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Seamos lógicos, así la lógica incomode porque obliga a pensar. Muchos afirman que miles de jóvenes han permanecido en las calles desde el 28 de abril porque los líderes de la izquierda, el país vecino y/o las disidencias, les han lavado el cerebro. Algo así como un gigantesco operativo psico-quirúrgico, urdido por las garras del comunismo. Lamento decepcionarlos: el tema no es por ahí, es estructural y los muchachos decidieron asumir riesgos enormes, porque tenemos la democracia amenazada, y hay millones de personas a quienes la pobreza y la falta de oportunidades les reventaron la paciencia.
“Son seres humanos inferiores”, dijo un banquero refiriéndose a los manifestantes. “Idiotas útiles”, los llamaron en un chat de “profesionales de bien”, como hablando de un sofá sin patas o de un juguete de control remoto. No señores, respetémonos, y el tema no es de manipulación: se llama indignación.
A quienes juzgan desde su coraza de lino, plomo y almidón, les ruego que sientan a quienes piensan distinto; bajémonos del ovni: a los indígenas no los manipulan los cocaleros; a los estudiantes no los maneja la izquierda; ni a la izquierda la guerrilla; ni a la guerrilla los rusos. La gente tiene pensamiento propio; las mingas nacieron por una decisión autónoma, y los muchachos que están en las calles tienen neuronas suficientes para notar que en Colombia el desempleo está desbocado, la clase media arruinada y 2.4 millones de familias se acuestan con hambre.
“El reconocimiento es el mejor antídoto contra el resentimiento”, dijo Sergio Jaramillo en El Espectador. ¡Sí, mil veces sí!
La protesta explotó porque tenemos un Estado negacionista y vuelto flecos, producto de corrupciones, indolencias e ineptitudes acumuladas. El problema lleva años cocinándose, y ahora se rebotó con el desconecte de Carrasquilla, la precariedad de la salud pública, un gobierno al que le siguen debiendo las clases de derechos humanos, y el 42% de los colombianos sumidos en la pobreza… Pero ni siquiera la mediocridad de Duque -la de él solito- habría sido capaz de provocar esta expresión ciudadana, inédita, masiva y decidida, si hubiéramos tenido -como nación previa a él- un sustrato de relativa equidad y de respeto por la condición humana. Hemos aplazado eternamente la reforma rural, porque en Colombia los campesinos están arrinconados por los terratenientes; dejamos que los narcos se bebieran sorbo a sorbo buena parte de la sociedad; y los presupuestos para la guerra histórica e histéricamente han arrasado a los de salud y educación. En la miscelánea nacional han pretendido vendernos llaves de casilleros para abrir puertas blindadas, y paños de agua tibia para curar peritonitis.
Envío esta columna antes del encuentro entre gobierno y comité del paro. La pandemia nos está devorando y esta mezcla de aglomeraciones, balas y tambores, empeora las cifras de contagios y mortalidad. Ojalá el gobierno entienda que esto no se arregla con represión sino con medidas sociales concretas, y que la legitimidad de un gobernante no está en el número de proyectiles disparados, sino en la capacidad de comprender a los gobernados. Decisiones ¡ya! Comenzando por desmilitarizar las ciudades y que la fuerza pública deje de embestir con armas y tanquetas. El comité de paro también tiene mucho por hacer, por ejemplo, ser menos confuso y más representativo.
En una democracia la gente debe ser el centro de la discusión, no el botín de la prepotencia. ¿Será mucho pedir?