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En el 2018 necesitábamos elegir un presidente que garantizara la implementación del Acuerdo de Paz; un estadista con neuronas propias y capaz de gobernar una Colombia plural y sobreviviente; alguien que conociera el país pobre, el campesino, el desplazado, y comprendiera que no solo de pan vive el hombre, ni de banqueros el gobierno. Un gobernante que no se resignara a seguir instrucciones y que, en vez de acariciar a los narcisos de turno, tuviera al pueblo en la primera línea de sus prioridades.
En el 2018 tuvimos la opción de elegir a Humberto de la Calle como presidente de Colombia. Un candidato casi perfecto, inmerso en un partido demasiado imperfecto. Las votaciones mostraron la amnesia que nos embarga y lo sucia que puede llegar a ser la política. Dominó el miedo inducido por falsos mesías y no ganó el mejor candidato, sino el partido que tenía los electores más obedientes. No ganó el hombre que había hecho posible lo imposible y había roto el círculo vicioso de la guerra. Nos derrotaron las maquinarias y los intereses personales; hubo traiciones que se veían venir y no supimos evitar. La dispersión casi nos cuesta la paz y nos sumió en un naufragio de cuatro años.
Hemos oscilado entre lo obvio y lo impredecible, entre el adormecimiento y lo vertiginoso. Atávicos frente a los lenguajes de la guerra y apáticos frente a sus consecuencias, somos lentos para reaccionar. ¿Qué hacemos si un día nos miramos al espejo y vemos que tenemos envejecida la conciencia?
Creo que muchos tenemos un ruego con los ojos puestos en el cuatrienio 22-26. Hay tanta reconstrucción pendiente, tantas vidas en juego y promesas por cumplir, que en las próximas elecciones no podemos equivocarnos.
Aplaudo y agradezco el pacto que salió del cónclave de la Coalición Centro Esperanza, pero sería angustioso que llegáramos con listas atomizadas a las elecciones para Congreso. Si al presidente que sea hay que hacerle oposición o darle respaldo, es preciso tener bancadas unidas, sintonizadas con un propósito. Presidir es clave, pero legislar no es un verbo menor. Tal vez estemos de buenas y siempre haya algún David que se le enfrente al Goliat de nuestras pesadillas, pero no son justas las luchas en solitario o en minoría, cuando en nuestras manos está la posibilidad de elegir una instancia legislativa seria. No es lógico un Congreso en spray, políticamente disperso entre las paredes de nuestro desprestigiado Capitolio.
Envío esta columna el domingo. Quizá el martes, cuando llegue a los lectores, el tema de las listas de la Coalición Centro Esperanza y del Nuevo Liberalismo se haya resuelto y esté acordada una lista única que garantice pluralidad, participación de los más capaces -hombres y mujeres- y un absoluto compromiso con la implementación del Acuerdo de Paz. Una lista donde el egoísmo no tenga cabida; donde los protagonistas sean el bienestar del pueblo, la protección de los derechos humanos, el respeto por la diferencia y la intransigencia frente a la corrupción. Una lista única, encabezada como lo dijo inicialmente la Coalición de la Esperanza, por Humberto de la Calle (a quien sería imperdonable volver a desperdiciar) y conformada en su totalidad por gente que sepa sentir y pensar en función de Colombia; capaz de afrontar las verdades propias y ajenas, y juegue limpio, con la inteligencia enfocada en la dignidad física y emocional de la ciudadanía. Si casi siempre dividirse es un error, en este caso sería un suicidio.