El ministro Carrasquilla volvió a sembrar la idea de que el salario mínimo es demasiado alto en Colombia. “El sector formal contrata a un costo que es relativamente alto. La relación, para poner un ejemplo, entre el salario mínimo legal y el salario medio del país, está entre los más altos del mundo”, dijo.
En los medios que cubrieron el mensaje -y que le pusieron el picante necesario para que muchos se declararan indignados por la afirmación-, se presentaron cifras de la OCDE y del Banco BNP Paribas, que muestran que el salario mínimo en Colombia corresponde al 87 % del salario medio, “mientras que en el conjunto de países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde) es de 52 por ciento. En Turquía es alrededor de 75 por ciento; en Chile y Costa Rica está por debajo del 70 por ciento, y en México está entre 30 y 40 por ciento, un nivel similar al de Estados Unidos y España”.
El ministro podría tener razón en que un salario mínimo menor -¿5 % menor?, ¿10 % menor?, ¿cuánto?- haría que las empresas colombianas contrataran a algunos de los actuales desempleados. Se reducirían los costos laborales, pero sería contra el bienestar de las familias que devengan el salario mínimo y, de paso, contra los ingresos de otros hogares, ya que el salario mínimo sirve como referencia para las negociaciones de otros salarios (efecto de faro).
Si estuviera solo en manos de los empresarios, estos podrían preferir negociar con sus trabajadores sin restricciones institucionales como las del salario mínimo. En sintonía con el ADN neoliberal, podría ser deseable, para muchos de ellos, la eliminación de otras reglas que les impiden también vincular a más personas en sus nóminas.
No obstante, no es nada fácil definir el mejor salario mínimo para el bienestar social. Por eso, aunque el ministro podría tener razón, podría estar pifiado. La evidencia de la literatura económica sobre los efectos del salario mínimo sobre el desempleo apunta a varias direcciones. Y los verdaderos obstáculos a la generación de empleo parecen estar en la incapacidad del país para alcanzar tasas de crecimiento altas y sostenidas, con un modelo de desarrollo –de incentivos– que propicie la expansión de los sectores que pueden balancear productividad laboral y creación de empleo, por ejemplo: agroindustria y turismo. Esto sería mejor que lo ya conocido: minería y petróleo –que no generan mucho empleo directo– o empleo informal callejero –que no es de alta productividad-.
Cuando se reconoce que el problema está en la estructura productiva del país, los datos de BNP Paribas se pueden leer de otra forma. El ministro Carrasquilla habría podido afirmar: “¡nuestros salarios medios son demasiado bajos en relación con el salario mínimo! Mientras en Colombia los salarios medios son apenas 1,1 veces el salario mínimo, en México son 3,3 veces el salario mínimo. Por eso, vamos a revisar nuestro modelo productivo, nuestra política económica inercial, para ver cómo mejorar la productividad y el empleo en Colombia, y sacar al país de su estancamiento de competitividad. No vamos a buscar más la fiebre en las sábanas. No es el salario mínimo. Es la estrategia fallida de competitividad del país que se refleja en estos salarios medios demasiado bajos, ridículamente bajos. Sí, lo confieso, fui defensor de esa estrategia en varias oportunidades. Pero, no más, nunca más”.
Profesor asociado de Economía y director de Investigación de la Pontificia Universidad Javeriana (http://www.javeriana.edu.co/blogs/gonzalohernandez/)
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.
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El ministro Carrasquilla volvió a sembrar la idea de que el salario mínimo es demasiado alto en Colombia. “El sector formal contrata a un costo que es relativamente alto. La relación, para poner un ejemplo, entre el salario mínimo legal y el salario medio del país, está entre los más altos del mundo”, dijo.
En los medios que cubrieron el mensaje -y que le pusieron el picante necesario para que muchos se declararan indignados por la afirmación-, se presentaron cifras de la OCDE y del Banco BNP Paribas, que muestran que el salario mínimo en Colombia corresponde al 87 % del salario medio, “mientras que en el conjunto de países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde) es de 52 por ciento. En Turquía es alrededor de 75 por ciento; en Chile y Costa Rica está por debajo del 70 por ciento, y en México está entre 30 y 40 por ciento, un nivel similar al de Estados Unidos y España”.
El ministro podría tener razón en que un salario mínimo menor -¿5 % menor?, ¿10 % menor?, ¿cuánto?- haría que las empresas colombianas contrataran a algunos de los actuales desempleados. Se reducirían los costos laborales, pero sería contra el bienestar de las familias que devengan el salario mínimo y, de paso, contra los ingresos de otros hogares, ya que el salario mínimo sirve como referencia para las negociaciones de otros salarios (efecto de faro).
Si estuviera solo en manos de los empresarios, estos podrían preferir negociar con sus trabajadores sin restricciones institucionales como las del salario mínimo. En sintonía con el ADN neoliberal, podría ser deseable, para muchos de ellos, la eliminación de otras reglas que les impiden también vincular a más personas en sus nóminas.
No obstante, no es nada fácil definir el mejor salario mínimo para el bienestar social. Por eso, aunque el ministro podría tener razón, podría estar pifiado. La evidencia de la literatura económica sobre los efectos del salario mínimo sobre el desempleo apunta a varias direcciones. Y los verdaderos obstáculos a la generación de empleo parecen estar en la incapacidad del país para alcanzar tasas de crecimiento altas y sostenidas, con un modelo de desarrollo –de incentivos– que propicie la expansión de los sectores que pueden balancear productividad laboral y creación de empleo, por ejemplo: agroindustria y turismo. Esto sería mejor que lo ya conocido: minería y petróleo –que no generan mucho empleo directo– o empleo informal callejero –que no es de alta productividad-.
Cuando se reconoce que el problema está en la estructura productiva del país, los datos de BNP Paribas se pueden leer de otra forma. El ministro Carrasquilla habría podido afirmar: “¡nuestros salarios medios son demasiado bajos en relación con el salario mínimo! Mientras en Colombia los salarios medios son apenas 1,1 veces el salario mínimo, en México son 3,3 veces el salario mínimo. Por eso, vamos a revisar nuestro modelo productivo, nuestra política económica inercial, para ver cómo mejorar la productividad y el empleo en Colombia, y sacar al país de su estancamiento de competitividad. No vamos a buscar más la fiebre en las sábanas. No es el salario mínimo. Es la estrategia fallida de competitividad del país que se refleja en estos salarios medios demasiado bajos, ridículamente bajos. Sí, lo confieso, fui defensor de esa estrategia en varias oportunidades. Pero, no más, nunca más”.
Profesor asociado de Economía y director de Investigación de la Pontificia Universidad Javeriana (http://www.javeriana.edu.co/blogs/gonzalohernandez/)
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