El gobierno estadounidense tomó la decisión de sepultar las controversiales travel warnings —con las que periódicamente sentenciaba a determinados países por sus problemas de seguridad y de orden público— y estableció un ranking global de asesoría al viajero —travel advisory—, que clasifica en cuatro categorías a todas las naciones del mundo, considerando en cada una de ellas sus particularidades internas a nivel territorial.
Las alertas de viaje gringas se convierten en un incómodo lastre para muchos gobiernos, por la percepción negativa en la imagen que se genera dentro del mercado turístico internacional. El cambio de sistema, sin embargo, resulta más coherente y realista y menos perjudicial, por cuanto le pone punto final a esa nociva generalización que satanizaba a ciertos países, a los que se calificaba de riesgosos, pese a disponer de amplias zonas de sus territorios con bajos niveles de inseguridad y peligro. La nueva clasificación discrimina en cada país las zonas donde las amenazas son visibles y específicas.
Las travel warnings tuvieron a Colombia durante muchos años en la mira e influyeron en la restricción de oferta de turistas estadounidenses, nuestro segundo flujo más importante de viajeros del exterior, con más de medio millón de visitas. Estas desaparecidas alertas se alimentaban no solo con hechos de violencia terrorista, sino con otros sucesos que forman parte de nuestra cotidianidad: desde la transgresión a las leyes de tránsito, hasta el uso de sustancias sicotrópicas en lugares de rumba y los altercados con armas de fuego resultantes de disputas callejeras. El amplio manual de advertencias, difundido entre ciudadanos y cuerpo diplomático acreditado, provocaba reservas y colocaba barreras al turismo.
Aunque el nuevo método recoge algunas de estas preocupaciones, se diferencia del anterior en que ya no estigmatiza a todo un país —salvo que los riesgos de seguridad sean evidentes—, sino que individualiza con información precisa el nivel de peligro que pueda presentarse en diferentes lugares de su territorio. El ranking vigente determina cuatro categorías. La primera invita a los turistas a tomar precauciones normales en el destino de viaje; la segunda sugiere extremar las medidas de prevención durante la visita; la tercera, propone reconsiderar el desplazamiento, y la cuarta recomienda de manera categórica prescindir de él.
En la medición global, el Departamento de Estado le aplica a Colombia la categoría dos, exceptuando ciertas regiones. Los departamentos del Valle, Córdoba, Cesar, Meta, Casanare, Putumayo, Vaupés, Caquetá, Guainía, Guaviare, Nariño y Vichada son considerados de alto riesgo potencial, propio de la tercera categoría, en tanto que Norte de Santander, Arauca, Cauca y Chocó se notifican con características de cuarta categoría ante eventuales eventos terroristas. Con el sistema anterior, la advertencia tácitamente se extendía a todos los puntos de la geografía, con evidente exageración de los peligros y una consiguiente afectación al turismo.
En la misma categoría dos fueron clasificados países de la región como México y Brasil, y algunos aliados importantes de los Estados Unidos, entre ellos España, Francia, Alemania y Reino Unido, donde los sobresaltos terroristas protagonizados por los grupos islámicos se ciernen como una sombra que acecha la tranquilidad de residentes y turistas.
Las acciones terroristas emprendidas por bandas criminales y el Eln, un grupo ilegal pequeño, disperso, con estructura jerárquica sin autoridad de mando, pero con enorme capacidad de daño, constituyen uno de los principales motivos para que medio país se mantenga encasillado en los rangos de alto riesgo impuestos por las autoridades gringas. Una advertencia categórica para que el Gobierno tome el toro por los cachos y lidere acciones en materia de infraestructura y orden público en esas vastas zonas promisorias, a fin de cerrarle el círculo a la delincuencia y ponerle fin al retraso de su progreso y a la continuada vulneración de su tejido social.
De todas maneras, no deja de ser curioso que Estados Unidos, el primer policía del mundo, donde los brotes de violencia sacuden de cuando en cuando la tranquilidad de sus ciudades y las muertes con armas de fuego registran una de las tasas más altas del mundo, se muestre siempre dispuesto —con el dedo acusador— a priorizar sus políticas públicas de seguridad, mirando la paja en el ojo ajeno y no las vigas propias, con las que pretende levantar un muro de concreto a su alrededor.
El gobierno estadounidense tomó la decisión de sepultar las controversiales travel warnings —con las que periódicamente sentenciaba a determinados países por sus problemas de seguridad y de orden público— y estableció un ranking global de asesoría al viajero —travel advisory—, que clasifica en cuatro categorías a todas las naciones del mundo, considerando en cada una de ellas sus particularidades internas a nivel territorial.
Las alertas de viaje gringas se convierten en un incómodo lastre para muchos gobiernos, por la percepción negativa en la imagen que se genera dentro del mercado turístico internacional. El cambio de sistema, sin embargo, resulta más coherente y realista y menos perjudicial, por cuanto le pone punto final a esa nociva generalización que satanizaba a ciertos países, a los que se calificaba de riesgosos, pese a disponer de amplias zonas de sus territorios con bajos niveles de inseguridad y peligro. La nueva clasificación discrimina en cada país las zonas donde las amenazas son visibles y específicas.
Las travel warnings tuvieron a Colombia durante muchos años en la mira e influyeron en la restricción de oferta de turistas estadounidenses, nuestro segundo flujo más importante de viajeros del exterior, con más de medio millón de visitas. Estas desaparecidas alertas se alimentaban no solo con hechos de violencia terrorista, sino con otros sucesos que forman parte de nuestra cotidianidad: desde la transgresión a las leyes de tránsito, hasta el uso de sustancias sicotrópicas en lugares de rumba y los altercados con armas de fuego resultantes de disputas callejeras. El amplio manual de advertencias, difundido entre ciudadanos y cuerpo diplomático acreditado, provocaba reservas y colocaba barreras al turismo.
Aunque el nuevo método recoge algunas de estas preocupaciones, se diferencia del anterior en que ya no estigmatiza a todo un país —salvo que los riesgos de seguridad sean evidentes—, sino que individualiza con información precisa el nivel de peligro que pueda presentarse en diferentes lugares de su territorio. El ranking vigente determina cuatro categorías. La primera invita a los turistas a tomar precauciones normales en el destino de viaje; la segunda sugiere extremar las medidas de prevención durante la visita; la tercera, propone reconsiderar el desplazamiento, y la cuarta recomienda de manera categórica prescindir de él.
En la medición global, el Departamento de Estado le aplica a Colombia la categoría dos, exceptuando ciertas regiones. Los departamentos del Valle, Córdoba, Cesar, Meta, Casanare, Putumayo, Vaupés, Caquetá, Guainía, Guaviare, Nariño y Vichada son considerados de alto riesgo potencial, propio de la tercera categoría, en tanto que Norte de Santander, Arauca, Cauca y Chocó se notifican con características de cuarta categoría ante eventuales eventos terroristas. Con el sistema anterior, la advertencia tácitamente se extendía a todos los puntos de la geografía, con evidente exageración de los peligros y una consiguiente afectación al turismo.
En la misma categoría dos fueron clasificados países de la región como México y Brasil, y algunos aliados importantes de los Estados Unidos, entre ellos España, Francia, Alemania y Reino Unido, donde los sobresaltos terroristas protagonizados por los grupos islámicos se ciernen como una sombra que acecha la tranquilidad de residentes y turistas.
Las acciones terroristas emprendidas por bandas criminales y el Eln, un grupo ilegal pequeño, disperso, con estructura jerárquica sin autoridad de mando, pero con enorme capacidad de daño, constituyen uno de los principales motivos para que medio país se mantenga encasillado en los rangos de alto riesgo impuestos por las autoridades gringas. Una advertencia categórica para que el Gobierno tome el toro por los cachos y lidere acciones en materia de infraestructura y orden público en esas vastas zonas promisorias, a fin de cerrarle el círculo a la delincuencia y ponerle fin al retraso de su progreso y a la continuada vulneración de su tejido social.
De todas maneras, no deja de ser curioso que Estados Unidos, el primer policía del mundo, donde los brotes de violencia sacuden de cuando en cuando la tranquilidad de sus ciudades y las muertes con armas de fuego registran una de las tasas más altas del mundo, se muestre siempre dispuesto —con el dedo acusador— a priorizar sus políticas públicas de seguridad, mirando la paja en el ojo ajeno y no las vigas propias, con las que pretende levantar un muro de concreto a su alrededor.