Escribo esta columna mientras los truenos quiebran el cielo como grietas abiertas por un poderoso cuchillo de luz blanca. Los aguaceros son exuberantes en el trópico. Mejor dicho, en nuestro país todo lo tropical es intenso, abundante: el agua, el calor, la vegetación, los pájaros, la música, los desastres. La zona tórrida no es una definición geográfica limitada por Cáncer y Capricornio, los paralelos 23 norte y sur; el trópico es lo que hizo la Creación cuando le dio por pintar -con la caja de colores más brillantes del mundo- una franja en la mitad de la Tierra.
Cuando este Pazaporte llegue a los lectores estaré a 6.000 kilómetros de distancia, en Santiago de Chile, en un foro convocado por el capítulo internacional del movimiento Defendamos La Paz. Un encuentro de memoria y solidaridad con las víctimas del conflicto armado colombiano.
Chile llora 50 años de la muerte de Salvador Allende en el Palacio de la Moneda; 50 años de la llegada de la dictadura de Pinochet y, con ella, los años más tristes y crueles sufridos en el país austral. En Colombia, en el 2011, la ley de víctimas y restitución de tierras estableció el 9 de abril como día nacional para honrar a las víctimas del conflicto armado interno.
El 9 de abril de 1948 mataron a Jorge Eliécer Gaitán en el centro de Bogotá, y con el asesinato del líder y candidato popular a la Presidencia de Colombia, asesinaron parte de la esperanza y de la democracia; aplazaron por demasiado tiempo la llegada del pueblo al poder, y la construcción de una sociedad menos inequitativa. Un país con justicia social nos habría ahorrado 60 años de enfrentamientos armados.
Si no hubieran matado a Gaitán… quizá Colombia no tendría hoy nueve millones de víctimas; no llevaríamos más de medio siglo de guerras fratricidas, y la discriminación, el racismo y la pobreza no habrían marginado a millones de compatriotas. ¡Cuántas miles de familias han tenido que defender su paz, su pan y su dignidad, contra el viento y la marea de la ausencia de Estado y el egoísmo de gran parte de la sociedad!
Gaitán fue rector universitario, alcalde, ministro, candidato presidencial… pero, sobre todo, este hombre hijo de una maestra y un librero, era la voz del pueblo; era la marcha del silencio; la protesta ante la violencia oficial; la irreverencia necesaria para haberle dado a la desigualdad y a la injusticia social, un cause democrático en vez de esta tragedia que se arrastra entre las venas y las grietas de nuestro país.
Los colombianos hemos sufrido de una u otra manera los efectos de la guerra y casi todos hemos sido parte de la ecuación de un desastre que se volvió costumbre. Seis décadas devastadoras no dejan a nadie incólume y la indiferencia debería ser una aberración inadmisible.
Días de homenajes a los que se fueron, de reconocimiento al valor, a la resistencia, al dolor de los herederos. Días para pensar qué hemos hecho y qué haremos el resto de nuestras vidas para enmendar las causas que le dieron origen a este desangre largo y anunciado. Días para decidirnos a superar los ciclos de violencia y entender que eso implica abrir dentro de la civilidad escenarios democráticos, espacios de participación de quienes piensan distinto y han actuado distinto; de quienes empuñaron antes un fusil que un cuaderno, y merecen una segunda oportunidad, porque quizá nosotros mismos les negamos la primera.
Días de reflexión. Afuera sigue la tempestad. Y adentro, la convicción de reconstruir un país fracturado por la violencia, que es la peor de todas las tormentas y la única que depende del ser humano, perpetuar o acabar.
Gloria Arias Nieto
Escribo esta columna mientras los truenos quiebran el cielo como grietas abiertas por un poderoso cuchillo de luz blanca. Los aguaceros son exuberantes en el trópico. Mejor dicho, en nuestro país todo lo tropical es intenso, abundante: el agua, el calor, la vegetación, los pájaros, la música, los desastres. La zona tórrida no es una definición geográfica limitada por Cáncer y Capricornio, los paralelos 23 norte y sur; el trópico es lo que hizo la Creación cuando le dio por pintar -con la caja de colores más brillantes del mundo- una franja en la mitad de la Tierra.
Cuando este Pazaporte llegue a los lectores estaré a 6.000 kilómetros de distancia, en Santiago de Chile, en un foro convocado por el capítulo internacional del movimiento Defendamos La Paz. Un encuentro de memoria y solidaridad con las víctimas del conflicto armado colombiano.
Chile llora 50 años de la muerte de Salvador Allende en el Palacio de la Moneda; 50 años de la llegada de la dictadura de Pinochet y, con ella, los años más tristes y crueles sufridos en el país austral. En Colombia, en el 2011, la ley de víctimas y restitución de tierras estableció el 9 de abril como día nacional para honrar a las víctimas del conflicto armado interno.
El 9 de abril de 1948 mataron a Jorge Eliécer Gaitán en el centro de Bogotá, y con el asesinato del líder y candidato popular a la Presidencia de Colombia, asesinaron parte de la esperanza y de la democracia; aplazaron por demasiado tiempo la llegada del pueblo al poder, y la construcción de una sociedad menos inequitativa. Un país con justicia social nos habría ahorrado 60 años de enfrentamientos armados.
Si no hubieran matado a Gaitán… quizá Colombia no tendría hoy nueve millones de víctimas; no llevaríamos más de medio siglo de guerras fratricidas, y la discriminación, el racismo y la pobreza no habrían marginado a millones de compatriotas. ¡Cuántas miles de familias han tenido que defender su paz, su pan y su dignidad, contra el viento y la marea de la ausencia de Estado y el egoísmo de gran parte de la sociedad!
Gaitán fue rector universitario, alcalde, ministro, candidato presidencial… pero, sobre todo, este hombre hijo de una maestra y un librero, era la voz del pueblo; era la marcha del silencio; la protesta ante la violencia oficial; la irreverencia necesaria para haberle dado a la desigualdad y a la injusticia social, un cause democrático en vez de esta tragedia que se arrastra entre las venas y las grietas de nuestro país.
Los colombianos hemos sufrido de una u otra manera los efectos de la guerra y casi todos hemos sido parte de la ecuación de un desastre que se volvió costumbre. Seis décadas devastadoras no dejan a nadie incólume y la indiferencia debería ser una aberración inadmisible.
Días de homenajes a los que se fueron, de reconocimiento al valor, a la resistencia, al dolor de los herederos. Días para pensar qué hemos hecho y qué haremos el resto de nuestras vidas para enmendar las causas que le dieron origen a este desangre largo y anunciado. Días para decidirnos a superar los ciclos de violencia y entender que eso implica abrir dentro de la civilidad escenarios democráticos, espacios de participación de quienes piensan distinto y han actuado distinto; de quienes empuñaron antes un fusil que un cuaderno, y merecen una segunda oportunidad, porque quizá nosotros mismos les negamos la primera.
Días de reflexión. Afuera sigue la tempestad. Y adentro, la convicción de reconstruir un país fracturado por la violencia, que es la peor de todas las tormentas y la única que depende del ser humano, perpetuar o acabar.
Gloria Arias Nieto