Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El presidente Petro había manifestado ya en campaña su interés de renegociar el tratado de libre comercio (TLC) con Estados Unidos. La justificación está en las asimetrías de la negociación y en los efectos negativos del tratado en algunos subsectores agrícolas del país, en particular cuando compiten con fuertes políticas de subsidios en los Estados Unidos.
Sin embargo, su reciente llamado a revisar el tratado —junto con la participación en el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (Ciadi)— no puede entenderse ignorando la elección norteamericana de hace solo tres semanas. Hoy es inoportuno enviar a Estados Unidos un llamado a la renegociación como uno de los primeros mensajes diplomáticos en vísperas del segundo tiempo de la administración Trump.
Primero, porque es prácticamente imposible que el Congreso de los Estados Unidos abra las puertas a una renegociación. Incluso si se le otorgaran facultades al ejecutivo, sería ingenuo esperar ahora mejores términos para Colombia que los logrados al TLC suscrito en 2006 y que entró en vigencia en 2012.
Segundo, de ninguna manera sería recomendable una aproximación unilateral de Colombia, con denuncia y posible retiro del TLC, poniendo en riesgo el intercambio comercial y las inversiones, entre otros aspectos porque los inversionistas prefieren dirimir las diferencias en tribunales internacionales.
Y tercero, no puede olvidarse que la relación entre Colombia y Estados Unidos a nivel bipartidista, que va más allá de las diferencias entre demócratas y republicanos, es más compleja en la actualidad: la lucha contra las drogas no concentra la agenda como hace 30 años; hay nuevas prioridades geopolíticas en los Estados Unidos con una versión 2.0 de la guerra fría; la plataforma ideológica de cada partido es menos homogénea; el frente migratorio será abordado por la administración Trump con mayor presión dentro y fuera de las fronteras de los Estados Unidos; está anunciada la guerra comercial con China, y Venezuela representa un desafío en el plano de la estabilidad democrática de América Latina. Sobre esto último, sea dicho de paso, sorprenden las declaraciones confusas del Gobierno de Colombia sobre “el error” de las elecciones en el país vecino.
Con ese panorama, Colombia tiene que reforzar, no dispersar, su diplomacia en el campo económico. En lugar de la renegociación del tratado, sirve mejor pensar en la expansión del nearshoring, que Colombia gane participación en las cadenas de suministro que atiende el mercado de Estados Unidos con productos que en este momento son importados desde China, pero que seguramente enfrentarán aranceles más altos en medio de la guerra comercial. Además, hay que aprovechar la política industrial norteamericana, iniciada por el gobierno Biden, encontrando vínculos con la esperada política industrial y exportadora de Colombia, que sigue aún en el campo de los anuncios y no en el de la ejecución.
Esos puntos no impiden el fortalecimiento de otras alianzas (América Latina, Asia-Pacífico) para diversificar nuestro comercio internacional o que se atiendan las fragilidades de la defensa jurídica del Estado, que al parecer motivaron las declaraciones del presidente sobre el Ciadi.
El tratado tardó muchos años antes de arrancar. La administración Trump no renegociará, y hay que evitar el riesgo de aranceles que bloquearían hasta la posibilidad de nearshoring. Cautela mejor que audacia en este asunto.
* Exviceministro técnico de Hacienda y Crédito Público. Profesor titular de Economía de la Universidad Javeriana.