Hace unos días se inauguró una exposición de obras hechas por presos políticos firmantes de paz y la pregunta inevitable es: ¿por qué siguen presos siete años después de firmado el Acuerdo? Bueno… perdimos cuatro años con un presidente que venía de liderar la campaña del “No” en el plebiscito por la paz, el mismo disc jockey que tardó 10 meses (más que un embarazo humano) en dar luz verde para que la JEP empezara a funcionar. Tomo aire. Invoco a la pequeña gran Lili y digo: “Eso está en el pasado”. Pero lo cierto es que hoy, febrero del 2024, siguen privados de su libertad 595 firmantes de paz.
No hay que ser gurú en teoría de posconflictos para comprender que algo no anda bien cuando las amnistías van a paso de tortuga y hay 413 firmantes asesinados, siendo el principal perpetrador —no lo juro, pero todo lo indica— el mal llamado Estado Mayor Conjunto de las FARC (que ni es Estado, ni es mayor, ni mucho menos es de las FARC). Valga recordar que las FARC-EP se acabaron en el 2016 con la firma del Acuerdo y la mayoría de sus 13.000 hombres y mujeres que entregaron las armas fundaron el partido Comunes y se mueven legal y políticamente en la vía de la reconstrucción social.
Algunos de los presos políticos están en el pabellón 6 de la cárcel La Picota de Bogotá. Ese pabellón es un iglú, que han logrado mantener aislado de la tormenta de alucinógenos y extorsiones que impera en otros sitios de reclusión. Los prisioneros del 6 esperan de buena fe que se cumpla lo pactado. Y mientras aguardan pintan, escriben, componen canciones y hacen barcos para surcar mares imaginarios. Saben que mientras conserven un átomo de creatividad, no estarán del todo presos. La justicia no ha logrado liberarlos, pero el arte sí.
La embajadora de México —mujer comprometida con el progresismo, dedicada día y noche a trabajar por la dignidad y la vida de los excombatientes y convencida de que “la paz es el derecho raíz”— logró esta exposición que estará abierta en el Centro Cultural Gabriel García Márquez de Bogotá, hasta finales de febrero. 90 piezas de artesanías en madera, 42 lienzos y curaduría del Museo Nacional. El actual ministro de Justicia es un Profesor con mayúscula y, sintonizado con la embajadora en clave de paz, permitió que siete de los artistas estuvieran presentes en la inauguración. Algunos de ellos conocieron esa tarde a sus nietos. Vivieron con devoción esas dos horas de libertad estrictamente custodiada y a las 7 p.m. se despidieron de sus familias y de los diplomáticos, de sus lienzos y de nosotros, y volvieron a sus celdas. Volvieron a su realidad.
Muy fuerte. ¿Cómo no respaldar el camino a la paz? ¿Cómo no suplicarle al país que sea capaz de reconciliarse? No hay peor cárcel que el odio, así nosotros nos creamos libres y los presos estén al otro lado de las rejas. Visitar la exposición es un viaje de ida y vuelta a una realidad que puedo sentir, pero no explicar.
Segunda invitación: vengan el martes 20 de febrero a las 5 p.m. a la Plaza de Bolívar. Defendamos la Paz cumple cinco años y nos reuniremos con las personas y sectores que rechacen la muerte violenta y sientan que todas las balas son perdidas. Será una presencia plural, silenciosa y categórica, un clamor sin palabras de un duelo colectivo por los 1.614 liderazgos sociales y 413 firmantes de paz asesinados. Todas las vidas cuentan y todas merecen ser vividas. Y no seremos nosotros, los sobrevivientes, quienes matemos otra vez a nuestros muertos, dejándolos en el olvido. Las convoco y los convoco: el 20 de febrero, vestidos de blanco y negro, lleguen a la plaza y acompáñenos a acompañar.
Hace unos días se inauguró una exposición de obras hechas por presos políticos firmantes de paz y la pregunta inevitable es: ¿por qué siguen presos siete años después de firmado el Acuerdo? Bueno… perdimos cuatro años con un presidente que venía de liderar la campaña del “No” en el plebiscito por la paz, el mismo disc jockey que tardó 10 meses (más que un embarazo humano) en dar luz verde para que la JEP empezara a funcionar. Tomo aire. Invoco a la pequeña gran Lili y digo: “Eso está en el pasado”. Pero lo cierto es que hoy, febrero del 2024, siguen privados de su libertad 595 firmantes de paz.
No hay que ser gurú en teoría de posconflictos para comprender que algo no anda bien cuando las amnistías van a paso de tortuga y hay 413 firmantes asesinados, siendo el principal perpetrador —no lo juro, pero todo lo indica— el mal llamado Estado Mayor Conjunto de las FARC (que ni es Estado, ni es mayor, ni mucho menos es de las FARC). Valga recordar que las FARC-EP se acabaron en el 2016 con la firma del Acuerdo y la mayoría de sus 13.000 hombres y mujeres que entregaron las armas fundaron el partido Comunes y se mueven legal y políticamente en la vía de la reconstrucción social.
Algunos de los presos políticos están en el pabellón 6 de la cárcel La Picota de Bogotá. Ese pabellón es un iglú, que han logrado mantener aislado de la tormenta de alucinógenos y extorsiones que impera en otros sitios de reclusión. Los prisioneros del 6 esperan de buena fe que se cumpla lo pactado. Y mientras aguardan pintan, escriben, componen canciones y hacen barcos para surcar mares imaginarios. Saben que mientras conserven un átomo de creatividad, no estarán del todo presos. La justicia no ha logrado liberarlos, pero el arte sí.
La embajadora de México —mujer comprometida con el progresismo, dedicada día y noche a trabajar por la dignidad y la vida de los excombatientes y convencida de que “la paz es el derecho raíz”— logró esta exposición que estará abierta en el Centro Cultural Gabriel García Márquez de Bogotá, hasta finales de febrero. 90 piezas de artesanías en madera, 42 lienzos y curaduría del Museo Nacional. El actual ministro de Justicia es un Profesor con mayúscula y, sintonizado con la embajadora en clave de paz, permitió que siete de los artistas estuvieran presentes en la inauguración. Algunos de ellos conocieron esa tarde a sus nietos. Vivieron con devoción esas dos horas de libertad estrictamente custodiada y a las 7 p.m. se despidieron de sus familias y de los diplomáticos, de sus lienzos y de nosotros, y volvieron a sus celdas. Volvieron a su realidad.
Muy fuerte. ¿Cómo no respaldar el camino a la paz? ¿Cómo no suplicarle al país que sea capaz de reconciliarse? No hay peor cárcel que el odio, así nosotros nos creamos libres y los presos estén al otro lado de las rejas. Visitar la exposición es un viaje de ida y vuelta a una realidad que puedo sentir, pero no explicar.
Segunda invitación: vengan el martes 20 de febrero a las 5 p.m. a la Plaza de Bolívar. Defendamos la Paz cumple cinco años y nos reuniremos con las personas y sectores que rechacen la muerte violenta y sientan que todas las balas son perdidas. Será una presencia plural, silenciosa y categórica, un clamor sin palabras de un duelo colectivo por los 1.614 liderazgos sociales y 413 firmantes de paz asesinados. Todas las vidas cuentan y todas merecen ser vividas. Y no seremos nosotros, los sobrevivientes, quienes matemos otra vez a nuestros muertos, dejándolos en el olvido. Las convoco y los convoco: el 20 de febrero, vestidos de blanco y negro, lleguen a la plaza y acompáñenos a acompañar.