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En pocos campos del pensamiento tenemos tantos sesgos como en el terreno ideológico. Una propuesta política, si la presenta A, nos parece magnífica, justa, iluminada. Si la presenta B, en cambio, aunque sea la misma, nos parece retrógrada, pésima, inútil. Para evitar este tipo de prejuicio, voy a contar un milagro sin decirles el santo. Lo que sigue le ocurrió a un expresidente (o a un presidente electo) de Colombia en el pasado mes de junio. Omito al protagonista de modo que ustedes puedan avaluar lo ocurrido objetivamente, sin ningún sesgo ideológico. Lo que paso a contar pudo ocurrirle a César Gaviria o a Ernesto Samper o a Andrés Pastrana o a Álvaro Uribe o a Juan Manuel Santos o a Gustavo Petro. Mejor dicho, le ocurrió a uno de ellos.
Uno de los ciudadanos anteriores, con su esposa, estaba a punto de abordar un vuelo internacional de más de seis horas con Avianca. Ninguno de ellos está en funciones, pero sea quien sea de los anteriores (me parece) tiene cierta dignidad y merece cierto respeto por parte de una empresa que si no es, al menos fue la compañía aérea bandera de Colombia. Este ciudadano ilustre y su esposa ya han hecho los trámites de migración, tienen su pase de abordar con las sillas asignadas y han entregado el equipaje. En el momento de embarcar se les informa que no pueden entrar al avión. Cuando el ciudadano y su esposa intentan pedir explicaciones, no se les da ninguna. Simplemente les repiten que no pueden embarcar. Es más, les piden que se retiren, que ahí estorban. Sobra decir que el ciudadano no está borracho, ni ha sido agresivo, ni ha infringido ninguna regla.
La esposa del dignatario se queda averiguando un poco más, pero no se le da ninguna explicación. Le repiten que hay órdenes de no dejar pasar abordo a su marido. Si ella quisiera subir sola, lo podría hacer. El veto es solamente para el expresidente o el presidente electo. Poco después el avión despega llevándose el equipaje de los dos, pero la pareja es dejada en tierra. Ya es media noche, las salas VIP están cerradas y los esposos amanecen en dos sillas del aeropuerto. Por la mañana consiguen comprar un nuevo pasaje en otra compañía y regresar a Colombia haciendo varias escalas.
Al llegar finalmente a Bogotá este expresidente (o presidente electo) llama al gerente de Avianca y hace el reclamo. Pide que se le expliquen los motivos por los que no pudieron abordar el vuelo para el que tenían reserva, equipaje abordo y sillas asignadas. Pide el envío del equipaje y el reembolso del valor de los tiquetes. El gerente de Avianca promete averiguar y darle una respuesta en 24 horas. Hasta el día de hoy no ha habido respuesta ni se les ha reembolsado el dinero. Las maletas sí llegaron.
Arriesgo una hipótesis de lo que pudo pasar. En el ambiente crispado, polarizado, intolerante y violento en que vivimos, el capitán del vuelo resolvió, motu proprio, que por sus inclinaciones o antipatías políticas no quería llevar a Gaviria, o a Samper, o a Pastrana, o a Uribe, o a Santos, o a Petro. Sostengo que, sea quien sea el protagonista de esta historia, lo cometido por la aerolínea es un abuso que no solamente requiere el reembolso del dinero, sino también unas disculpas y una indemnización a las personas discriminadas simplemente por sus convicciones ideológicas o políticas. En Colombia la Constitución garantiza el derecho a la libertad de pensamiento a todos los ciudadanos, sin excluir, por supuesto, a los expresidentes ni al presidente electo.
Si un lector piensa que en este caso la aerolínea habría actuado mal con Uribe, pero bien con Petro (o viceversa), o bien con Samper, pero mal con Santos (o viceversa), entonces creo que el lector que así piense podría tal vez llegar a ser capitán de avión en Avianca, pero no ha entendido en absoluto lo que es vivir en una democracia.