En lo corrido de la década el turismo en Colombia ha mantenido un comportamiento favorable y sus signos positivos se siguen proyectando a corto y mediano plazo. De algo más de un millón y medio de turistas extranjeros en 2010, el año pasado se superó la meta de los 5,1 millones –incluyendo a 742 mil colombianos residentes en el exterior-, según las cifras que anuncia el Gobierno. Solo el año pasado se registró un incremento del 12,6 por ciento con respecto a 2018. Frente a este panorama, todo parece indicar que los 5.400.000 turistas de los que habla la ministra de Comercio para 2018 serán pan comido.
La industria de los viajes avanza a buen paso, poniéndole ritmo a su tasa de crecimiento. Hoy en día es la segunda exportadora y captadora de divisas, por encima de sectores tradicionales como el café, los bananos y las flores. Le respira en el hombro al petróleo, con el que espera estrechar diferencias al término del gobierno Santos, cuando se calcula que por concepto de ingresos le reportará a las arcas oficiales $6.000 millones de dólares.
Varios factores inciden en la dinámica de este proceso de conquista de mercados y de inclusión en los catálogos de algunas de las más importantes empresas turísticas del mundo. Desde el realismo mágico que describe las características del país, sazonado con hermosos paisajes, abundante biodiversidad y una definida riqueza cultural en las multidiversas regiones de la geografía nacional, hasta la mejora de la infraestructura turística, el desarrollo hotelero, el incremento de la conectividad aérea y el empaquetamiento de productos sostenibles y atrayentes para las tendencias de los viajeros de estas épocas.
Los progresos en seguridad, sumado al escenario del posconflicto, repercuten favorablemente en la imagen del país y benefician las acciones de promoción como destino internacional. El desarme de los fusiles guerrilleros renueva la confianza, en tanto que le garantiza mayores niveles de tranquilidad al turista. El nuevo clima de orden público posiblemente contribuirá a que se reconsideren las alertas a los viajeros, con las que gobiernos -como el de Estados Unidos- advierten a sus nacionales sobre los riesgos de visitar estas tierras sobresaltadas.
Un actor fundamental dentro del proceso de posicionamiento del país como destino turístico es Procolombia. Una joven entidad que sustituyó hace tres años a Proexport, creada en los inicios de los años noventa, durante la apertura económica, para impulsar las exportaciones. Procolombia cuenta con un umbral de acción más amplio y se ajusta a las exigencias de la globalización. Tiene en la mira la promoción de las exportaciones no tradicionales, la de la inversión extranjera y la del turismo internacional.
La estrategia de su presidente, Felipe Jaramillo, se enfoca en el aprovechamiento de la coyuntura para vender la imagen de un destino en paz, en el que se descubren experiencias sostenibles competitivas y de calidad. La recuperación y reconstrucción por parte del Gobierno de esa amplia franja de territorios victimizados, pero también rebosados de valores culturales, ambientales y ecológicos -la mayoría, inexplorados para la industria- facilita la conquista de mayores flujos de viajeros.
En el marco de lo que la entidad denomina una ‘Colombia más grande’, nueve departamentos afectados por el conflicto armado entraron a formar parte de su trabajo misional. Con ello se le muestra al mundo la diversa y cautivadora oferta de turismo de naturaleza y aventura en Caquetá, Putumayo, Casanare, Vichada, Guaviare y Guainía; las experiencias culturales de Córdoba y Bolívar, y el reconocimiento local del Meta dentro del segmento de los viajes de incentivos, organizados por las empresas a sus empleados.
Las comunidades de estas regiones tienen en el turismo una alternativa formal y legal de ingresos. Su fomento permitirá sustituir las antiguas economías del conflicto, basadas en la rentabilidad de los cultivos ilegales. De ahí, el desafío de ProColombia para la validación de su oferta.
Sus esfuerzos deberán ser complementarios al trabajo que en materia social, económica y de seguridad emprendan otras entidades públicas y privadas, pero claves para abrirle espacios al turismo, elevar los índices de reconocimiento internacional como destino, cambiar la coca por el coco, y contribuir al despegue económico de esa otra Colombia, históricamente abandonada por el Estado.
En lo corrido de la década el turismo en Colombia ha mantenido un comportamiento favorable y sus signos positivos se siguen proyectando a corto y mediano plazo. De algo más de un millón y medio de turistas extranjeros en 2010, el año pasado se superó la meta de los 5,1 millones –incluyendo a 742 mil colombianos residentes en el exterior-, según las cifras que anuncia el Gobierno. Solo el año pasado se registró un incremento del 12,6 por ciento con respecto a 2018. Frente a este panorama, todo parece indicar que los 5.400.000 turistas de los que habla la ministra de Comercio para 2018 serán pan comido.
La industria de los viajes avanza a buen paso, poniéndole ritmo a su tasa de crecimiento. Hoy en día es la segunda exportadora y captadora de divisas, por encima de sectores tradicionales como el café, los bananos y las flores. Le respira en el hombro al petróleo, con el que espera estrechar diferencias al término del gobierno Santos, cuando se calcula que por concepto de ingresos le reportará a las arcas oficiales $6.000 millones de dólares.
Varios factores inciden en la dinámica de este proceso de conquista de mercados y de inclusión en los catálogos de algunas de las más importantes empresas turísticas del mundo. Desde el realismo mágico que describe las características del país, sazonado con hermosos paisajes, abundante biodiversidad y una definida riqueza cultural en las multidiversas regiones de la geografía nacional, hasta la mejora de la infraestructura turística, el desarrollo hotelero, el incremento de la conectividad aérea y el empaquetamiento de productos sostenibles y atrayentes para las tendencias de los viajeros de estas épocas.
Los progresos en seguridad, sumado al escenario del posconflicto, repercuten favorablemente en la imagen del país y benefician las acciones de promoción como destino internacional. El desarme de los fusiles guerrilleros renueva la confianza, en tanto que le garantiza mayores niveles de tranquilidad al turista. El nuevo clima de orden público posiblemente contribuirá a que se reconsideren las alertas a los viajeros, con las que gobiernos -como el de Estados Unidos- advierten a sus nacionales sobre los riesgos de visitar estas tierras sobresaltadas.
Un actor fundamental dentro del proceso de posicionamiento del país como destino turístico es Procolombia. Una joven entidad que sustituyó hace tres años a Proexport, creada en los inicios de los años noventa, durante la apertura económica, para impulsar las exportaciones. Procolombia cuenta con un umbral de acción más amplio y se ajusta a las exigencias de la globalización. Tiene en la mira la promoción de las exportaciones no tradicionales, la de la inversión extranjera y la del turismo internacional.
La estrategia de su presidente, Felipe Jaramillo, se enfoca en el aprovechamiento de la coyuntura para vender la imagen de un destino en paz, en el que se descubren experiencias sostenibles competitivas y de calidad. La recuperación y reconstrucción por parte del Gobierno de esa amplia franja de territorios victimizados, pero también rebosados de valores culturales, ambientales y ecológicos -la mayoría, inexplorados para la industria- facilita la conquista de mayores flujos de viajeros.
En el marco de lo que la entidad denomina una ‘Colombia más grande’, nueve departamentos afectados por el conflicto armado entraron a formar parte de su trabajo misional. Con ello se le muestra al mundo la diversa y cautivadora oferta de turismo de naturaleza y aventura en Caquetá, Putumayo, Casanare, Vichada, Guaviare y Guainía; las experiencias culturales de Córdoba y Bolívar, y el reconocimiento local del Meta dentro del segmento de los viajes de incentivos, organizados por las empresas a sus empleados.
Las comunidades de estas regiones tienen en el turismo una alternativa formal y legal de ingresos. Su fomento permitirá sustituir las antiguas economías del conflicto, basadas en la rentabilidad de los cultivos ilegales. De ahí, el desafío de ProColombia para la validación de su oferta.
Sus esfuerzos deberán ser complementarios al trabajo que en materia social, económica y de seguridad emprendan otras entidades públicas y privadas, pero claves para abrirle espacios al turismo, elevar los índices de reconocimiento internacional como destino, cambiar la coca por el coco, y contribuir al despegue económico de esa otra Colombia, históricamente abandonada por el Estado.