A finales de diciembre pasado, el periodista antioqueño-caldense Orlando Cadavid Correa publicó una columna en El Mundo, de Medellín, y La Patria, de Manizales, donde daba cuenta del hallazgo de la tumba de Antonio José Restrepo –mejor conocido como Ñito Restrepo– en el Cementerio Central de Bogotá.
Tiempo atrás, el mismo Orlando Cadavid había escrito otra columna donde lamentaba que no se supiera el lugar de la última morada del ilustre colombiano, nacido en Concordia (Antioquia) en 1855 y muerto en Barcelona (España) en 1933. Como yo sí conocía ese sitio, del cual me enteré por la lectura de la excelente biografía de Ñito Restrepo publicada en 1974 por Alirio Gómez Picón, se lo hice saber, incluso señalándole la ubicación exacta en el cementerio bogotano.
Y él divulgó el dato en su columna atrás citada, con la intención que ambos teníamos sobre el traslado de los restos a Concordia, o a Titiribí, pueblo este al que Ñito estuvo más vinculado, y que consideraba su verdadera patria chica. Pasado un mes desde la publicación de la columna de Orlando, ninguno de los dos municipios antioqueños ha hecho pronunciamiento alguno sobre el particular, lo que da a entender que no tienen interés en el asunto.
Debe tenerse en cuenta que la llegada de las cenizas a Bogotá, desde la ciudad de Barcelona, obedeció a un acto patriótico del presidente Eduardo Santos ( hace más de siete décadas, supongo), quien las hizo transportar en el barco “Magallanes” y luego dispuso, como tributo al ilustre escritor y hombre público, la construcción de una bella tumba en el sector 2 del Cementerio Central, denominado Sector Trapecio. Sobre la lápida aparece escrito el nombre de Antonio José Restrepo en letras de hierro, y la tumba, elaborada en piedra maciza, se encuentra ubicada en tierra, en alto relieve.
Examinando mejor el caso, cabe pensar que aquella determinación del presidente Santos tuvo que contar con la aprobación de la familia Restrepo. Álvaro J. Wolf, uno de los pocos descendientes que quedan de ese tronco, dice lo siguiente en mensaje enviado a mi correo electrónico: “Siempre supimos que estaba enterrado en Bogotá. Dudo mucho que a la gente de Concordia le interese esta información, por el hecho de que si bien Ñito naciera allí, él siempre se consideró titiribiseño. Además, Concordia pertenecía geográficamente a Titiribí cuando él nació. En Titiribí siempre se ha honrado la memoria de Ñito. En su parque existe un busto de mármol que siempre se ha mostrado orgullosamente”.
Por otro lado, Gustavo Álvarez Gardeazábal considera que “un librepensador como Ñito Restrepo debería reposar en el Cementerio Libre de Circasia. Si no estoy mal, el poema que hay esculpido en mármol a la derecha de la entrada del cementerio es de su autoría”. Y agrega: “Yo asumo todas las vueltas y costos de Circasia y contribuyo, si es necesario económicamente, a las vueltas de Bogotá. El homenaje y el ditirambo con que debe revestirse el trasteo se lo dejamos a la sapiencia y el conocimiento que Páez y Otto tienen del personaje”.
En efecto, el poema a que hace alusión Álvarez Gardeazábal existe allí y es de la autoría de Ñito Restrepo. Su título es “Himno de los muertos”, en una de cuyas estrofas dice: “No me espantan mentidos terrores; / sin doblar la rodilla viví; / del hermano calmé los dolores; / de la Patria el pendón defendí”. El himno fue compuesto como respuesta a la petición que le hizo la Junta Pro Cementerio Libre de Circasia –presidida por Braulio Botero Londoño, el mayor promotor de la obra– en carta dirigida a Ñito el 22 de septiembre de 1932, a Ginebra (Suiza), donde cumplía una misión diplomática del gobierno colombiano.
De paso, vale la pena comentar para los tiempos actuales que el entonces diplomático –ya en las postrimerías de su existencia– había cumplido una brillante carrera como abogado, político, parlamentario, poeta, cuentista, periodista, panfletario, traductor, prosista de alto vuelo. Personaje de gran peso en la vida nacional, fue representante a la Asamblea de Antioquia y al Congreso de Colombia, procurador general de Antioquia y de la Nación. Militó en las filas del liberalismo y se caracterizó por su estilo combativo y su espíritu librepensador. Además, manejó la copla y el gracejo de manera magistral. Sus enemigos políticos le tenían terror.
Con carta fechada el 2 de noviembre de 1932, Ñito remitió a Braulio Botero su famoso himno a la libertad, que más tarde fue musicalizado por el maestro quindiano Rafael Moncada. Y cinco meses después moría en Barcelona, a donde había llegado de paso, procedente de Bruselas. Su busto fue erigido en la entrada del cementerio, a mano izquierda; y a mano derecha, como lo anota Álvarez Gardeazábal, se encuentra el himno.
Hay un hecho curioso. Navegando por internet, hallé en Wikipedia una pequeña biografía del personaje, de la cual extracto lo siguiente: “Sus restos reposan en el Cementerio Libre de Circasia, Quindío, donde se enterraban los librepensadores para hacer escapar a su familia de un vergonzoso entierro en los muladares dispuestos por la Iglesia Católica, de entonces”.
El ex gobernador quindiano Jaime Lopera manifiesta que el hecho importante para la reubicación de la tumba, sea en Antioquia o en el Quindío, es que no permanezca “casi anónima” en un oscuro pasillo del cementerio bogotano, sino en un lugar destacado para su recordación”. El ex ministro Jorge Valencia Jaramillo, por su parte, ofrece sus servicios para los trámites respectivos, contando con la experiencia que tuvo en igual sentido con el traslado de los restos de José María Vargas Vila, desde Barcelona.
Queda claro que el espíritu de Ñito Restrepo, superior, por supuesto, a sus restos mortales, pervive en Circasia. Lo cual no se opone a que deambule también por varios pueblos antioqueños donde pasó sus mejores días entre repentismos, coplas, tiples y camaraderías, como lo recuerda Juan Fernando Echeverri Calle en mensaje dirigido a esta columna (un legítimo paisa que quisiera, claro está, que la tumba de Bogotá fuera trasladada a su tierra).
El tema se presta para diversos enfoques. Y hay deseos y sentimientos encontrados. Resolverlo no es fácil. Quizá la mejor fórmula es dejarlo como está. En fin de cuentas, son varias las tumbas de Ñito: Barcelona (la inicial); Bogotá, la siguiente; Circasia, la atribuida por Wikipedia; Titiribí, la que sus habitantes llevan en el alma… Lo más importante de todo esto es que a través de los artículos de prensa y del cruce de correspondencia que ellos suscitaron, ha crecido el recuerdo sobre el insigne colombiano (yo diría que antioqueño, bogotano y quindiano a la vez), 77 años después de su muerte en tierra ajena.
A finales de diciembre pasado, el periodista antioqueño-caldense Orlando Cadavid Correa publicó una columna en El Mundo, de Medellín, y La Patria, de Manizales, donde daba cuenta del hallazgo de la tumba de Antonio José Restrepo –mejor conocido como Ñito Restrepo– en el Cementerio Central de Bogotá.
Tiempo atrás, el mismo Orlando Cadavid había escrito otra columna donde lamentaba que no se supiera el lugar de la última morada del ilustre colombiano, nacido en Concordia (Antioquia) en 1855 y muerto en Barcelona (España) en 1933. Como yo sí conocía ese sitio, del cual me enteré por la lectura de la excelente biografía de Ñito Restrepo publicada en 1974 por Alirio Gómez Picón, se lo hice saber, incluso señalándole la ubicación exacta en el cementerio bogotano.
Y él divulgó el dato en su columna atrás citada, con la intención que ambos teníamos sobre el traslado de los restos a Concordia, o a Titiribí, pueblo este al que Ñito estuvo más vinculado, y que consideraba su verdadera patria chica. Pasado un mes desde la publicación de la columna de Orlando, ninguno de los dos municipios antioqueños ha hecho pronunciamiento alguno sobre el particular, lo que da a entender que no tienen interés en el asunto.
Debe tenerse en cuenta que la llegada de las cenizas a Bogotá, desde la ciudad de Barcelona, obedeció a un acto patriótico del presidente Eduardo Santos ( hace más de siete décadas, supongo), quien las hizo transportar en el barco “Magallanes” y luego dispuso, como tributo al ilustre escritor y hombre público, la construcción de una bella tumba en el sector 2 del Cementerio Central, denominado Sector Trapecio. Sobre la lápida aparece escrito el nombre de Antonio José Restrepo en letras de hierro, y la tumba, elaborada en piedra maciza, se encuentra ubicada en tierra, en alto relieve.
Examinando mejor el caso, cabe pensar que aquella determinación del presidente Santos tuvo que contar con la aprobación de la familia Restrepo. Álvaro J. Wolf, uno de los pocos descendientes que quedan de ese tronco, dice lo siguiente en mensaje enviado a mi correo electrónico: “Siempre supimos que estaba enterrado en Bogotá. Dudo mucho que a la gente de Concordia le interese esta información, por el hecho de que si bien Ñito naciera allí, él siempre se consideró titiribiseño. Además, Concordia pertenecía geográficamente a Titiribí cuando él nació. En Titiribí siempre se ha honrado la memoria de Ñito. En su parque existe un busto de mármol que siempre se ha mostrado orgullosamente”.
Por otro lado, Gustavo Álvarez Gardeazábal considera que “un librepensador como Ñito Restrepo debería reposar en el Cementerio Libre de Circasia. Si no estoy mal, el poema que hay esculpido en mármol a la derecha de la entrada del cementerio es de su autoría”. Y agrega: “Yo asumo todas las vueltas y costos de Circasia y contribuyo, si es necesario económicamente, a las vueltas de Bogotá. El homenaje y el ditirambo con que debe revestirse el trasteo se lo dejamos a la sapiencia y el conocimiento que Páez y Otto tienen del personaje”.
En efecto, el poema a que hace alusión Álvarez Gardeazábal existe allí y es de la autoría de Ñito Restrepo. Su título es “Himno de los muertos”, en una de cuyas estrofas dice: “No me espantan mentidos terrores; / sin doblar la rodilla viví; / del hermano calmé los dolores; / de la Patria el pendón defendí”. El himno fue compuesto como respuesta a la petición que le hizo la Junta Pro Cementerio Libre de Circasia –presidida por Braulio Botero Londoño, el mayor promotor de la obra– en carta dirigida a Ñito el 22 de septiembre de 1932, a Ginebra (Suiza), donde cumplía una misión diplomática del gobierno colombiano.
De paso, vale la pena comentar para los tiempos actuales que el entonces diplomático –ya en las postrimerías de su existencia– había cumplido una brillante carrera como abogado, político, parlamentario, poeta, cuentista, periodista, panfletario, traductor, prosista de alto vuelo. Personaje de gran peso en la vida nacional, fue representante a la Asamblea de Antioquia y al Congreso de Colombia, procurador general de Antioquia y de la Nación. Militó en las filas del liberalismo y se caracterizó por su estilo combativo y su espíritu librepensador. Además, manejó la copla y el gracejo de manera magistral. Sus enemigos políticos le tenían terror.
Con carta fechada el 2 de noviembre de 1932, Ñito remitió a Braulio Botero su famoso himno a la libertad, que más tarde fue musicalizado por el maestro quindiano Rafael Moncada. Y cinco meses después moría en Barcelona, a donde había llegado de paso, procedente de Bruselas. Su busto fue erigido en la entrada del cementerio, a mano izquierda; y a mano derecha, como lo anota Álvarez Gardeazábal, se encuentra el himno.
Hay un hecho curioso. Navegando por internet, hallé en Wikipedia una pequeña biografía del personaje, de la cual extracto lo siguiente: “Sus restos reposan en el Cementerio Libre de Circasia, Quindío, donde se enterraban los librepensadores para hacer escapar a su familia de un vergonzoso entierro en los muladares dispuestos por la Iglesia Católica, de entonces”.
El ex gobernador quindiano Jaime Lopera manifiesta que el hecho importante para la reubicación de la tumba, sea en Antioquia o en el Quindío, es que no permanezca “casi anónima” en un oscuro pasillo del cementerio bogotano, sino en un lugar destacado para su recordación”. El ex ministro Jorge Valencia Jaramillo, por su parte, ofrece sus servicios para los trámites respectivos, contando con la experiencia que tuvo en igual sentido con el traslado de los restos de José María Vargas Vila, desde Barcelona.
Queda claro que el espíritu de Ñito Restrepo, superior, por supuesto, a sus restos mortales, pervive en Circasia. Lo cual no se opone a que deambule también por varios pueblos antioqueños donde pasó sus mejores días entre repentismos, coplas, tiples y camaraderías, como lo recuerda Juan Fernando Echeverri Calle en mensaje dirigido a esta columna (un legítimo paisa que quisiera, claro está, que la tumba de Bogotá fuera trasladada a su tierra).
El tema se presta para diversos enfoques. Y hay deseos y sentimientos encontrados. Resolverlo no es fácil. Quizá la mejor fórmula es dejarlo como está. En fin de cuentas, son varias las tumbas de Ñito: Barcelona (la inicial); Bogotá, la siguiente; Circasia, la atribuida por Wikipedia; Titiribí, la que sus habitantes llevan en el alma… Lo más importante de todo esto es que a través de los artículos de prensa y del cruce de correspondencia que ellos suscitaron, ha crecido el recuerdo sobre el insigne colombiano (yo diría que antioqueño, bogotano y quindiano a la vez), 77 años después de su muerte en tierra ajena.