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Hemos oído en los medios de comunicación que el expresidente Juan Manuel Santos podría llegar a ser el nuevo secretario general de las Naciones Unidas. Es un hecho que el expresidente brilla en la escena mundial, a muchos niveles, pues tiene un enorme prestigio. No hay que olvidar que es Premio Nobel de Paz. Entre tanto, el expresidente Álvaro Uribe está forzado a ir a los juzgados a responder por cargos asociados a un delito penal, concretamente, la manipulación de testigos en un caso judicial.
Se le ve mal al hombre, desprestigiado y envilecido, manoseado, como tantos expresidentes que terminan encarcelados por ladrones o responsables de toda clase de abusos mientras estaban en el poder. Qué mal final. Yo entiendo que en este país hay miles de personas que lo adoran, que lo enaltecen, que lo idolatran como si hubiera sido el salvador de Colombia, pero ¡qué mal final!
Este es un caso de justicia poética.
La Historia, con el correr de los años, va poniendo a cada uno en su lugar. Va entregándole a cada uno los réditos de sus actos. Y es que a Uribe no solo hay que juzgarlo penalmente por el caso presente, lo más importante, lo trascendental, lo que representaría un acto de decencia y de justica con toda la nación colombiana, sería juzgarlo por las que las parecen ser evidencias abrumadoras en el sentido de que él fue la persona que creó el paramilitarismo en Colombia y expandió la violencia criminal en el país durante décadas que aún no tienen fin.
Y hay que juzgarlo por el hecho de que él era el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas cuando su “política de seguridad” produjo el asesinato de más de 6.000 muchachos a quienes su Gobierno hizo pasar por guerrilleros abatidos en combate. Uribe tiene que responderle a Colombia por esos hechos, tiene que responderle a miles y miles de víctimas. De otra forma nunca sabremos qué pasó, cómo se exacerbó y prolongó hasta la demencia la violencia criminal en nuestro territorio. Él parece ser responsable directo de todo eso. Hay que juzgarlo y permitir que la justicia actúe y dictamine.
Pero el propio Uribe, al parecer, solo espera que los años pasen y todo eso se olvide. Y él quede a salvo de la justicia que se merece. Y quede como un prohombre y un gran presidente. Pero nosotros no olvidamos. La nación, las víctimas, no olvidan. Por mucho tiempo que pase.
Eso busca el expresidente Uribe, precisamente, cuando dice que no hubo proceso de paz con las Farc. Que no es cierto que se hayan desmovilizado 13.000 combatientes y que por unos meses muchas veredas y regiones que llevaban 50 años de violencia hayan tenido un poco de paz y sosiego. Por eso dice que la JEP no sirve sino para perseguir a los generales, coroneles y oficiales del ejército que él volvió salvajemente contra el pueblo. Y que no es cierto que la Comisión de la Verdad sea una oportunidad para que nos sanemos y nos reconciliemos.
Y ahí lo ve uno en televisión. Más opaco y disminuido que nunca.
