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El Departamento Nacional de Seguridad de Estados Unidos decidió cambiar la estrategia que cuatro meses atrás les aplicó a diez naciones musulmanas, dentro de su política por endurecer la seguridad para los vuelos provenientes del exterior. Desde la semana pasada cerca de 300 aeropuertos de 105 países extremaron los controles a los aparatos electrónicos transportados en equipajes de mano, a solicitud del organismo. La intención es cerrarles el paso a eventuales riesgos de que tales dispositivos se adapten y utilicen como armas criminales.
Los informes que circulan por la Casa Blanca sobre la posibilidad de que terroristas del Oriente Medio introduzcan a los aviones bombas camufladas dentro de estos ligeros aparatos de uso común preocupan a las autoridades, que se han propuesto adoptar medidas preventivas “visibles e invisibles”. La primera reacción se produjo en marzo pasado cuando advirtieron a las aerolíneas de diez naciones de esa convulsionada región que las tabletas y computadoras portátiles deberían registrarse como equipaje de bodega y no podrían abordarse por la cabina de pasajeros en los vuelos hacia Estados Unidos. La orden, replicada de inmediato por el Reino Unido, quedó en salmuera para extenderla al resto del mundo.
Sin embargo, la medida que finalmente se adoptó para otros 105 países mantuvo la opción de trasladar los aparatos electrónicos en cabina, pero sometidos a estricta revisión de seguridad. Los portátiles deberán presentarse por separado del resto del equipaje en los puestos de control de los aeropuertos de partida, o en otros puntos de preinspección, y podrán ser puestos a prueba por funcionarios de migración. Procedimiento que alargará los tiempos de embarque en 280 aeropuertos del mundo, desde donde se movilizan alrededor de 350.000 pasajeros diarios hacia los Estados Unidos.
En aras de garantizar la seguridad, esta última medida parece ser más razonable y efectiva que la aplicada en un principio a los países del Oriente Medio, de los cuales dos ya fueron eximidos. Una laptop bomba, en caso de explotar, vaya en cabina o depositada en carga, puede ser sinónimo de tragedia. En consecuencia, es más práctico detectar si se utiliza como instrumento con fines criminales revisándola en las puertas de abordaje que dejándola al vaivén de una inspección aleatoria dentro del grueso de un equipaje embodegado. Una amenaza puede estar facturada en bodega como en las manos de un pasajero.
Junto a eventuales razonamientos de lógica, en el cambio de criterio de las autoridades gringas pudo haber pesado una cierta dosis de presión de las mismas aerolíneas, afectadas por la natural preocupación de los usuarios. En los tiempos actuales, tener acceso a computadoras personales, en particular durante los largos viajes trasatlánticos, es una necesidad para millones de pasajeros. Su afectación puede medirse en cuantiosas pérdidas económicas, sumadas a los altos riesgos que produce desterrar a bodega aparatos sensiblemente frágiles y vulnerables de ser víctimas de robo, daño y hackeo.
Desde hace varias décadas el terrorismo puso en su mira a la industria turística. La aviación, uno de sus principales protagonistas, no está exenta. Secuestros de aeronaves y otros actos terroristas han sido posibles por el aminoramiento de las medidas de vigilancia. Recordemos el derribo en Colombia de un avión de Avianca por orden del narcotraficante Pablo Escobar, en 1988. Aunque desde el ataque de Al Qaeda a las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, los gobiernos vienen aumentando los estándares de control, con acciones preventivas y disuasorias, los casos no se detienen. En 2015 un avión ruso explotó entre Egipto y San Petersburgo, con 225 víctimas, por causa de una bomba transportada en la bodega, y el año pasado otro artefacto introducido en un portátil estalló dentro de la cabina de un avión somalí.
La aviación civil, además de símbolo de la globalización, es un blanco colectivo de gran impacto mediático que facilita el principal objetivo de los terroristas, que es precisamente crear terror. Y para un gobierno como el de Trump, de nacionalismo exacerbado, esta misma clase de odios e intolerancia que se replica contra Occidente habrá de ser pretexto ideal para darle puntadas a la construcción de un muro aéreo que impida —si lo puede— ‘navegar’ por el ciberespacio.