A numerosos sociólogos y comentaristas políticos les gusta citar –muchas veces al revés y sin entenderlo– al príncipe Giuseppe Tomasi de Lampedusa, autor de una única novela que lo volvió célebre, El Gatopardo. La novela se desarrolla en 1860, durante el desembarco en Sicilia de los mil voluntarios que acompañaron a Garibaldi en la campaña para unificar a Italia bajo un solo reino. En Sicilia el soberano era Francisco II, un hombre tímido y bonachón, perfecto para ser depuesto derramando un poco de sangre. Es en este contexto que Tancredi, el sobrino del protagonista de la novela (el príncipe de Salina), se une a los garibaldinos, no por convicción, sino porque evidentemente estos van a ganar la guerra y someterán a Sicilia a otro rey (Vittorio Emanuele II). Y en esta misma situación política le dice a su noble tío la famosa frase que, completa, dice así:
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A numerosos sociólogos y comentaristas políticos les gusta citar –muchas veces al revés y sin entenderlo– al príncipe Giuseppe Tomasi de Lampedusa, autor de una única novela que lo volvió célebre, El Gatopardo. La novela se desarrolla en 1860, durante el desembarco en Sicilia de los mil voluntarios que acompañaron a Garibaldi en la campaña para unificar a Italia bajo un solo reino. En Sicilia el soberano era Francisco II, un hombre tímido y bonachón, perfecto para ser depuesto derramando un poco de sangre. Es en este contexto que Tancredi, el sobrino del protagonista de la novela (el príncipe de Salina), se une a los garibaldinos, no por convicción, sino porque evidentemente estos van a ganar la guerra y someterán a Sicilia a otro rey (Vittorio Emanuele II). Y en esta misma situación política le dice a su noble tío la famosa frase que, completa, dice así:
“Si no nos metemos también nosotros estos son capaces de armarnos la república. Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie. ¿Me explico?”. Y su cinismo resulta tan claro que el mismo príncipe protagonista le entrega, conmovido, una bolsita de monedas de oro. El sobrino, entre risas, le agradece: “¡Ahora subsidias la revolución!”. El viejo noble ha entendido todo: hay que entregar al rey de las dos Sicilias, para que llegue otro rey y se mantengan los privilegios de quienes ya eran los privilegiados, sin que en el fondo se produzca ningún cambio.
Se debe tener en cuenta que el noble Lampedusa escribió la novela casi un siglo después de los hechos que en ella se narran, a finales de los años 50 del siglo pasado, y que esta aparece, póstuma, en 1958, un año después de su muerte. La guerra entre nobles y republicanos de la novela, que termina por favorecer a los mismos nobles de siempre en el siglo XIX, alude también, indirectamente, a la situación italiana de un siglo más tarde: la tensión entre la vieja burguesía capitalista y un nuevo grupo religioso que se está imponiendo en buena parte del mundo, los comunistas. En plena Guerra Fría es difícil saber quiénes van a ganar al final, si los unos o los otros, y por eso en las mejores familias de Italia hay muchos gatopardistas, es decir, jóvenes que fingida o sinceramente se unen al nuevo proyecto comunista, de modo que sus allegados nunca pierdan los antiguos privilegios.
El mismo editor de El Gatopardo es Giangiacomo Feltrinelli, un brillante joven que juega a dos bandas. Miembro del partido comunista, y al mismo tiempo primer editor en el mundo de la gran novela de un anticomunista, Boris Pasternak, censurada en la Unión Soviética, El doctor Zhivago. Feltrinelli fue muy cercano a Fidel Castro y en 1972, ya en la clandestinidad, muere al instalar un explosivo bajo una torre de alta tensión cerca de Milán.
Las viejas familias burguesas (a veces herederas de los antiguos nobles) tienen una estupenda capacidad de adaptación evolutiva pues son capaces de anticipar, de oler, cualquier cambio político. Es más, están preparados para todo cambio. Es por esto que en las familias más audaces cada hijo se sitúa en una vertiente política distinta: uno en el ala más conservadora, otro en la liberal, y uno más en la extrema izquierda, de modo que, en el caso de que todo cambie, nada cambie del todo.
Hace un mes William Ospina –metido a humorista por un instante– decía que “el conservador Álvaro Leyva fue el único liberal que tuvo Colombia” en nuestros años de mayor enfrentamiento entre la izquierda dogmática y la derecha militarista. ¿El único liberal en los mismos años de Guillermo Cano, de Luis Carlos Galán y de Carlos Gaviria? Qué mal chiste. Álvaro Leyva es el perfecto gatopardista de una vieja familia. El negociante que se pone la camisa roja por si ganan los rojos.
Cuando ocurre una sustitución parcial de élites, hay siempre gente de las viejas familias que, aunque ahora el turno de robar le toque al ELN, estarán siempre ahí para mantener sus privilegios.