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Este año se cumplen 100 años de la publicación de La Vorágine, la novela de José Eustasio Rivera, quien en buena prosa contó la tragedia que vivieron miles de indígenas y campesinos esclavizados por los “empresarios” del caucho.
Su protagonista principal es Arturo Cova y su descripción es la de un poeta altivo y aventurero cuyas expresiones perfectamente hiladas adornan la novela de principio a fin. El otro protagonista, a mi modo de ver, es Clemente Silva, un viejo pastuso que se internó en la selva amazónica buscando a su hijo. En su caso, no fue la aventura la que lo lanzó a la selva, sino la necesidad. La historia de Clemente Silva es la misma de muchos nariñenses que desafiaron las selvas de la Amazonia buscando a familiares que lo hicieron antes o simplemente buscando una tierra que les ofreciera aquello de lo que carecían: propiedad rural e ingreso digno. Mi abuela paterna, por ejemplo, viajó en 1939 desde Nariño hacia Mocoa junto con su pequeño hijo (mi padre) buscando a su hermano menor, quien siendo adolescente huyó de su casa atraído por las noticias de extracción de oro en el Putumayo.
Desde esa época hasta nuestros días, se ha desplazado desde los Andes al Amazonas un contingente de colombianos en busca de una vida digna que no han tenido en sus territorios de origen. Su dramático destino ha sido la incorporación a las actividades extractivas, algunas legales y otras ilegales. Además, la extracción de flora, fauna y minerales se ha desarrollado en menoscabo de los pueblos indígenas y su cultura, de las fuentes hídricas, del bosque y de la biodiversidad.
A pesar de lo que Rivera dio a conocer en La Vorágine, de la violencia que la región ha padecido en las últimas décadas y de la crisis climática, los dirigentes nacionales han hecho muy poco por la Amazonia. Dos excepciones brillan ante la indiferencia histórica: el acuerdo de paz de 2016 y el llamado al mundo que ha hecho el presidente Petro sobre la necesidad de preservar la selva amazónica y garantizar una vida digna a los ciudadanos que en ella viven.
Ojalá este centenario de La Vorágine sea un parteaguas para que en adelante no se reediten historias trágicas como la de Clemente Silva.
* Embajador de Colombia en Brasil.