Medio siglo después de su muerte, ocurrida en Manizales en septiembre de 1967, regresa la poetisa Blanca Isaza (mejor, Blanca Isaza de Jaramillo Meza, como le gustaba figurar). Regresa en el precioso libro que lleva por título Blanca, como única palabra que la define en el ámbito regional y que representa el color de la nieve. Eso fue ella: nieve, luz, claridad, diafanidad.
El libro, impreso con arte exquisito por Matiz Taller Editorial de Manizales, se convierte en tributo que rinden a la poetisa el municipio de Abejorral, donde nació en enero de 1898, y la Universidad de Caldas, en nombre de la comarca a la que se vinculó desde los tres años de edad. Es una antología de su obra, en 272 páginas, compilada por Alba Mery Botero, Fernando León González y Juan Camilo Jaramillo. En el prólogo, el profesor de la Universidad de Caldas Nicolás Duque Buitrago hace detenido análisis sobre las facetas de esta producción literaria.
Blanca comenzó a escribir poesía a los 14 años, y tiempo después se le citaba al lado de las grandes poetisas latinoamericanas. Con Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou tuvo estrecha amistad y muchas de sus cartas fueron conservadas por su hija Aída. Alternaba la poesía con la crónica, el cuento y el cuadro de costumbres. Su obra está conformada por 17 libros.
Su palabra es fluida, espontánea, limpia, sin afectaciones ni adornos superfluos. Le brotaba el adjetivo preciso y rechazaba el término impropio. Este rescate literario muestra un legado del bien decir, fortalecido por el uso exigente del idioma y la sensible expresión de las ideas. “Se canta porque sí, porque es preciso fraguar la vida en moldes de belleza”, dijo la poetisa.
Además, dictaba conferencias, asistía a eventos cívicos y culturales, realizaba intensas obras sociales, dirigía su propia revista y, como si fuera poco, era madre de 13 hijos, a la usanza de la época. “Mujer múltiple”, la llama el prologuista. Desde la publicación de su primer libro, Selva florida (1917), hasta el día de su muerte, fueron 50 años dedicados al arte y el hogar. Esas fueron sus dos pasiones entrañables, que se volvieron la justificación de su vida.
Era maestra de la crónica. En la antología se recogen textos magistrales inspirados por su atenta percepción del mundo cotidiano, al que penetraba con ojo avizor y mente lúcida. La lluvia de los pájaros muertos sobre la ciudad, días antes de la aparición del cometa Halley, adquiere el carácter de cuento fantástico que gira entre la realidad y la ficción. El turpial inválido, comprado en Armenia, es un canto al amor y al dolor, aspectos que se mezclan en la frágil criatura que enternece el alma.
En la crónica titulada La ilusión del oro estalla la angustia de la madre ante la aventura del hijo que se va a la montaña en busca del tesoro de las minas, y nunca lo encuentra. Con motivo de la muerte de Barba Jacob, Blanca escribe una perturbadora página en la que narra los infortunios del poeta frente a la indolencia de sus amigos y el desamparo de la patria. En el campo de la poesía es autora de estremecidas creaciones, como Preludio de invierno, Camino de llanto, La vejez del árbol, Y llegará por fin una mañana, Canto a Abejorral, Cuentos a Aída. Y en el cuento, recoge cuadros de tierna sutileza en los que unas veces es el niño el protagonista y otras, el adulto que recorre los caminos de la fantasía.
Su hija Aída fue la última directora de la revista Manizales, fundada por la poetisa en 1940 y que en unión de su esposo, Juan Bautista Jaramillo Meza, dirigió hasta 1967, cuando ella falleció. Luego, el marido quedó al frente de la nave hasta 1978, cuando el desaparecido fue él. A partir de entonces, Aída, en forma sorprendente —ya que no se le conocían tales habilidades—, tomó el timón y condujo el barco durante 26 años, hasta diciembre de 2004, cuando fue clausurada por estrechez económica, tras 64 años de labor continua. La revista Manizales era alta insignia cultural de Caldas, y es de lamentar que no hubiera recibido el apoyo que requería en el momento más duro de su existencia.
Los esposos Jaramillo Isaza fueron coronados poetas en diciembre de 1951. Sus nombres brillaron durante largo tiempo en la cultura regional e incluso nacional. Este libro de Blanca hace resurgir el pasado glorioso. Hoy, Esperanza Jaramillo García, nieta de la pareja ilustre, ocupa puesto destacado en el campo de la poesía. La semilla quedó bien sembrada.
La célebre casa de los esposos, situada en la avenida Santander número 45-05, fue comprada por un anticuario hace tres años. Todo el archivo de la revista y los documentos protegidos por Aída pasaron a una sala abierta en la Universidad de Caldas, en la que fue creada, bajo el auspicio de Francisco González, de la misma universidad, la cátedra denominada Blanca Isaza, que busca recuperar la memoria de quienes forjaron la grandeza intelectual y material de la región.
De los 13 hermanos, la única sobreviviente es Aída Jaramillo, en cuyos oídos repercuten, sin duda, estas palabras desoladas que Blanca sembró en su poema Camino de llanto: “Hermano, el soplo helado del infortunio pasa; / hermano, qué tristeza, se ha acabado la casa, / la casa solariega donde la vida era / un discurrir amable de anhelos y cariños…”.
escritor@gustavopaezescobar.com
Medio siglo después de su muerte, ocurrida en Manizales en septiembre de 1967, regresa la poetisa Blanca Isaza (mejor, Blanca Isaza de Jaramillo Meza, como le gustaba figurar). Regresa en el precioso libro que lleva por título Blanca, como única palabra que la define en el ámbito regional y que representa el color de la nieve. Eso fue ella: nieve, luz, claridad, diafanidad.
El libro, impreso con arte exquisito por Matiz Taller Editorial de Manizales, se convierte en tributo que rinden a la poetisa el municipio de Abejorral, donde nació en enero de 1898, y la Universidad de Caldas, en nombre de la comarca a la que se vinculó desde los tres años de edad. Es una antología de su obra, en 272 páginas, compilada por Alba Mery Botero, Fernando León González y Juan Camilo Jaramillo. En el prólogo, el profesor de la Universidad de Caldas Nicolás Duque Buitrago hace detenido análisis sobre las facetas de esta producción literaria.
Blanca comenzó a escribir poesía a los 14 años, y tiempo después se le citaba al lado de las grandes poetisas latinoamericanas. Con Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou tuvo estrecha amistad y muchas de sus cartas fueron conservadas por su hija Aída. Alternaba la poesía con la crónica, el cuento y el cuadro de costumbres. Su obra está conformada por 17 libros.
Su palabra es fluida, espontánea, limpia, sin afectaciones ni adornos superfluos. Le brotaba el adjetivo preciso y rechazaba el término impropio. Este rescate literario muestra un legado del bien decir, fortalecido por el uso exigente del idioma y la sensible expresión de las ideas. “Se canta porque sí, porque es preciso fraguar la vida en moldes de belleza”, dijo la poetisa.
Además, dictaba conferencias, asistía a eventos cívicos y culturales, realizaba intensas obras sociales, dirigía su propia revista y, como si fuera poco, era madre de 13 hijos, a la usanza de la época. “Mujer múltiple”, la llama el prologuista. Desde la publicación de su primer libro, Selva florida (1917), hasta el día de su muerte, fueron 50 años dedicados al arte y el hogar. Esas fueron sus dos pasiones entrañables, que se volvieron la justificación de su vida.
Era maestra de la crónica. En la antología se recogen textos magistrales inspirados por su atenta percepción del mundo cotidiano, al que penetraba con ojo avizor y mente lúcida. La lluvia de los pájaros muertos sobre la ciudad, días antes de la aparición del cometa Halley, adquiere el carácter de cuento fantástico que gira entre la realidad y la ficción. El turpial inválido, comprado en Armenia, es un canto al amor y al dolor, aspectos que se mezclan en la frágil criatura que enternece el alma.
En la crónica titulada La ilusión del oro estalla la angustia de la madre ante la aventura del hijo que se va a la montaña en busca del tesoro de las minas, y nunca lo encuentra. Con motivo de la muerte de Barba Jacob, Blanca escribe una perturbadora página en la que narra los infortunios del poeta frente a la indolencia de sus amigos y el desamparo de la patria. En el campo de la poesía es autora de estremecidas creaciones, como Preludio de invierno, Camino de llanto, La vejez del árbol, Y llegará por fin una mañana, Canto a Abejorral, Cuentos a Aída. Y en el cuento, recoge cuadros de tierna sutileza en los que unas veces es el niño el protagonista y otras, el adulto que recorre los caminos de la fantasía.
Su hija Aída fue la última directora de la revista Manizales, fundada por la poetisa en 1940 y que en unión de su esposo, Juan Bautista Jaramillo Meza, dirigió hasta 1967, cuando ella falleció. Luego, el marido quedó al frente de la nave hasta 1978, cuando el desaparecido fue él. A partir de entonces, Aída, en forma sorprendente —ya que no se le conocían tales habilidades—, tomó el timón y condujo el barco durante 26 años, hasta diciembre de 2004, cuando fue clausurada por estrechez económica, tras 64 años de labor continua. La revista Manizales era alta insignia cultural de Caldas, y es de lamentar que no hubiera recibido el apoyo que requería en el momento más duro de su existencia.
Los esposos Jaramillo Isaza fueron coronados poetas en diciembre de 1951. Sus nombres brillaron durante largo tiempo en la cultura regional e incluso nacional. Este libro de Blanca hace resurgir el pasado glorioso. Hoy, Esperanza Jaramillo García, nieta de la pareja ilustre, ocupa puesto destacado en el campo de la poesía. La semilla quedó bien sembrada.
La célebre casa de los esposos, situada en la avenida Santander número 45-05, fue comprada por un anticuario hace tres años. Todo el archivo de la revista y los documentos protegidos por Aída pasaron a una sala abierta en la Universidad de Caldas, en la que fue creada, bajo el auspicio de Francisco González, de la misma universidad, la cátedra denominada Blanca Isaza, que busca recuperar la memoria de quienes forjaron la grandeza intelectual y material de la región.
De los 13 hermanos, la única sobreviviente es Aída Jaramillo, en cuyos oídos repercuten, sin duda, estas palabras desoladas que Blanca sembró en su poema Camino de llanto: “Hermano, el soplo helado del infortunio pasa; / hermano, qué tristeza, se ha acabado la casa, / la casa solariega donde la vida era / un discurrir amable de anhelos y cariños…”.
escritor@gustavopaezescobar.com