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La maldad es victoriosa en estas épocas.
Triunfa, prevalece, se expande y, además, es justificada, incluso elogiada. Sus adalides son tan sagaces que, además, la hacen lucir como la forma sensata de actuar en “defensa de un bien superior”. Y entonces se impone como lo lógico, como lo natural. Para muchas personas, la maldad y la injusticia y la inclemencia y la barbarie en este mundo de hoy están bien, son aceptables, incluso son deseables.
Pongo por caso el del ejército de Israel, comandado por Benjamín Netanyahu, que ha asesinado a más de 50.000 mujeres y niños en Gaza, mientras los países llamados desarrollados lo han tolerado. Estados Unidos, el más poderoso de todos, lo justifica. Trump y Netanyahu son “mompas”, son amiguetes, se cuidan las espaldas. El Gobierno de Trump ha acogido a Netanyahu, lo ha respaldado, lo ha enaltecido y elogiado como a alguien que está haciendo lo que tenía que hacer, lo que estaba en su derecho de hacer. Es decir, los Estados Unidos le vuelven la espalda a esas miles y miles de muertes infligidas con una violencia inimaginable. Y lo mismo varios países de la OTAN y la Unión Europea.
Es la maldad a plena luz del día, todos los días, sin paliativos. Es un ejército moderno, financiado por las grandes potencias mundiales, lanzando miles de toneladas de bombas durante más de un año, a unas familias, a unas madres, a unos niños, a unos muchachos que estaban ahí quietos en sus casas, en sus escuelas, en sus iglesias, incluso, en sus hospitales. Y los otros les lanzan bombas y los matan porque poseen uno de los ejércitos más letales y poderosos del mundo. Esta es la pura maldad, la pura deshumanización, la pura barbarie. Y, sin embargo, no va a ser condenada, va a ser, está siendo, validada. Nunca va a haber justicia para esas familias y esas comunidades inermes, asesinadas por Netanyahu y su ejército. Netanyahu, respaldado por los países más ricos del mundo, no podrá ser alcanzado nunca. La maldad saldrá triunfante una vez más.
Y los Estados Unidos han ido más allá. El gobierno de Trump ha atacado ferozmente el único intento que había de hacer un poco de justicia, que era la Corte Penal Internacional. Ha desconocido olímpicamente sus procedimientos y fallos, y ha declarado la guerra a sus oficiales y jueces. Los ha satanizado, por haberse pronunciado en contra de Netanyahu, su socio. Y, además, ha advertido que quiere sacar a los palestinos de su territorio y adueñarse de él “porque es lo que resulta mejor para los intereses y la seguridad de Estados Unidos”.
Y entonces viene la justificación falaz y mentirosa, esa que hace verdadero lo falso y aceptable la maldad y la injusticia y la deshumanización: “es que en muestra lucha contra el terrorismo tenemos que pensar en la seguridad del mundo y respaldar a Israel, que es como nuestra base militar en esos territorios escarpados y peligrosos”.
“Y no había de otra, toda esa gente tenía que morir”.
