollo y cumplimiento de las instancias nacidas del proceso de paz en La Habana.
No teníamos entonces, ni tenemos ahora, estatutos, ingresos ni organigrama. Tenemos bandera y convicción, hilo conductor y una poderosa razón de ser. Hemos tejido vínculos intelectuales y emocionales -muchos de ellos impensables antes del Acuerdo- que nos han acompañado durante estos cuatro años en la cotidianidad y en lo crucial, en la introspección a puerta cerrada, sobrevolando Tierralta, reunidos en Montes de María o en las carreteras del Caquetá. Hemos sentido en alma propia la indefensión y el valor en las calles de Caloto y en los ríos de Arauca. Hemos aprendido a sentir como propias muchas de las heridas ajenas, y a curar las coordenadas en las que se cruzan las memorias tristes. Creo que juntos somos mejores personas y estamos intentando regresar de una horrible noche en la que todos en algún momento hemos apagado algún pedazo de estrella, por silencio o por omisión, por miedo, por complicidad o indiferencia.
Mientras más largo y profundo haya sido el túnel, más lejos queda la luz. En nuestro país, la extensa caverna de guerras recientes tiene más de 60 años, y la de violencias sociales, 200. Entonces, trabajo es lo que hay; el Gobierno actual se la está jugando toda por la paz más grande a la que haya aspirado Colombia, y sabemos que la transformación tomará tiempo y riesgos. Habrá que ejercitar un sano equilibrio entre respaldo y pensamiento crítico; fortalecer la democracia y reconocer que la guerra no es normal, ni puede ser costumbre, ni nos vamos a hundir con ella y por ella.
Como Defendamos La Paz sobrevivimos a un gobierno que fue hostil a lo pactado en la Habana, y superamos procesos electorales que habrían podido fragmentarnos. Personalmente sé que no he hecho lo suficiente para que el Estado cumpla el mandato constitucional de proteger la vida de 50 millones de colombianos, y le he fallado a cada líder, lideresa social y firmante de paz asesinado.
Crónica de una muerte anunciada podría ser el título de lo que sucede en buena parte de nuestro país. En ciudades y territorios, en la Colombia profunda (profundamente olvidada), en la escuela que se vuelve morgue y en el tiro en la espalda y en los ríos convertidos en cementerios móviles. Otra historia es posible y urgente y hay que escribirla con filigrana y firmeza, con ventanas abiertas y respeto por las instituciones. Finalmente todo es un desafío, un pacto, una promesa de jamás darnos por vencidos.
Defendamos la Paz no tiene fronteras ni ataduras. Somos lo que somos, lo que sentimos y a lo que estamos comprometidos. Somos hoy más de 3.000 hombres y mujeres; 300 están en el exilio y trabajan sin descanso, de Chile a Dinamarca y de México a Australia, por lograr una Colombia sin violencia.
Defendamos la Paz es, en resumen, una impronta en el corazón.