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¿Sabrá el coronel retirado John Marulanda cuánto mide en Colombia la palabra defenestrar? Le digo: mide lo que mide una dictadura, un golpe de Estado, espantos que, a estas alturas del siglo XXI, jamás permitiríamos. Aquí no se defenestran presidentes elegidos democráticamente por 11 millones de personas. Al señor Marulanda, piloto y expresidente de Acore, pueden no gustarle ni el pasado ni el presente del presidente Petro y quizá le dan alergia los discursos del balcón. Pero democracia implica un respeto no negociable por los resultados electorales y por las instituciones. En Colombia hemos tenido presidentes buenos, regulares, malos y peores. Los ha habido señalados de cofundar el paramilitarismo y otros doctos en vallenatos, pero rajados en gobernanza; sin embargo, la defenestración presidencial es una amenaza que —como en los formularios— no aplica.
Otra cosa es que últimamente haya sido difícil mantener el optimismo. Siento que el Gobierno abre demasiados frentes de batalla y no se ha despegado de su rol de opositor; extraño el discurso conciliador del principio y no estoy viendo despejado el camino a la unidad nacional a la que nos convocaron.
A veces se dicen y se hacen cosas que hieren y preocupan y le regalan gasolina a la oposición.
Dos ejemplos:
1. La máxima autoridad en salud del Gobierno Nacional afirma en la Comisión Séptima de la Cámara que durante la pandemia por COVID-19 se abrieron unidades de cuidado crítico “como si fueran droguerías” y, en vez de honrar a los trabajadores de la salud que expusieron su vida por salvar la de los demás, pone en duda el manejo de las UCI; eso es, por decir lo menos, injusto. Los trabajadores y las instituciones de salud le cumplieron con creces a Colombia. Curar, acompañar y aliviar a miles de personas fue la consigna, sin tregua ni horario, con valor, miedo y agotamiento, expuestos a todos los riesgos y las discriminaciones. Sí, señor ministro, en las UCI también muere gente, porque el combate por la vida no siempre se gana, y cuando se agotan las medidas humanas también hay que estar ahí y acompañar a bien morir. Ambos lo aprendimos hace 50 años, en los pabellones de San José.
2. El presidente y los medios de comunicación. No se trata solo de no coartar la libertad de expresión; se trata de ni siquiera tocar las líneas rojas, no estigmatizar, no generalizar, no aumentar los riesgos. Sé que hay unos medios mediocres y sesgados, dedicados a sembrar cizaña. Pero son la minoría. No nos metan a todos en el mismo costal de los impresentables.
Créame, presidente: los enemigos no son los medios.
Lo que sí hace daño es la ausencia de una oficina de comunicaciones que estructure contenido y forma de los mensajes y, con todo respeto, le diga cuándo es mejor no trinar… Hace daño no tener un vocero oficial. Hace daño creer que quienes se oponen a las reformas son necesariamente oligarcas indolentes.
Presidente Petro: la única vez que usted y yo conversamos fue en mayo del 2022. Le dije por qué iba a votar por usted y para mí siguen siendo válidos los mismos argumentos. También le dije entonces que mi decisión no era un cheque en blanco y que expresaría mis desacuerdos cuando lo considerara necesario. Yo sigo creyendo en usted y no pertenezco a la cohorte de arrepentidos. Quiero a Colombia y tengo claras mis lealtades con la no violencia y la ética de la vida. Por eso, presidente Petro, porque reconozco las complejidades, pero no renuncio a usted ni a sus banderas por la paz y la convergencia, escribí esta columna.