Contra las buenas noticias

Héctor Abad Faciolince
18 de junio de 2017 - 02:00 a. m.
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Hay medio país al que le repugnan las buenas noticias; ustedes saben cuál es; es el medio país que no está en el poder. Como no las soporta, cuando las hay, dice que son mentira. Si las evidencias son palpables, se ven en imágenes y son confirmadas por personas serias, siguen negando la verdad. Son como esos que todavía niegan la llegada del hombre a la luna y sostienen que la grabación de Armstrong dejando sus huellas sobre la superficie lunar fue un montaje de la NASA. Como esos maridos pillados in fraganti con la moza, que dicen que ese no era él, y que además no estaba con la moza sino con la sobrina. O en últimas, si ya no pueden negar la evidencia, entonces recurren al argumento de “sí, pero…”.

Ese país alérgico a las buenas noticias, el medio país de viudas del poder, cuando empezó el proceso de paz, dijo que las Farc nunca firmarían un acuerdo. Cuando lo firmaron, que era un pésimo acuerdo. Cuando lo cambiaron siguiendo las sugerencias de los del No, entonces dijeron que no lo cumplirían. Cuando lo empezaron a cumplir desmovilizándose y yendo a las zonas de concentración, que no entregarían las armas. Y ahora que llega la entrega de armas, vuelve y empieza la misma retahíla de negación y mentiras.

Vamos así: primero lo dicho, que no las entregan; cuando ya hay fecha de entrega, que van a ser arcabuces de los tiempos de la Conquista y armas de juguete; al ver que son fusiles, metralletas, lanzagranadas, pistolas y lanzacohetes, entonces dicen que faltan los misiles antiaéreos (que las Farc nunca tuvieron). Si hubieran entregado misiles, cosa imposible, hoy María Isabel Rueda estaría escribiendo que aún no han entregado el uranio enriquecido ni la bomba atómica que compraron en Corea del Norte. O que sí entregaron las armas, pero que no han entregado la plata. Cuando entreguen plata, dirán que faltan las fincas con piscina y campo de golf. Con tal de no aceptar que en este país horrible el horror disminuye, cualquier reparo es bueno, cualquier escándalo, bienvenido. Si una empresa española, o sus empleados, donaron US$40.000 a la campaña de Santos, $120 millones de pesos, omiten que esa misma empresa le dio un contrato por ¡€60 millones! ($180.000 millones) al contratista más cercano al expresidente que estuvo en Atenas despotricando de Colombia.

Disminuyen en picada los soldados muertos en combate; los heridos y muertos por minas antipersona; las voladuras de torres de energía; los oleoductos reventados que derraman veneno en las aguas de los ríos y quebradas. Los guerrilleros firman actas con huella ante funcionarios de la ONU donde se comprometen a no volver a empuñar un arma. El enviado especial del secretario general de la ONU, Jean Arnault, declara que en ninguna otra desmovilización se había dado una entrega de armas más seria y organizada. Hay más de un arma por hombre que se desmoviliza… en fin. No es por nada, pero recuerden que cuando se hizo la paz con los paramilitares, dizque 28.000 (entre ellos miles de narcos con franquicia de paracos) entregaron changones a granel, fusiles malos y revólveres oxidados, y ni aún así se llegó al promedio de un arma por cada dos combatientes. Pero esa pantomima sí les gustó, así no estuviera supervisada ni verificada por ninguna entidad internacional.

Obviamente que hay que vigilar que los acuerdos se cumplan; claro que el Gobierno debe buscar los dineros ocultos de las Farc (a propósito, ¿cuánto dinero entregaron los paramilitares, lo habrá pensado entre tanto doña María Isabel?). Claro que es posible que haya otras caletas de armas y haya que buscarlas también. También habrá falsos desmovilizados o gente que pasa a la delincuencia. Siempre ocurre así. Pero de lo que se trata es de dar una buena noticia, así sea precaria, así sea incompleta, así sea parcial. Una noticia histórica, extraordinaria para el mundo y el país: el grupo guerrillero más viejo, grande y peligroso de Colombia le ha dicho adiós a las armas.

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