La rabia de los Emberá tiene 500 años. Lleva 500 años fermentándose.
La rabia con que un grupo de indígenas Emberá, hace unos días, golpeaban con palos a dos agentes de la policía que estaban en el suelo, ya vencidos, tiene 500 años. La furia con que otros sacaron a empujones a una agente de Transmilenio, una muchacha jovencita y desprevenida, y atacaron enfurecidos a los Agentes de Convivencia de la alcaldía, tiene 500 años.
Vuelve uno a mirar cómo los conquistadores españoles expoliaron, sometieron y quebrantaron, física, cultural y moralmente a los indígenas que poblaban nuestro territorio, y entiende que lo que se ha llamado el Descubrimiento y la Conquista solo podía producir dolor y un sentimiento secular, enconado, ardiente, de rabia.
Después, la sociedad colonial que se conformó en nuestro territorio, en la llamada Nueva Granada, y la que se fue definiendo a partir de la Independencia y del comportamiento de las élites criollas, solo representó para los indígenas más de lo mismo. Más del mismo desprecio y la misma segregación que habían sufrido a manos de los españoles. Siempre estuvieron y han estado en lo más marginal, en lo más desprotegido, en los más humillado del espectro social.
Y así hasta nuestros días. Los Emberá, los indígenas todos.
Ahora mismo estoy viendo a las mujeres en la calle, sentadas en el asfalto o en la tierra oscura y húmeda, pidiendo limosna y un poco de clemencia. O de solidaridad sería más propio decir, apelando a la idea elemental de civilidad que debería guiar la vida moderna en las ciudades del mundo. No me des limosna, se solidario más bien. Sí.
Sus niños están ahí con ellas, siempre. Como siempre están ausentes sus esposos. ¿Dónde están los hombres, los indígenas, mientras ellas están en el frío del día y de la calle? Los niños ahí, descalzos, sucios, con hambre, tratando de comerse un pedazo de pan duro y amargo, con hormigas entre la levadura de sus tristezas. Algunas mujeres hacen collares con chaquiras, para vendérselos a los que pasan. Mire usted, ahora, esa señora de pulseras y pelo rubio, les dice que están muy caros, que le hagan una rebaja. La mujer indígena la mira con una rabia y una tristeza de 500 años.
Otras mujeres, más niñas, más jovencitas, con algo de energía, de vitalidad, un puro residuo ya, están tratando de bailar, acompasadas, a la música de sus tradiciones, de sus culturas. Para que los que pasen las miren y se conduelan y les den unas monedas. Da mucha tristeza verlas exponiéndose así… No hay esperanza, no hay gracias ninguna en ese acto…
Tal vez no han debido mandar al ESMAD al edificio Avianca. Para qué suscitar la confrontación así, la violencia. Haber mandado a alguien a hablar con los indígenas, con poder y con claridad de acción. Que les diera las soluciones que con toda la razón están exigiendo. Mal todo, mala manera de proceder, mal saldo…
Hizo bien el presidente visitando a los agentes malheridos. Y reuniéndose con los indígenas hasta la una de la mañana. Vamos a ver qué soluciones se materializan.
La rabia de los Emberá tiene 500 años. Lleva 500 años fermentándose.
La rabia con que un grupo de indígenas Emberá, hace unos días, golpeaban con palos a dos agentes de la policía que estaban en el suelo, ya vencidos, tiene 500 años. La furia con que otros sacaron a empujones a una agente de Transmilenio, una muchacha jovencita y desprevenida, y atacaron enfurecidos a los Agentes de Convivencia de la alcaldía, tiene 500 años.
Vuelve uno a mirar cómo los conquistadores españoles expoliaron, sometieron y quebrantaron, física, cultural y moralmente a los indígenas que poblaban nuestro territorio, y entiende que lo que se ha llamado el Descubrimiento y la Conquista solo podía producir dolor y un sentimiento secular, enconado, ardiente, de rabia.
Después, la sociedad colonial que se conformó en nuestro territorio, en la llamada Nueva Granada, y la que se fue definiendo a partir de la Independencia y del comportamiento de las élites criollas, solo representó para los indígenas más de lo mismo. Más del mismo desprecio y la misma segregación que habían sufrido a manos de los españoles. Siempre estuvieron y han estado en lo más marginal, en lo más desprotegido, en los más humillado del espectro social.
Y así hasta nuestros días. Los Emberá, los indígenas todos.
Ahora mismo estoy viendo a las mujeres en la calle, sentadas en el asfalto o en la tierra oscura y húmeda, pidiendo limosna y un poco de clemencia. O de solidaridad sería más propio decir, apelando a la idea elemental de civilidad que debería guiar la vida moderna en las ciudades del mundo. No me des limosna, se solidario más bien. Sí.
Sus niños están ahí con ellas, siempre. Como siempre están ausentes sus esposos. ¿Dónde están los hombres, los indígenas, mientras ellas están en el frío del día y de la calle? Los niños ahí, descalzos, sucios, con hambre, tratando de comerse un pedazo de pan duro y amargo, con hormigas entre la levadura de sus tristezas. Algunas mujeres hacen collares con chaquiras, para vendérselos a los que pasan. Mire usted, ahora, esa señora de pulseras y pelo rubio, les dice que están muy caros, que le hagan una rebaja. La mujer indígena la mira con una rabia y una tristeza de 500 años.
Otras mujeres, más niñas, más jovencitas, con algo de energía, de vitalidad, un puro residuo ya, están tratando de bailar, acompasadas, a la música de sus tradiciones, de sus culturas. Para que los que pasen las miren y se conduelan y les den unas monedas. Da mucha tristeza verlas exponiéndose así… No hay esperanza, no hay gracias ninguna en ese acto…
Tal vez no han debido mandar al ESMAD al edificio Avianca. Para qué suscitar la confrontación así, la violencia. Haber mandado a alguien a hablar con los indígenas, con poder y con claridad de acción. Que les diera las soluciones que con toda la razón están exigiendo. Mal todo, mala manera de proceder, mal saldo…
Hizo bien el presidente visitando a los agentes malheridos. Y reuniéndose con los indígenas hasta la una de la mañana. Vamos a ver qué soluciones se materializan.