Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Desde el domingo tenemos en el ciberespacio y en el radar del criterio una señora revista: se llama Cambio, y tiene vida porque sus gestores se le midieron a enfrentar los desafíos desde adentro, desde la noticia verídica y la opinión a conciencia. Llegó Cambio en un momento crucial (sí ya sé, nosotros vivimos “de crucialidad en crucialidad”) pero lo que tenemos en juego en los próximos meses -más que un resultado electoral- es la viabilidad social de nuestro país; la urgencia de lograr el alto al fuego en medio de esta erupción de violencias nuevas y acumuladas. Estamos ad portas de conocer y entender el rompecabezas de la verdad; mirarnos en nuestra propia historia y dejar de negar la responsabilidad de cada uno en los horrores cometidos. Por favor no se pierdan en este primer número la columna de Pacho de Roux: él es de las personas que Colombia necesita leer, para ver si algún día logramos sanar el corazón.
Hay que recuperar el tiempo perdido y avanzar en la construcción de una paz total. Será difícil mas no imposible, rehabilitar la confianza y la integridad de las instituciones, y convertir el descosido social en un tejido de fortaleza y dignidad. Nadie va a resucitar a nuestros muertos (al menos no en esta vida), pero urge desterrar la cultura del plomo, del tiro al blanco en la espalda y la amenaza constante acechando detrás y delante de las puertas. Llegó Cambio para ayudarnos a cernir y discernir. ¡Advertencia!: manténgase lejos de quienes consideran que la ignorancia y la mordaza son artículos de primera necesidad.
Llegó Cambio, porque el país necesita cambiar la forma de verse a sí mismo, hasta que 50 millones de colombianos entendamos que no somos carne de cañón, ni dumis en las trincheras; que no nacimos para ser víctimas ni es normal que a la gente la maten en la selva y en los resguardos, en los ríos y 2600 metros más cerca de las estrellas. Líbranos, Verdad, del smog de la costumbre, y de la sórdida niebla de la indolencia. Líbranos de los intereses creados, de las obviedades y las falsedades disfrazadas de redención.
Llegó Cambio, y llegó fuerte, con una comunidad de editores, redactores y autores, suscriptores fundadores y miles de lectores de quienes se espera disposición para desaprender engaños y aprender realidades, por duras que sean. Aplaudo su línea editorial y a la inmensa mayoría de sus columnistas. Aplaudo a quienes tuvieron el sueño y supieron hacerlo realidad: se la están jugando toda para aportar elementos de análisis, democracia y crítica razonada; hicieron un pacto con la verdad, con el registro cierto y no con la venganza, ni con los títeres y los titiriteros que dejaron tan bajita la vara para presidir este desencuadernado país, y tan alta la dificultad de recomponernos.
Bienvenido Cambio. No sé cuántas noticias de las que nos presenten cada día serán dolorosas; cuántos de sus reporteros tendrán que llenarse el alma y las botas de penumbra, de escenas desgarradoras y testimonios amargos. Pero viéndolo bien, no hay nada más amargo que el silencio cómplice o la denuncia que se pudo haber hecho y no se hizo.
Con la llegada de Cambio he pensado mucho en un hombre que nació en San Pedro de los Milagros, en abril de 1854; él marcó en Colombia el derrotero del periodismo independiente y liberal. Le ha enseñado a seis generaciones a no tener miedo, y a defender la libertad sin más armas que el pensamiento, la palabra y la verdad. Se llamaba Fidel Cano y fundó esta casa de El Espectador.