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Falleció en Roma el pasado 17 de mayo, a la edad de 88 años, y está considerado como uno de los personajes del clero colombiano que mayor figuración han tenido en las esferas del Vaticano. Se mantuvo durante largo tiempo en el poder eclesiástico, tanto de Colombia como de la Santa Sede, y protagonizó en nuestro país sonados sucesos en la vida nacional.
García Márquez publicó en la revista Cambio, en abril de 1999, un documentado reportaje sobre la vida y los méritos del prelado, a quien Juan Pablo II había investido con el poderoso cargo de prefecto de la Congregación para el Clero del Vaticano, una de las mayores dignidades de la nómina pontificia, como que es el jefe de más de 400.000 sacerdotes en el mundo. En dicho texto se resalta la importancia que el cardenal tenía en el ámbito del Vaticano, y se le señala como papable. Era un político sagaz movido por sus convicciones religiosas.
En Colombia protagonizó varios actos controvertidos. Entre ellos está su vehemente oposición, en 1975, siendo obispo de Pereira, al nombramiento que López Michelsen hizo de Dora Luz Campo de Botero como gobernadora de Risaralda. Ella llevaba en Barranquilla una vida digna dentro de un matrimonio respetable. Pero el obispo vetó la decisión presidencial por el hecho de que Dora Luz se había casado por la Iglesia y ahora estaba unida en matrimonio civil.
En las elecciones presidenciales de 1974, siendo obispo de Pereira, atacó a Álvaro Gómez por ofrecer en su programa el divorcio y prohibió a los católicos votar por él. En 1994, como arzobispo de Bucaramanga, descalificó a Ernesto Samper por recibir ayuda de iglesias protestantes y pidió votar en blanco. Esta injerencia en asuntos del Estado guarda similitud con la intervención en política, muchos años atrás, de Miguel Ángel Builes como obispo de Santa Rosa de Osos. Época de ingrata recordación que desencadenó el terrible sectarismo religioso en una de las etapas más violentas de la vida colombiana.
La tensión injusta que se produjo contra la recién nombrada gobernadora, que llegaba con las mejores intenciones de servirle a su tierra, se prolongó por cerca de dos semanas. Los párrocos de Pereira, alentados por el obispo, amenazaron con el cierre de los templos si no se revocaba el nombramiento, hasta que Dora Luz se vio precisada a dimitir. Esta situación le quitó a la dama la honra y la tranquilidad, y le ocasionó, lo mismo que a sus hijos, serios problemas de salud. El obispo nunca mostró arrepentimiento por esta acción inhumana.
En Armenia, recibió de Carlos Lehder un dinero a cambio de que le bendijera la Posada Alemana, hecho que no había querido aceptar el obispo local, Libardo Ramírez Gómez. La revista Semana publicó unas fotografías en las que el obispo de Pereira aparecía en diálogo con el mafioso. Ante el escándalo nacional que causó el suceso –conocido como “narcolimosnas” o “narcoiglesia”–, Castrillón haría esta confesión años después: “Yo mismo he recibido dinero de la mafia y lo he repartido entre 105 pobres”. Estas palabras no fueron bien recibidas por la opinión pública.
Como arzobispo de Bucaramanga, lanzó graves acusaciones contra los altos mandos militares que ordenaban aplicar la pena de muerte en forma extrajudicial. Sus palabras causaron hondo malestar en la institución, y por tal motivo se le instó a que presentara pruebas ante la Fiscalía General. Él manifestó que no acusaba a nadie en particular y que su denuncia estaba basada en informes recibidos de personas de su entera confianza. Este fue otro resbalón del prelado. Si no podía sostener su afirmación, ha debido guardar silencio, como lo recomienda la prudencia. Le faltó seguir el consejo de don Quijote: “Al buen callar llaman, Sancho”.
Su carrera en el Vaticano tuvo triste final. En el 2009, un periódico francés publicó una carta en la que Castrillón felicitaba a un obispo que se abstuvo de denunciar a un sacerdote a quien la justicia francesa había condenado a 18 años de cárcel por abuso de menores. Este detonante dio al traste con la brillante trayectoria del prelado colombiano que había ascendido a las cumbres más altas de la jerarquía vaticana. Como por esa fecha había cumplido los 80 años de edad, el papa Benedicto XVI aceptó su renuncia.
Esta sucesión de triunfos y fracasos señala la patética realidad de los seres humanos que se mueven en los estratos del poder y un día deben abandonar los escenarios de la gloria. Darío Castrillón es uno de esos casos, por demás doloroso. La condición humana hace al hombre sujeto de logros y también de flaquezas.
Sin espacio para reseñar toda la cadena de éxitos del cardenal, cabe exaltar su personalidad como abanderado de la paz. Dice Hernán A. Olano García en artículo publicado en El Tiempo: “Castrillón había defendido siempre una salida negociada al conflicto armado interno, y consideraba que cualquier otro procedimiento sería un genocidio. Por eso recalcaba la necesidad del diálogo como salida humana”.
escritor@gustavopaezescobar.com