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“No se rinde mientras tenga corazón. No se rinde mientras tenga una razón”. Una hora 25 minutos de reflexiones, voces que lloran, que evocan, se caen y se vuelven a levantar. Voces de mujeres que confluyen como los ríos. Sobrevivientes. Que nadie confunda cicatriz con derrota, ni tumba con olvido. Que nadie crea que a las mujeres de Colombia las venció la guerra. Una cosa es tener vuelto añicos un pedazo de la historia, y otra, darse por vencido… por vencida.
Cuando las aguas se juntan es mucho más que un documental. Es un susurro que grita desde adentro, desde la turbulencia y el dolor, desde el abandono y el coraje, desde la orfandad y el plomo.
Las aguas se juntan y se convierten en ríos grandes y caudalosos. Las mujeres se juntan y se vuelven -nos volvemos- mezcla de ternura y fortaleza, de valor, duelo, nostalgia y resistencia. “No existe vida digna para las mujeres si no estamos juntas”, es la consigna de la Guajira al Putumayo, del Chocó al Catatumbo. Lo dicen campesinas, indígenas y afrodescendientes. Lo dicen líderes sociales y ministras; artesanas, violinistas y médicas; artistas, cocaleras y tejedoras.
Lo dicen madres de hijos y de hijas, madres de sufrimientos y consuelos, madres de curaciones, abrazos y reconciliaciones. Madres de la oquedad dejada por la guerra, madres del silencio, de los cánticos y las tamboras. Hijas y madres de la tierra.
Cuando las aguas se juntan se lanzó hace pocos días en España y en varias ciudades de Colombia. La película se logró gracias a ONU Mujeres y a Margarita Martínez, colombiana, directora de cine que se ha recorrido nuestro país y ha llorado por los 6.402 muchachos asesinados por la infamia y se ha preguntado por qué ocho millones de víctimas y por qué hemos sido tan tercos para la guerra. ¿Cómo permitimos más de 60 años de conflicto armado, que nos agrietaron la vida y la geografía? Y ha visto -también- cómo nos hemos suturado las heridas, y sabe que para ser constructores de paz hay que ser aún más tercos que para dirigir una guerra.
Serrat diría que Margarita “es menuda como el viento”; quizá por eso le alcanza la vida para atravesar selvas, mares y montañas y llegar directo al corazón de las personas y que le cuenten cómo ha sido la vida y la muerte en las veredas de Colombia; cómo suenan las balas en la madrugada y cómo se desgarra el corazón de un niño cuando asesinan a su mamá en la puerta de sus ojos y su casa.
Margarita Martínez -con el apoyo de ONU Mujeres, la embajada de Suecia en Colombia y la Comisión de la Verdad- recogió para este documental inspiraciones y testimonios que deben conocerse dentro y fuera de nuestro país. Para que nadie vuelva a preguntar si en Colombia hubo sí o no un conflicto armado; que nadie se atreva a pensar que la discriminación es tolerable, que la pobreza es un trazo más del paisaje, y la guerra una predestinación inevitable. Y que el mundo conozca quiénes son las “Tejedoras de Vida” del Putumayo, y el valor de las lideresas de “Narrar para Vivir” en Montes de María, y qué es “Ruta Pacífica”, y por qué las madres de Soacha son invencibles; y cómo “AMOR” -Asociación de Mujeres del Oriente Antioqueño- trabaja por las mujeres y por el territorio, casa grande, abrazo urgente.
¡Bravo, Margarita! por juntar los ríos de todas las aguas. Ser ciudadanos implica no seguir partiéndonos entre víctimas y victimarios. No se vale agachar la cabeza ni vivir muertos entre el miedo, la desaparición y la tortura. Lograste que la voz de la juntanza se oyera, imparable, del Atrato al Amazonas, como un soplo de vida y un compromiso de paz.