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¿Qué nos queda cuando los cuerpos caen en los andenes como si fueran muñecos de trapo y el ruido de las balas atraviesa el sueño de los niños y la piel de sus hermanos?
¿Qué nos queda cuando perdemos la cuenta de nuestros muertos y las pistolas pretenden callar la indignación? ¿Qué le queda a un país cuando los jóvenes protestantes y los jóvenes policías no se encuentran en un partido de futbol sino en las mesas de la morgue?
Nos queda la opción de borrarnos como las siluetas de tiza blanca en medio de la calle, ahí donde alguien cae asesinado; o la opción de capitalizar que miles y miles de manifestantes salieran a las plazas a exigirle al presidente que apague su piloto automático y gobierne para la gente, no para su jefe. Nos queda una juventud valiente, casi invencible; y, a los mayores, la obligación de protegerla, acompañarla y escucharla como la protagonista que es.
Nos quedan (cifras de Temblores ONG al domingo a.m.) el inmenso dolor por los 39 homicidios cometidos presuntamente por la fuerza pública, 1814 casos de violencia policial, 12 de violencia sexual, 963 detenciones arbitrarias y 28 muchachos con heridas gravísimas en los ojos, por la estúpida consigna de cegar y segar a la juventud. Por otro lado, se reportan 826 policías lesionados. Nos quedan ciudades militarizadas, misiones médicas bloqueadas y atacadas, comerciantes más arruinados de lo que estaban, campesinos con las cosechas podridas en los camiones quietos. Y la necesidad de aprender a no caer en las trampas; saber hasta dónde y hasta cuándo llegar; y la urgencia de blindar la protesta social para que se respeten sus derechos y expresiones pacíficas, y no se infiltren fuerzas oscuras que deben ser identificadas y legalmente judicializadas.
No solo se rompieron bancos y vidrios. Se rompieron también el marasmo y la costumbre de creer que es un telón de fondo la sociedad empobrecida; se cambió la cara de “yo no fui” frente a un país fracturado, y millones de colombianos comprendieron -espero- lo atroz que resultaría un próximo gobierno en manos de un partido indolente empeñado en pulverizar el Acuerdo de Paz y tener bajo sus enaguas a los organismos de control.
Tal vez muchos ya vieron que no sirve una presidencia dedicada a seducir con prebendas a los más ricos, y a manejar con insensatez e ingratitud las relaciones internacionales. No alcanza un presidente que necesita mirar a una cámara porque le quedan grandes los ojos de las personas. Hacen daño un supra-gobierno que incita al abuso de la fuerza, y un subpresidente al que es preciso recordarle todos los días su deber constitucional de proteger la vida de los ciudadanos.
Me pregunto hasta cuándo va a durar esto, y cómo garantizar que no volveremos a la anormal normalidad que nos trajo a la indignación.
Muy emocionante el enorme respaldo internacional: manifestaciones en todas las latitudes, apoyos contundentes de Naciones Unidas, la Unión Europea, el Papa Francisco, parlamentarios y congresistas norteamericanos y europeos, premios nobel de Paz, ONG y una poderosa declaración del Tribunal de los Pueblos; y sí, este Tribunal guardián del humanismo y la dignidad, tiene razón: “la aspiración a la verdad, a la justicia, la paz y la democracia sigue viva y legítima por el pueblo colombiano”. Gracias mundo, y especialmente a Philippe Texier y al entrañable Gianni Tognoni, por darnos oxígeno y compañía, y la posibilidad de un mañana con más libertad, menos soledad y mucho menos miedo.