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Última columna de 2021. Este año, cinco millones de personas murieron en el mundo por cuenta del COVID-19, sin incluir a los suicidas que no se infectaron por el virus, pero se desplomaron por el aislamiento, el hambre o el maltrato; sin incluir a los ancianos que murieron de soledad; a los infartados que llegaron tarde; a los crónicos sin seguimiento. No se incluyen, pero suman, mejor dicho, restan familias y felicidades.
No sabemos cuántos de estos muertos se habrían evitado si hubieran entrado en razón esas bombas de tiempo ambulantes en las que se convirtieron los antivacunas. Quizá no desde lo legal, pero sí desde lo moral, no vacunarse es como salir a la calle con una escopeta cargada, sin seguro y el dedo puesto en el gatillo.
Última columna de 2021. En Colombia el virus de la violencia volvió a hacer de las suyas. Violencia al detal y al por mayor. Callejera, rural, organizada e indiscriminada. Violencia por maldad, por ignorancia, por pactos con el diablo de turno, por incompetencia y hasta por miedos empacados en mentiras de celofán.
Violencia contra los jóvenes que se atrevieron a protestar y contra los mayores que denunciaron el atropello; violencia contra niños, campesinos, mujeres, afros e indígenas; violencia contra la memoria y las víctimas, a quienes las mafias públicas o privadas revictimizan literalmente tiro por tiro; violencia contra líderes sociales y contra los excombatientes que tuvieron el valor de entregar las armas y el arrojo de intentar la paz: 90 masacres. Así se llaman: ma-sa-cres, no homicidios colectivos, ni balas perdidas, ni tiros al aire aterrizados en cabildos indígenas o en veredas con nombre poético y la vida en vilo. Más de 5.000 muertos por homicidio en el primer semestre del año; el 7 %, feminicidios. Cerca del 80 % de asesinatos de periodistas quedan impunes, y en los distintos departamentos de Colombia el índice global de impunidad oscila entre “alto” y “muy alto”.
Última columna de 2021 y es 28 de diciembre. Entre el mito y la verdad, se dice que por esa época Herodes mandó matar a los niños menores de dos años; en España y Latinoamérica se conmemora este día. No sé cómo algo tan trágico mutó en una fecha con licencia para burlarse de niños y adultos crédulos. Admiro el sentido del humor pensante, pero esto no tiene nada que ver. Y no entiendo por qué celebra un Día de Inocentes un país tan lleno de culpas acumuladas. Más allá de la escuela, muy pocos merecerían ser parte de la celebración. Aceptemos que casi todos somos responsables de muchas cosas: por acción u omisión, por indolencia o escepticismo, por no untarnos las manos de realidad y no querer mirar la vida más allá de nuestra burbuja, por acomodarnos a los privilegios sin importar lo que eso signifique en el desgaste y sufrimiento de quienes conforman la base del iceberg.
Última columna de 2021 y espero dentro de 12 meses escribir un parte de victoria: una columna que cuente cómo en marzo de 2022 el país recordó qué quiere decir democracia y dio un giro hacia el respeto a los derechos humanos y la construcción de paz; cómo las épocas de bárbaras naciones empezaron a cambiar, porque Colombia votó sin miedo y con inteligencia ética. Quisiera contar en 12 meses cómo la reconstrucción de la memoria nos sirvió —por fin— para respetar lo respetable y no tropezar 100 veces con la misma piedra.
Al terminar la columna leo que Desmond Tutu viajó a la eternidad. Paz infinita para el pequeño gran hombre de ubuntu, el que hizo posible el perdón y por eso no morirá nunca.