Resulta difícil encontrar una derrota electoral cuyos efectos políticos y emocionales hayan sido tan devastadores como la ocurrida el 2 de octubre de 2016, fecha en la que se celebró el plebiscito que consultó la opinión de los colombianos sobre el Acuerdo Final de Paz. Esa noche, a millones de colombianos, de manera especial a quienes viven en las zonas más afectadas por la guerra, se nos esfumaban las esperanzas en la medida en que íbamos conociendo los boletines de la Registraduría. De no haber sido por la reacción de los jóvenes en las calles y por el Nobel de Santos, el Acuerdo Final no habría sobrevivido. De todas maneras la paz quedó malherida y eso se hizo palpable durante la renegociación del Acuerdo y durante su tortuosa implementación en el Congreso.
Como si lo anterior fuera poco, dos años después las mayorías eligieron a Iván Duque, el candidato del uribismo, como presidente de la República. Todo estaba servido para que desde el propio Gobierno se le diera la estocada final al Acuerdo. Gracias al compromiso de la comunidad internacional y a la torpeza del Gobierno que no logró construir mayorías en la Comisión Primera del Senado, Duque y los suyos fracasaron en todos sus intentos por hacer trizas la paz.
Seis años después de la derrota en el plebiscito, el triunfo de Gustavo Petro se convierte en una segunda oportunidad para la paz. En primer lugar, porque él siempre ha sido un defensor de la obligación del Estado de implementar integralmente el Acuerdo Final con las Farc; en segundo lugar, porque Petro llegó a la política nacional luego de haber hecho parte de otro pacto de paz. Haber honrado el compromiso con la paz que firmó en 1990 y su éxito en la política electoral son un ejemplo de las bondades que puede tener la terminación de un conflicto armado por la vía del diálogo y con el compromiso estatal de adelantar reformas institucionales para profundizar la democracia.
Si en el pasado los promotores del No en el plebiscito tildaron de ilegítimos todos los esfuerzos por implementar el Acuerdo porque este había sido derrotado en las urnas, hoy la paz goza de su mejor momento político.
Desafortunadamente la situación fiscal del país va a jugar en contra de la voluntad política del nuevo Gobierno. Alcanzar la paz territorial implica una presencia institucional vigorosa en los municipios históricamente afectados por el conflicto y eso exige un esfuerzo fiscal sostenido en los próximos años. Y de contera, por cuenta de recientes investigaciones periodísticas, nos enteramos de que los recursos para la paz provenientes de las regalías están prácticamente agotados y que presuntamente las decisiones sobre su destino estuvieron precedidas de actos de corrupción.
También hay que decir que la implementación del Acuerdo estará inexorablemente afectada por la presencia en los territorios del Eln y las disidencias de las Farc. Estos grupos armados se han fortalecido y multiplicado durante el gobierno de Duque. Lograr la paz con el Eln y el sometimiento a la justicia de los demás deben ser una prioridad.
Esta nueva oportunidad para la paz no se puede dejar pasar. Hay que agotar todos los esfuerzos para alcanzarla totalmente.
Resulta difícil encontrar una derrota electoral cuyos efectos políticos y emocionales hayan sido tan devastadores como la ocurrida el 2 de octubre de 2016, fecha en la que se celebró el plebiscito que consultó la opinión de los colombianos sobre el Acuerdo Final de Paz. Esa noche, a millones de colombianos, de manera especial a quienes viven en las zonas más afectadas por la guerra, se nos esfumaban las esperanzas en la medida en que íbamos conociendo los boletines de la Registraduría. De no haber sido por la reacción de los jóvenes en las calles y por el Nobel de Santos, el Acuerdo Final no habría sobrevivido. De todas maneras la paz quedó malherida y eso se hizo palpable durante la renegociación del Acuerdo y durante su tortuosa implementación en el Congreso.
Como si lo anterior fuera poco, dos años después las mayorías eligieron a Iván Duque, el candidato del uribismo, como presidente de la República. Todo estaba servido para que desde el propio Gobierno se le diera la estocada final al Acuerdo. Gracias al compromiso de la comunidad internacional y a la torpeza del Gobierno que no logró construir mayorías en la Comisión Primera del Senado, Duque y los suyos fracasaron en todos sus intentos por hacer trizas la paz.
Seis años después de la derrota en el plebiscito, el triunfo de Gustavo Petro se convierte en una segunda oportunidad para la paz. En primer lugar, porque él siempre ha sido un defensor de la obligación del Estado de implementar integralmente el Acuerdo Final con las Farc; en segundo lugar, porque Petro llegó a la política nacional luego de haber hecho parte de otro pacto de paz. Haber honrado el compromiso con la paz que firmó en 1990 y su éxito en la política electoral son un ejemplo de las bondades que puede tener la terminación de un conflicto armado por la vía del diálogo y con el compromiso estatal de adelantar reformas institucionales para profundizar la democracia.
Si en el pasado los promotores del No en el plebiscito tildaron de ilegítimos todos los esfuerzos por implementar el Acuerdo porque este había sido derrotado en las urnas, hoy la paz goza de su mejor momento político.
Desafortunadamente la situación fiscal del país va a jugar en contra de la voluntad política del nuevo Gobierno. Alcanzar la paz territorial implica una presencia institucional vigorosa en los municipios históricamente afectados por el conflicto y eso exige un esfuerzo fiscal sostenido en los próximos años. Y de contera, por cuenta de recientes investigaciones periodísticas, nos enteramos de que los recursos para la paz provenientes de las regalías están prácticamente agotados y que presuntamente las decisiones sobre su destino estuvieron precedidas de actos de corrupción.
También hay que decir que la implementación del Acuerdo estará inexorablemente afectada por la presencia en los territorios del Eln y las disidencias de las Farc. Estos grupos armados se han fortalecido y multiplicado durante el gobierno de Duque. Lograr la paz con el Eln y el sometimiento a la justicia de los demás deben ser una prioridad.
Esta nueva oportunidad para la paz no se puede dejar pasar. Hay que agotar todos los esfuerzos para alcanzarla totalmente.