La celebración de la COP29 sobre el Clima, clausurada la semana pasada en Bakú (Azerbaiyán), y la de la COP16 de la Biodiversidad, en Cali, a comienzos del mes, dejan en claro que la crisis ambiental es un problema global que requiere la cooperación entre todas las naciones y que el tiempo se agota para priorizar medidas de emergencia que frenen el tremendo caos que sacude al planeta. En el caso del turismo, el cambio climático amenaza con desastres de mayor impacto económico, social y ambiental y pone en riesgo la supervivencia de destinos reconocidos en el portafolio de los viajes.
La acumulación de gases de efecto invernadero en la atmósfera incrementa las temperaturas globales, provocando el deshielo de los glaciares y la destrucción de los ecosistemas, actores integradores de recursos para beneficio del sector. Fenómenos extremos, como sequías, huracanes, tormentas, inundaciones y el aumento del nivel del mar, consecuencia de la alteración de los patrones climáticos, representan un serio peligro para lugares que, por su belleza y particulares características naturales y culturales, se han transformado en epicentros turísticos.
Numerosas zonas del planeta, en las que el turismo actúa como motor de desarrollo, son víctimas del cambio climático. Destinos localizados en regiones costeras y de alta montaña, que dependen del equilibrio ambiental para su conservación, sufren una gradual destrucción de sus playas, paisajes, hábitats naturales e infraestructuras físicas, con afectaciones económicas, culturales y sociales, desplazamiento de comunidades y menoscabo de sus flujos de viajeros.
Un reciente ejemplo de este impacto ambiental lo registra el estado brasileño de Rio Grande do Sul, devastado por históricas inundaciones que, además, de producir la pérdida de vidas, de bienes materiales y de atractivos públicos, provocaron una migración forzosa de residentes. La suerte de este destino turístico invernal se asemeja a lo ocurrido en paradisiacas islas del archipiélago de Las Maldivas, cuyos habitantes debieron ser trasladados a una isla artificial por la subida del mar, y a lo sucedido en las Islas Marshall, en la Micronesia, donde sus pobladores se quedaron sin provisiones de agua dulce, luego de que el océano inundara sus lagunas, desestabilizando su actividad turística.
Según informe de la revista Science Advances, archipiélagos como las Islas Carolinas, las Cook, las Islas Line, las Gilbert, las Spratly, las Seychelles, las Islas de la Sociedad y las del noroeste de Hawái podrían quedar sumergidas en los próximos cuarenta años. Otros islotes del Pacífico, entre ellos la Polinesia Francesa y Tuvalu también estarían en trance de desaparecer antes de finalizar el siglo. Un sombrío presagio que, conforme a un estudio divulgado por la UNESCO, en 2022, se extiende a varios glaciares considerados patrimonio de la humanidad, que están llamados a extinguirse hacia 2050, por el acelerado recrudecimiento del calentamiento global.
Malas señales recaen sobre otros reconocidos destinos en los que el turismo es fuente principal de divisas. Cancún, en México; la Costa del Sol, en España, y las islas caribeñas de Barbados y Saint Lucia, afrontan la gradual destrucción de playas, causadas por la invasión del mar o por la acción de los huracanes, genera enorme preocupación. Miami se enfrenta a constantes inundaciones costeras y Venecia, uno de los más auténticos centros turísticos del planeta, es acorralada por inundaciones, erosión y un turismo de masas asfixiante. La National Geographic augura que este monumental patrimonio, con más de cien pequeñas islas encadenadas, quedaría sumergida bajo el agua hacia 2100. Como los anteriores casos, decenas más alargan la lista de lugares del planeta en condición de vulnerabilidad, resultado del agravamiento del cambio climático.
En Colombia, caracterizados lugares turísticos están en el punto de mira del calentamiento global. San Andrés, las Islas de Rosario, Cartagena y otras ciudades del litoral tienen prendidas las alarmas por el aumento del nivel del mar y de la erosión costera. La Sierra Nevada de Santa Marta, junto con el parque Los Nevados y el Tayrona, enfrentan desglaciación y cambios en los ecosistemas; la región amazónica soporta deforestación en amplias áreas ecoturísticas, y el Desierto de la Tatacoa y el Parque Arqueológico de San Agustín agudizan la alteración de sus patrones ambientales en perjuicio de su preservación y atractivo turístico.
El aumento de las temperaturas globales plantea desafíos y exige encontrar el equilibrio adecuado entre el desarrollo económico y la sostenibilidad. Los gobiernos, individualmente, requieren implementar estrategias de adaptación y mitigación para proteger, tanto los ecosistemas como las comunidades dependientes del turismo. Y entendiendo la dinámica de la realidad climática, algunos destinos deben rediseñarse, considerando ofrecer incentivos para prácticas turísticas sostenibles e imponer restricciones de acceso para limitar la huella de carbono.
El planeta se acerca al punto de no retorno y la comunidad internacional no tiene más opción que proceder con disposición política para evitar que estallen las peores consecuencias de la crisis climática. De no actuar con rapidez, los daños serán irreversibles en toda actividad humana y el turismo, particularmente vulnerable, será una de las principales víctimas. Muchos destinos corren el riesgo de desaparecer, bien sea por la negligencia o por la codicia de aquellas élites que se lucran y actúan como determinadores del caos ambiental y que, en nuestro caso, podrían convertir el país de la belleza en el país de la fealdad.
En el sector: Guayatá, al sur occidente de Boyacá, no solo es uno de los municipios más genuinos, típicos y espléndidos de Colombia, sino uno de los pocos que ha ingresado con honores a la selecta lista de los récords Guinness. Y no una, sino dos veces. En 2019 rompió marca mundial con la más grande y hermosa alfombra de flores, de 3.000 m², dentro del marco de su tradicional festival del Corpus Christi, uno de los eventos más importantes de la región. Tres años después superó la hazaña al ampliar a 4.000 m² la extensión de su colorido mosaico floral, en el que se proyectan escenas de símbolos religiosos y de su propia cotidianidad. Desde entonces, este pequeño pueblo de singular arquitectura, con toque europeo, de casas blancas, techos rojos y balcones adornados, se convirtió en epicentro de turistas nacionales y extranjeros. Es este un lugar imperdible para los viajeros, por su atractivo visual y, como asegura su alcalde, Julio Alberto Romero, por esa particular capacidad que tiene de transportar a quienes recorren sus pintorescas calles empedradas, a esos pueblecitos idílicos y encantadores que proyectan la acogedora ruralidad española e italiana.
@gsilvar5
La celebración de la COP29 sobre el Clima, clausurada la semana pasada en Bakú (Azerbaiyán), y la de la COP16 de la Biodiversidad, en Cali, a comienzos del mes, dejan en claro que la crisis ambiental es un problema global que requiere la cooperación entre todas las naciones y que el tiempo se agota para priorizar medidas de emergencia que frenen el tremendo caos que sacude al planeta. En el caso del turismo, el cambio climático amenaza con desastres de mayor impacto económico, social y ambiental y pone en riesgo la supervivencia de destinos reconocidos en el portafolio de los viajes.
La acumulación de gases de efecto invernadero en la atmósfera incrementa las temperaturas globales, provocando el deshielo de los glaciares y la destrucción de los ecosistemas, actores integradores de recursos para beneficio del sector. Fenómenos extremos, como sequías, huracanes, tormentas, inundaciones y el aumento del nivel del mar, consecuencia de la alteración de los patrones climáticos, representan un serio peligro para lugares que, por su belleza y particulares características naturales y culturales, se han transformado en epicentros turísticos.
Numerosas zonas del planeta, en las que el turismo actúa como motor de desarrollo, son víctimas del cambio climático. Destinos localizados en regiones costeras y de alta montaña, que dependen del equilibrio ambiental para su conservación, sufren una gradual destrucción de sus playas, paisajes, hábitats naturales e infraestructuras físicas, con afectaciones económicas, culturales y sociales, desplazamiento de comunidades y menoscabo de sus flujos de viajeros.
Un reciente ejemplo de este impacto ambiental lo registra el estado brasileño de Rio Grande do Sul, devastado por históricas inundaciones que, además, de producir la pérdida de vidas, de bienes materiales y de atractivos públicos, provocaron una migración forzosa de residentes. La suerte de este destino turístico invernal se asemeja a lo ocurrido en paradisiacas islas del archipiélago de Las Maldivas, cuyos habitantes debieron ser trasladados a una isla artificial por la subida del mar, y a lo sucedido en las Islas Marshall, en la Micronesia, donde sus pobladores se quedaron sin provisiones de agua dulce, luego de que el océano inundara sus lagunas, desestabilizando su actividad turística.
Según informe de la revista Science Advances, archipiélagos como las Islas Carolinas, las Cook, las Islas Line, las Gilbert, las Spratly, las Seychelles, las Islas de la Sociedad y las del noroeste de Hawái podrían quedar sumergidas en los próximos cuarenta años. Otros islotes del Pacífico, entre ellos la Polinesia Francesa y Tuvalu también estarían en trance de desaparecer antes de finalizar el siglo. Un sombrío presagio que, conforme a un estudio divulgado por la UNESCO, en 2022, se extiende a varios glaciares considerados patrimonio de la humanidad, que están llamados a extinguirse hacia 2050, por el acelerado recrudecimiento del calentamiento global.
Malas señales recaen sobre otros reconocidos destinos en los que el turismo es fuente principal de divisas. Cancún, en México; la Costa del Sol, en España, y las islas caribeñas de Barbados y Saint Lucia, afrontan la gradual destrucción de playas, causadas por la invasión del mar o por la acción de los huracanes, genera enorme preocupación. Miami se enfrenta a constantes inundaciones costeras y Venecia, uno de los más auténticos centros turísticos del planeta, es acorralada por inundaciones, erosión y un turismo de masas asfixiante. La National Geographic augura que este monumental patrimonio, con más de cien pequeñas islas encadenadas, quedaría sumergida bajo el agua hacia 2100. Como los anteriores casos, decenas más alargan la lista de lugares del planeta en condición de vulnerabilidad, resultado del agravamiento del cambio climático.
En Colombia, caracterizados lugares turísticos están en el punto de mira del calentamiento global. San Andrés, las Islas de Rosario, Cartagena y otras ciudades del litoral tienen prendidas las alarmas por el aumento del nivel del mar y de la erosión costera. La Sierra Nevada de Santa Marta, junto con el parque Los Nevados y el Tayrona, enfrentan desglaciación y cambios en los ecosistemas; la región amazónica soporta deforestación en amplias áreas ecoturísticas, y el Desierto de la Tatacoa y el Parque Arqueológico de San Agustín agudizan la alteración de sus patrones ambientales en perjuicio de su preservación y atractivo turístico.
El aumento de las temperaturas globales plantea desafíos y exige encontrar el equilibrio adecuado entre el desarrollo económico y la sostenibilidad. Los gobiernos, individualmente, requieren implementar estrategias de adaptación y mitigación para proteger, tanto los ecosistemas como las comunidades dependientes del turismo. Y entendiendo la dinámica de la realidad climática, algunos destinos deben rediseñarse, considerando ofrecer incentivos para prácticas turísticas sostenibles e imponer restricciones de acceso para limitar la huella de carbono.
El planeta se acerca al punto de no retorno y la comunidad internacional no tiene más opción que proceder con disposición política para evitar que estallen las peores consecuencias de la crisis climática. De no actuar con rapidez, los daños serán irreversibles en toda actividad humana y el turismo, particularmente vulnerable, será una de las principales víctimas. Muchos destinos corren el riesgo de desaparecer, bien sea por la negligencia o por la codicia de aquellas élites que se lucran y actúan como determinadores del caos ambiental y que, en nuestro caso, podrían convertir el país de la belleza en el país de la fealdad.
En el sector: Guayatá, al sur occidente de Boyacá, no solo es uno de los municipios más genuinos, típicos y espléndidos de Colombia, sino uno de los pocos que ha ingresado con honores a la selecta lista de los récords Guinness. Y no una, sino dos veces. En 2019 rompió marca mundial con la más grande y hermosa alfombra de flores, de 3.000 m², dentro del marco de su tradicional festival del Corpus Christi, uno de los eventos más importantes de la región. Tres años después superó la hazaña al ampliar a 4.000 m² la extensión de su colorido mosaico floral, en el que se proyectan escenas de símbolos religiosos y de su propia cotidianidad. Desde entonces, este pequeño pueblo de singular arquitectura, con toque europeo, de casas blancas, techos rojos y balcones adornados, se convirtió en epicentro de turistas nacionales y extranjeros. Es este un lugar imperdible para los viajeros, por su atractivo visual y, como asegura su alcalde, Julio Alberto Romero, por esa particular capacidad que tiene de transportar a quienes recorren sus pintorescas calles empedradas, a esos pueblecitos idílicos y encantadores que proyectan la acogedora ruralidad española e italiana.
@gsilvar5