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Las crisis de las últimas semanas en la Coalición Centro Esperanza confirman que toda situación es susceptible de empeorarse. Dos años de trabajo intenso, de filigrana política, de llamados al sentido común y a desarmar los espíritus, están ahora en riesgo de naufragio porque alguien decidió convertirse en la versión femenina y siglo XXI de Catón, el censor romano.
Íngrid Betancourt tenía todo en sus manos para ejercer un papel conciliador y de cohesión, pero hizo exactamente lo contrario y lesionó gravemente un proyecto político llamado a salvarnos de otros cuatro años de polarización y confrontación.
¡Ay, Íngrid! ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué sentido tenía vestirse de adalid de la moral y querer ejercer de árbitro, cuando llevaba más de 13 años viendo la cancha a control remoto? Usted ha sido una mujer valiente, una sobreviviente de la guerra, pero eso no la gradúa de juez y parte de la rectitud electoral.
No vamos a repasar la bronca y el desasosiego de estos últimos días. Usted libremente eligió salirse de la Coalición, a pesar de haberse comprometido a respaldar un proyecto íntegro e integrador y construir juntos un país mejor. Ahora se lleva su nombre y su partido; y aun cuando muchos han dicho que su salida es irrelevante, no podemos tapar con un dedo la tormenta: causó un daño enorme.
Quizás olvidó, al momento de irse, que usted le había dado el aval de su partido a Humberto de la Calle, cabeza de lista, el #1 de los aspirantes al Congreso por la Coalición Centro Esperanza. Quizá también olvidó que ese #1 tenía el compromiso de respaldar a quien resultara ganador en la consulta de marzo y llegar con una voz estructurada y compacta al legislativo. De la Calle aceptó encabezar una lista al Senado para cumplir un proyecto político sólido y representativo, no un proyecto de vida personal.
Pero usted, Íngrid, al irse -tan sorpresivamente como se lanzó hace pocos días de precandidata presidencial- golpeó los cimientos de la Esperanza y rompió un compromiso por la unidad.
Ya dirán los abogados doctos en la materia qué puede y qué no puede pasar con las candidaturas avaladas por Oxígeno Verde. Los presidenciales no tienen problema porque el calendario les permite aceptar otro aval. Pero Humberto de la Calle y otros aspirantes al Congreso en distintas regiones del país a partir del sábado quedaron políticamente huérfanos, porque jurídicamente ya no es tiempo de buscar otro aval ni pueden representar a una Coalición a la que su partido ya no pertenece. Igualmente, y en aras al tema de la doble militancia, De la Calle -entre otras complicaciones- ya no podría cumplir su palabra de apoyar por igual a todos los precandidatos presidenciales de la Esperanza, porque el partido ya no está en la Coalición.
La prepotencia es enemiga de la construcción colectiva, y créame Íngrid que si algo necesitábamos y necesitamos en Colombia, es unión. No desintegración. No caballos de Troya ni jueces en paracaídas, ungidos vaya uno a saber por quién.
La Coalición y los precandidatos presidenciales siguen, y es urgente que encuentren la manera de reponerse de las fracturas y ser más que una suma de individuos crispados. Seguramente ahí muy cerca, siempre faro, estará De la Calle, porque él es mucho más que una curul y no necesita ser senador para seguir trabajando por la reconstrucción de Colombia. Él ha sido, es y será la brújula del Centro.
Pero usted, Ingrid, vino, vio y no venció: Vino, vio y dividió. Horrible.