Para los colombianos éste es el agosto más lleno de expectativas políticas, sociales y económicas de los últimos 60 años. El presidente aún no se ha posesionado, faltan designaciones claves y el Congreso apenas empieza; sin embargo, en pocos días, algo muy fuerte ya cambió en el chip de millones de ciudadanos.
Los vientos de agosto traen un nuevo país; uno al que algunos le temen, otros visualizan entre cortinas de incertidumbre, y la mayoría espera con la intención y la convicción de un futuro mejor. Un futuro que deberá empezar por reconstruir la confianza y por crear nuevos lenguajes y respuestas innovadoras, visionarias y concretas, a los dramas acumulados en generaciones de inequidad y violencia. Un futuro en el que proteger la vida sea una prioridad, la dignidad se vuelva costumbre, el Estado asuma su razón de ser, y la verdad importe. Un futuro que llevamos décadas esperando y que el pueblo supo defender en las urnas al canalizar la urgencia, y romper con la mismidad de un modelo desgastado.
La llegada de Gustavo Petro y Francia Márquez a los cargos más importantes del país, demuestra que la libertad de elección no se dejó absorber por la inercia ni se dejó comprar por el miedo; que todo aguante tiene un límite y a toda artimaña le llega su punto final.
Demuestra que al verdadero cambio no se llega por las armas sino por la democracia; no se impone, no se desprecia ni se puede aplazar hasta el final de los tiempos. El cambio que esperaban 20 millones de colombianos que todas las noches se acuestan con hambre, llegó y se posesiona el próximo domingo 7 de agosto.
Cambios tan profundos como los que necesita nuestra sociedad, lógicamente generan traumatismos, porque remueven cimientos y zonas de confort. Dependerá no solo del gobierno sino de los gremios y sectores, que quienes resulten afectados sean los cómplices de la indolencia, de la corrupción y la violencia, y no quienes generan empleo y cumplen su responsabilidad social; que no se lesionen quienes conciben la economía como una herramienta que se ocupa más del desarrollo social que del lucro individual; ni se aleje a los inversionistas que dinamizan el trabajo y la productividad, sino a quienes enferman la tierra y contaminan campos y campesinos.
Los vientos de agosto nos traen la posibilidad de implementar el acuerdo de paz con las FARC; propiciar y cumplir espacios de diálogo con el ELN y lograr el sometimiento a la justicia de las bandas criminales. Tenemos que ser capaces de cambiar los indicadores de éxito de nuestras fuerzas militares, para no medir el triunfo en número de bajas y capturas, sino en vidas salvadas, policías y líderes sociales protegidos, y excombatientes recibidos en una sociedad que le apueste a la reconciliación y no a la venganza.
Nada será gratis ni fácil pero es posible entre todos, construir una nueva Colombia que deje de hacerse el harakiri con la política de drogas; se comprometa con la educación de la inteligencia y de las emociones; respete la infancia, la mujer y la vejez; proteja a los más vulnerables y estimule la simbiosis entre ciencia, conciencia y solidaridad.
Carlos Duque -el hombre de la magia vuelta imagen- diseñó el símbolo de la transmisión de mando presidencial. Tres mariposas, amarilla, azul y roja; una Colombia luminosa, con la vida diversa y frágil; con la fuerza de algo parecido a la alegría, al optimismo, a la necesidad de cuidar al otro y ayudarlo a ser libre. Este año los vientos de agosto traen el aire de colores y el pulso de la voz del pueblo.
Para los colombianos éste es el agosto más lleno de expectativas políticas, sociales y económicas de los últimos 60 años. El presidente aún no se ha posesionado, faltan designaciones claves y el Congreso apenas empieza; sin embargo, en pocos días, algo muy fuerte ya cambió en el chip de millones de ciudadanos.
Los vientos de agosto traen un nuevo país; uno al que algunos le temen, otros visualizan entre cortinas de incertidumbre, y la mayoría espera con la intención y la convicción de un futuro mejor. Un futuro que deberá empezar por reconstruir la confianza y por crear nuevos lenguajes y respuestas innovadoras, visionarias y concretas, a los dramas acumulados en generaciones de inequidad y violencia. Un futuro en el que proteger la vida sea una prioridad, la dignidad se vuelva costumbre, el Estado asuma su razón de ser, y la verdad importe. Un futuro que llevamos décadas esperando y que el pueblo supo defender en las urnas al canalizar la urgencia, y romper con la mismidad de un modelo desgastado.
La llegada de Gustavo Petro y Francia Márquez a los cargos más importantes del país, demuestra que la libertad de elección no se dejó absorber por la inercia ni se dejó comprar por el miedo; que todo aguante tiene un límite y a toda artimaña le llega su punto final.
Demuestra que al verdadero cambio no se llega por las armas sino por la democracia; no se impone, no se desprecia ni se puede aplazar hasta el final de los tiempos. El cambio que esperaban 20 millones de colombianos que todas las noches se acuestan con hambre, llegó y se posesiona el próximo domingo 7 de agosto.
Cambios tan profundos como los que necesita nuestra sociedad, lógicamente generan traumatismos, porque remueven cimientos y zonas de confort. Dependerá no solo del gobierno sino de los gremios y sectores, que quienes resulten afectados sean los cómplices de la indolencia, de la corrupción y la violencia, y no quienes generan empleo y cumplen su responsabilidad social; que no se lesionen quienes conciben la economía como una herramienta que se ocupa más del desarrollo social que del lucro individual; ni se aleje a los inversionistas que dinamizan el trabajo y la productividad, sino a quienes enferman la tierra y contaminan campos y campesinos.
Los vientos de agosto nos traen la posibilidad de implementar el acuerdo de paz con las FARC; propiciar y cumplir espacios de diálogo con el ELN y lograr el sometimiento a la justicia de las bandas criminales. Tenemos que ser capaces de cambiar los indicadores de éxito de nuestras fuerzas militares, para no medir el triunfo en número de bajas y capturas, sino en vidas salvadas, policías y líderes sociales protegidos, y excombatientes recibidos en una sociedad que le apueste a la reconciliación y no a la venganza.
Nada será gratis ni fácil pero es posible entre todos, construir una nueva Colombia que deje de hacerse el harakiri con la política de drogas; se comprometa con la educación de la inteligencia y de las emociones; respete la infancia, la mujer y la vejez; proteja a los más vulnerables y estimule la simbiosis entre ciencia, conciencia y solidaridad.
Carlos Duque -el hombre de la magia vuelta imagen- diseñó el símbolo de la transmisión de mando presidencial. Tres mariposas, amarilla, azul y roja; una Colombia luminosa, con la vida diversa y frágil; con la fuerza de algo parecido a la alegría, al optimismo, a la necesidad de cuidar al otro y ayudarlo a ser libre. Este año los vientos de agosto traen el aire de colores y el pulso de la voz del pueblo.