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Llevo una semana defendiéndome de mí misma. De los marasmos y el ruido de gallinero que genera el pesimismo. No puedo sentarme frente al teclado y decirles que todo va a estar bien, pero sí creo que el país no va a pegarse un tiro en el oído y que ya comprendimos, por ejemplo, que los 80.000 desaparecidos son más que fotografías clavadas en los postes a ver si los milagros se compadecen; son una tragedia que no se puede perpetuar, una alerta tardía, el eco de esa voz de la conciencia que oímos cuando nos explotó en las manos.
Llevo una semana preguntándome si estoy lista para creer con razones y emociones, a ciencia incierta y a intención resuelta, que vamos a salir adelante y Colombia no va a quedarnos grande. Y decidí que no pasaré estas diez semanas en modo lamento. No caben prejuicios, languidez ni apatías.
Las elecciones dejan lecciones: entre conteos y reconteos, entre el diseño y la nube, entre el E-14 y el ¡ay, Dios mío!, seguimos sumando y restando, y encontraron más de 400.000 votos que, si no es por la persistencia de la izquierda, se habrían perdido en el nunca jamás.
Me encanta que la resignación no sea endémica y el Pacto Histórico haya reclamado lo que le pertenece. No voy a patinar preguntando si las 29.000 mesas en las que no contaron ni un solo voto para ellos o los tres senadores que no les aparecían fueron producto de una suma de equivocaciones o de un gran fraude nacional. Supongamos que somos de malas y se alinearon los meteoritos con los agujeros de un queso gruyère. Tal vez nadie planeó robar y por albur los “errores” perjudicaron principalmente al partido de oposición. El hecho es que para los próximos comicios, para los otros y en cada mandato habrá que tener el valor y los ojos muy abiertos, porque este maridaje entre el error y la persecución nos aporreó la ya debilitada confianza.
Necesitamos que estas diez semanas nos alcancen para mover y conmover, para llegar a una segunda vuelta entre Gustavo Petro, indiscutible ganador del 13 de marzo, y Sergio Fajardo, candidato de la Coalición Centro Esperanza. Sería catastrófico premiar el desastre del desgobierno actual eligiendo en el llamado Fico cuatro años de continuismo. (Shh… oigan los pasos tristes de los 74.000 desplazados del 2021). Tampoco podríamos tener al ingeniero Hernández en la segunda ronda electoral. ¡Eso no puede pasar! Vienen días intensos.
A la hora de conectarse con la gente para derrotar los brazos políticos de las mafias, del paramilitarismo, del “no estarían recogiendo café” y los gritos de “ajúa”, Fajardo necesita mucho perrenque en el fondo y en la forma. ¡Bienvenido, pues, el Sergio del domingo en El Tiempo! Preciso y sin ambivalencias. Buen augurio esa entrevista y el trino de su vice, Luis Gilberto Murillo, en el que deja explícito su sentido de urgencia para implementar el Acuerdo de Paz y proteger la vida de los líderes sociales.
Necesitamos un gobierno 2022-2026 que nos rescate del naufragio en el que nos dejan estos cuatro años de ineptitud, infortunios y masacres. Urge un presidente firme pero conciliador, a la vez arriesgado y sensato, que no multiplique los preceptos del odio ni se escude en populismos ni padrinos, que para sanar la realidad se atreva a conocerla, no a negarla.
No puedo prometerles que todo va a estar bien, pero les pido que no nos endosemos al escepticismo. Es la hora de creer y multiplicar la voz de la esperanza. Yo le apuesto a Fajardo. ¿Me acompañan?