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Jesús, usted no puede detenerse, tiene que seguir caminando. No pare.
Usted tiene que seguir yendo a los campos, a las veredas, a los bosques, a las riveras, a las montañas y la neblina, al desierto y al mar. Porque si usted no va, no vamos a poder saber. No vamos a poder llorar. No vamos a poder palparnos y sanarnos. No vamos a poder reír otra vez y besarnos otra vez y congregarnos otra vez. No vamos a poder luchar y transformar con nuestras manos. No vamos a poder dormir con nuestros párpados y con nuestras frentes apaciguadas y nuestros corazones que laten.
Usted nos ha dado eso, la certidumbre, la claridad, la certeza de quien se ha descubierto los ojos vendados y pudo ver y regresar a decirlo todo. A recordarlo todo, a derramarlo todo como un agua nueva sobre la piel y los árboles y las gargantas. Usted nos ha dado más que todos los hombres doctos, que todos los sabios, que todos los eruditos, que todas las páginas de los libros y las asignaturas y los tratados.
Usted nos ha dado fortaleza frente al miedo y la desesperanza, porque su voz es la voz de la clemencia y la justicia. Fíjese, siempre, lo que buscan ellos, es eso, que no veamos, que se nos olvide, que posterguemos. Y usted ha derrotado todo eso con su voz y sus ojos y su hondura de hombre. De ser humano, simplemente, humano. Porque usted sabe condolerse, porque usted ha podido llenarse de fuerza y de electrones y de átomos. Y eso nos da esperanza cuando estamos vencidos. Usted nos da esperanza. Usted le da esperanza a esta madre quebrantada y dulce que es Colombia.
A usted, ellos no lo pueden mirar a los ojos. Quitarían la cara. Temblarían de indignidad, de cinismo, de hipocresía, de falacia y de engaño. Usted los ha desnudado a todos. Usted ha dicho el nombre de ellos para que se oiga delante del ruido, delante de la oscuridad y la mentira. Usted ha dicho sus nombres de asesinos, de Caínes.
Lo que usted ha visto, lo que usted ha retratado con su cámara, está ya preservado. Está ya a salvo. Usted ha puesto a salvo las mañanas terribles, las tardes de angustia, las noches de tiniebla y dolor que no podemos olvidar. Y eso vale oro para una nación, porque es la única esperanza de saber, de no postergar. Y usted lo ha hecho valer, lo ha comprobado. Usted ha visto volver del alarido y de la sangre a las mujeres, a los niños, a los labriegos. Usted los ha visto levantarse otra vez después de la ráfaga, del machetazo, de la asfixia, de la huída, de los huesos y la carne dolorida.
Por usted, por su ir caminando y caminando por toda nuestra tierra, todos y todas se han levantado, han resurgido, han respirado. Mientras ellos, los Caínes, no han podido doblegar, extinguir, desaparecer a los que han caído y ahora se levantan. Porque usted les dio su brazo, su hombro, su voz, su amor, sus lágrimas, su coraje.
Usted ha vuelto a la vida a los que han muerto. Y yo y todos y todas, le damos las gracias. Y tenemos que revivirlos.