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Se alborotó el tema de las proyecciones económicas con los titulares de que la economía colombiana cerraría el 2021 creciendo 7,6% (Ocde) –el Banco Mundial dice 5,9%, el Gobierno dice 6% (y que podría ser casi 7%)–.
Este optimismo toma por sorpresa a muchos (con razón), en un panorama de intenso malestar social, fuerte incidencia de la pobreza y alto desempleo. Y en el contexto de gran incertidumbre en el que estamos, parecido a un mar picado, llegan indicadores confusos como olas en todas las direcciones.
Fedesarrollo, por ejemplo, que le apunta ahora a un crecimiento de 7,2% (antes 4,8%), anunció simultáneamente que la percepción sobre la favorabilidad de las condiciones económicas y sociopolíticas para invertir empeoró, que el porcentaje de utilización de la capacidad instalada cayó frente a la medición anterior (aunque es mejor que hace un año), y que el índice de confianza comercial tiene tendencia positiva, mientras el índice de confianza industrial no logra despegar de manera sostenida–y eso que buena parte del optimismo en las proyecciones de crecimiento se encuentra basado en la industria manufacturera–.
¿Es entonces el optimismo generalizado de las proyecciones una alucinación de tierra firme? No (aunque algo de eso sí hay). Las proyecciones optimistas tienen en cuenta que en el primer trimestre de 2021 la economía creció 1,1%. Colombia logró salir formalmente de la recesión y alcanzó un PIB superior al del primer trimestre de 2019. A estos datos las proyecciones le suman buenos vientos que vienen del escenario mundial y algunos supuestos, quizás débiles, sobre la situación nacional.
Lo más sólido: el panorama de la economía mundial sigue siendo muy positivo. La reactivación de las economías avanzadas está en marcha, consecuencia de los fuertes estímulos fiscales y la exitosa vacunación. Eso se traduce en una mayor demanda por exportaciones colombianas y en precios más altos de las materias primas. El precio del petróleo Brent, de referencia para Colombia, ¡es 85% más alto que hace un año! Un choque positivo de ingresos para el país, que relaja la restricción fiscal y remueve obstáculos para la recuperación.
A nivel interno, las proyecciones optimistas anticipan seguramente que las protestas en la calle perderán impulso, que no hay vuelta atrás con la apertura de la economía (aunque las cifras de la pandemia están en sus peores momentos) y que la vacunación avanza. Estos elementos, sin embargo, son mucho más inciertos y frágiles que los supuestos favorables de la economía global. El malestar social del país no es un asunto coyuntural. El Gobierno no puede seguir posponiendo una política contundente de reactivación económica con empleo. No puede subestimar las protestas, que seguirán en erupción y que, aunque no sean continuas sino intermitentes, afectan las decisiones de inversión de las empresas, que requieren estabilidad en lugar de convulsión. No se puede seguir confundiendo el rebote de la economía –luego de tocar el piso con una caída de 6,8% del PIB en 2020– con recuperación.
Hoy estamos frente a proyecciones optimistas, pero que son muy frágiles, especialmente por el entorno institucional que el Gobierno no ha logrado controlar. Un año y medio después de iniciada la pandemia, el país sigue pagando la factura de sus descuidos, principalmente en las capacidades del servicio integral de salud, y sigue dependiendo de los mercados internacionales, en donde muy poco control tiene.
Ph.D. en Economía, University of Massachusetts-Amherst. Profesor asociado de Economía y director de Investigación de la Pontificia Universidad Javeriana (http://www.javeriana.edu.co/blogs/gonzalohernandez/).