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Dicen los medios de comunicación que hoy en día el aeropuerto El Dorado es el de mayor tráfico de Latinoamérica. Se mueven más personas por este terminal que por los de México o Brasil, por ejemplo. Y dicen también que el año pasado casi siete millones de personas vinieron del extranjero a visitar nuestro país.
Que Colombia es estremecedoramente bella, se sabe, no tiene discusión. Uno pude llorar de dicha viendo sus ríos, sintiéndolos correr en la noche, o viendo sus árboles inmensos y anchos y altísimos, o la luz malva del cielo tiñendo las nubes del final de la tarde, o el aire que tiembla cargado de luz y de sal en el mar. Sí, llora uno de lo bella que es Colombia, es así. Y ríe oyendo la canción de cada comarca. Los colores, las tesituras amorosas de nuestra lengua castellana en el jardín de Colombia. Un verdadero jardín de las Hespérides.
Pero en el Catatumbo más 50.000 personas tuvieron que dejar sus casas, sus parcelas, sus cultivos, sus animales, para que no las asesinaran. Y más de 20.000, mientras escribo esto, están escondidas, pasando hambre y frío y terror para que las balas y los machetazos no las alcancen, a ellas y a sus niños. Sí, a los niños los esconden para que no los maten o para que no se los quiten violentamente. Y casi lo mismo ocurre en el Cauca y en el Chocó y en el sur de Bolívar. Y en más partes de Colombia. Aquí, en este país donde las mujeres y los hombres y los niños están agarrados a la vida y al pasto y al cielo y al agua, con fuerza, temblando, con fervor, hay bandas de criminales que andan sueltas y las asesinan. Y no hay, no ha habido hace siglos un Estado que las proteja, que las defienda.
Entonces, ¿cómo puede ser que vengan los turistas a Colombia? ¿Y de tantas naciones? ¿Es que no saben? ¿Es que no ven las noticias sobre Colombia? ¿No les da miedo? ¿Quién puede querer venir a meterse a esta guerra a muerte que es Colombia en muchos de sus territorios?
Porque son guerras, son bandas compuestas por centenares, por miles de asesinos disparándose. Ráfagas y ráfagas sin fin. Explosiones retumbando y expandiéndose, mientras la gente mira muda por las ventanas o desde las breñas en que se ocultan. Bandas que, además, asesinan a soldados y policías que son en realidad sus hermanos, que tienen sus mismos años, su misma voz, sus mismas manos, su misma madre. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo pueden venir los turistas extranjeros aquí? ¿Cómo es posible que siete millones de personas hayan escogido venir a Colombia?
La única explicación es que, en puntas de pies, en silencio, a espaldas de la violencia, corriendo un riesgo más o menos controlado, más o menos moderado, es posible llegar en sus viajes de turismo a lugares de Colombia que tienen esa mezcla que dijimos arriba: una belleza alucinante del paisaje y una gente vital, resistente, dulce, generosa, pródiga, aferrada a los bordes de la vida.
Y entonces ven eso, esa mezcla, y se estremecen. Y por eso vienen.
