Muchas personas hablan de “La madre Patria”. Han dicho eso: que la patria es como una madre. Cada nación en el ancho mundo sería hija de su territorio. Seríamos las criaturas, los hijos e hijas de la tierra en que nacimos.
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Muchas personas hablan de “La madre Patria”. Han dicho eso: que la patria es como una madre. Cada nación en el ancho mundo sería hija de su territorio. Seríamos las criaturas, los hijos e hijas de la tierra en que nacimos.
Pues a esta madre que es Colombia le matan hijos todos los días.
Miren los cuatro militares que fueron soltados en un precipicio desde un helicóptero, en Cáceres. Y los tres chiquitos que están desaparecidos después de una avalancha de tierra en el Cañón del Micay. Eran hijos de sus madres, claro, de sus madres verdaderas de entrañas y de venas, que los trajeron al mundo, pero eran hijos, al mismo tiempo, de toda esta nación. Hijos de una madre juagada en lágrimas que es Colombia.
¿Quién va a prender el arbolito de Navidad, a hacer el pesebre, a cantar los villancicos en esos hogares? En esos hogares que hoy tienen escarcha y pedazos de hielo en las paredes y camas. ¿Quién?
Llega a la Navidad la madre que es Colombia, encorvada, doblada de dolor. No tiene ya labios para besarnos ni voz para cantarnos y entregarnos al sueño. Es una madre sin leche para amamantarnos, sin brazos para abrazarnos. Le matan a sus hijos. Nadie tiene clemencia con ella, nadie la toca temblando de ternura, nadie le da de beber en los eriales y desiertos que tiene que atravesar.
Allí va nuestra madre, mírenla, miren sus harapos y cortadas, miren los cardos que le ciñen la frente, miren su pelo marchito y sus mejillas ajadas. Miren cómo está Colombia, miren a nuestra madre que renguea y se ahoga en este mundo de demonios y Caínes. Mírenla, cómo cae, cómo llora, cómo pide clemencia.
Las vértebras y los huesos de la columna de Colombia se le marcan debajo de la piel, de lo encorvada, de lo vencida, de lo quebrantada que está ahora que llega esta Navidad. Si logra alzar el mentón y mirar las nubes, las ve como vejigas hinchadas de sangre, de miedo, de tormentas, de alaridos. Nuestra madre se va a morir si no le llegan a las venas y al plasma unas esporas, unas gotas de nutriente y esperanza.
Ya casi no aguanta más dolor nuestra madre. Ya casi se está yendo. Si la mala suerte no la golpea como un trueno, sus mismos hijos la derriban. Aquí los fratricidas no descansan. Pisan a Colombia, le dan puños, la tiran al borde del camino de tiniebla. ¿Ven ese bulto que respira y tiembla? Es ella, al borde del camino, sola.
No hay casi esperanza ya. No hay casi ilusión ya. El cielo está negro ahora que llegó la Navidad, porque han muerto muchos hijos e hijas de nuestra madre. Cuando ella pudo, cuando sus tendones y sus pulmones pudieron, cuando sus ojos llenaban de luz el mundo, cuando en su cuello hallábamos toda la seguridad y la paz, ella nos protegió y fue providente y su pecho fue una canción con el pájaro de su alma revoloteando y tocándonos las pestañas. Hace mucho de eso. Ya ella casi no aguanta más. Nuestra madre casi se está venciendo.
Y esos niños, esos soldados, ahora que llega esta Navidad…