En el país de los antónimos el Comisionado de la Paz parece el comisionado de la guerra; el ministro de la Defensa ataca; el presidente de la República no preside, y miembros de la institución creada para proteger a la gente, en 48 horas les quitaron la vida a 11 personas.
No puede acertar un gobierno que tiene más eufemismos que liderazgo, carece de entereza y empatía, y se limita a advertirnos que por “un par de policías equivocados” no podemos desacreditar a toda la institución.
La Policía ha tenido hombres y mujeres ejemplares. Conocí y admiro a unos pocos, extraordinarios; hace tiempo no están ahí, y son observados con recelo por haber defendido los derechos humanos y haberse atrevido a denunciar actos de perversión y corrupción. Eso de mirar rayado no al policía corrupto sino a quien lo denuncia, es un indicativo de lo mal que anda el credo por dentro.
Bogotá y Soacha, 9 y 10 de septiembre. Javier, Andrés Felipe, Julieth, Jayder Alexander, Freddy Alexander, Germán, Julián Mauricio, Angie Paola, Christian Andrés, Larwan Estiben y Gabriel, vidas jóvenes, segadas para siempre por la violencia y el absurdo.
“Pese a todas las instrucciones no pudimos evitar esta tragedia”, dijo Claudia López, en la ceremonia de perdón y reconciliación, este domingo 13 de septiembre. Mujer valiente, que no le huye a la verdad.
No fue un policía perturbado, sino muchos policías en diferentes lugares; le dispararon a la gente, golpearon sin tregua a jóvenes desarmados y con sevicia seguían pateando a las víctimas tendidas en el suelo, en total indefensión.
11 ciudadanos muertos; 150 policías y 178 civiles heridos, 64 de ellos por arma de fuego; un abogado en la morgue, con 9 fracturas de cráneo después de sufrir la acción policial. Nada de eso se arregla con mandar dos policías al psicólogo, ni con un presidente desconectado de la realidad, felicitando por gallardo a un nefasto ministro.
Matar en simultánea capital a gente indefensa, usando la fuerza bruta y las armas prohibidas, no es una equivocación aislada.
La alcaldesa había dado la instrucción explícita de no usar armas de fuego en protestas ciudadanas. La desobediencia se tradujo en asesinatos que nunca debieron suceder.
Claudia López es humana, lógica e inteligente. Y ejerce. Que el gobierno nacional la oiga, y nos sorprenda asumiendo la realidad; admitan que el país está descuadernado y tenemos graves problemas, comenzando por la falta de gobernabilidad de un presidente incapaz de mover un dedo que pueda contrariar a su temible mentor.
Somos muchos suplicando, exigiendo, que boten el disco duro a la caneca y construyan una Policía con principios orientados al respeto de la vida, los derechos humanos y la cultura de la no violencia. Una Policía de la que no haya que huir, sino en la que se pueda confiar.
Humberto de la Calle lo dijo claramente: nadie pretende que la Policía desmantele el narcotráfico a punta de bolillo. Pero necesitamos que nos devuelvan el policía de ciudad, el de barrio; el que no tiene que estar militarizado ni entrenado para atacar, sino formado para proteger y acompañar.
Contrastan con la mirada aturdida y las respuestas ofensivas de Iván Duque, la entereza, humildad y valentía de Claudia López. Ella y su equipo le hacen sentir a uno que la ciudad no está perdida; el suyo es un liderazgo construido y merecido, responsable y empático. Gracias, Claudia por ser y estar, por tener conectado el corazón con la razón, y saber que la vida será siempre la prioridad.
En el país de los antónimos el Comisionado de la Paz parece el comisionado de la guerra; el ministro de la Defensa ataca; el presidente de la República no preside, y miembros de la institución creada para proteger a la gente, en 48 horas les quitaron la vida a 11 personas.
No puede acertar un gobierno que tiene más eufemismos que liderazgo, carece de entereza y empatía, y se limita a advertirnos que por “un par de policías equivocados” no podemos desacreditar a toda la institución.
La Policía ha tenido hombres y mujeres ejemplares. Conocí y admiro a unos pocos, extraordinarios; hace tiempo no están ahí, y son observados con recelo por haber defendido los derechos humanos y haberse atrevido a denunciar actos de perversión y corrupción. Eso de mirar rayado no al policía corrupto sino a quien lo denuncia, es un indicativo de lo mal que anda el credo por dentro.
Bogotá y Soacha, 9 y 10 de septiembre. Javier, Andrés Felipe, Julieth, Jayder Alexander, Freddy Alexander, Germán, Julián Mauricio, Angie Paola, Christian Andrés, Larwan Estiben y Gabriel, vidas jóvenes, segadas para siempre por la violencia y el absurdo.
“Pese a todas las instrucciones no pudimos evitar esta tragedia”, dijo Claudia López, en la ceremonia de perdón y reconciliación, este domingo 13 de septiembre. Mujer valiente, que no le huye a la verdad.
No fue un policía perturbado, sino muchos policías en diferentes lugares; le dispararon a la gente, golpearon sin tregua a jóvenes desarmados y con sevicia seguían pateando a las víctimas tendidas en el suelo, en total indefensión.
11 ciudadanos muertos; 150 policías y 178 civiles heridos, 64 de ellos por arma de fuego; un abogado en la morgue, con 9 fracturas de cráneo después de sufrir la acción policial. Nada de eso se arregla con mandar dos policías al psicólogo, ni con un presidente desconectado de la realidad, felicitando por gallardo a un nefasto ministro.
Matar en simultánea capital a gente indefensa, usando la fuerza bruta y las armas prohibidas, no es una equivocación aislada.
La alcaldesa había dado la instrucción explícita de no usar armas de fuego en protestas ciudadanas. La desobediencia se tradujo en asesinatos que nunca debieron suceder.
Claudia López es humana, lógica e inteligente. Y ejerce. Que el gobierno nacional la oiga, y nos sorprenda asumiendo la realidad; admitan que el país está descuadernado y tenemos graves problemas, comenzando por la falta de gobernabilidad de un presidente incapaz de mover un dedo que pueda contrariar a su temible mentor.
Somos muchos suplicando, exigiendo, que boten el disco duro a la caneca y construyan una Policía con principios orientados al respeto de la vida, los derechos humanos y la cultura de la no violencia. Una Policía de la que no haya que huir, sino en la que se pueda confiar.
Humberto de la Calle lo dijo claramente: nadie pretende que la Policía desmantele el narcotráfico a punta de bolillo. Pero necesitamos que nos devuelvan el policía de ciudad, el de barrio; el que no tiene que estar militarizado ni entrenado para atacar, sino formado para proteger y acompañar.
Contrastan con la mirada aturdida y las respuestas ofensivas de Iván Duque, la entereza, humildad y valentía de Claudia López. Ella y su equipo le hacen sentir a uno que la ciudad no está perdida; el suyo es un liderazgo construido y merecido, responsable y empático. Gracias, Claudia por ser y estar, por tener conectado el corazón con la razón, y saber que la vida será siempre la prioridad.