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Para entender el arte de instaurar una democracia totalitaria se requiere talento, inteligencia matemática (ya veremos por qué) y una absoluta falta de escrúpulos. En vez de definir lo que es este oxímoron, “democracia totalitaria”, voy a señalar algunos países que lo son. Curiosamente estos coinciden exactamente con aquellos que se precipitaron a reconocer a Nicolás Maduro como presidente de Venezuela desde el instante mismo en que salieron los “resultados” de las elecciones: Rusia, Irán, China, Nicaragua y Cuba. Estos cinco países han entendido bien cómo se establece una democracia totalitaria.
Para empezar, es necesario que haya un único partido por el que se permite votar. Esto a veces es explícito, como en la China, en Cuba o en Irán, y a veces disimulado, como en Rusia o en Nicaragua. Es mejor que sea explícito pues al menos uno sabe a lo que se atiene. Por ejemplo, en China no se puede votar por nadie que no pertenezca al partido comunista, punto. En la teocracia iraní no se puede votar por nadie que no haya sido aprobado por el ayatola que recibe instrucciones directamente de Alá, punto.
Cuando la democracia totalitaria es disimulada, la estrategia es distinta: hay que desterrar, encarcelar, inhabilitar o directamente matar a cualquier opositor político que sea popular. En esto Putin a lo grande y Ortega en lo pequeño son maestros: el primero usa el veneno, la defenestración (tirar por la ventana), o la cadena perpetua; el segundo, más clemente, prefiere desterrar y despojar de la ciudadanía a los opositores.
Francamente Venezuela es una democracia totalitaria muy mediocre. Me imagino a los líderes totalitarios que han hablado por teléfono con Maduro: “Hombre, Nicolás, te felicito, pero la próxima vez, al hacer trampa, la tienes que hacer bien”. Y Maduro: “En el CNE siguen sumando para emitir el segundo boletín. Dame un tiempito”.
Si los chavistas no perdieran tanto tiempo diseñando los disfraces que se ponen para celebrar su victoria tramposa (esos trajes como de carnaval en que se envuelven en una bandera con alas de mariposa), si no perdieran tanto tiempo en la ropa, al menos harían bien los cálculos. Porque son las mismas cifras expuestas por ellos las que los delatan como tramposos. Veamos:
A las 12:07 de la noche del domingo pasado (ya era lunes) el señor Elvis Amoroso sacó un papel y leyó el resultado de las elecciones, dijo él, con el 80 % de las mesas escrutadas. Me puedo imaginar la orden que recibió Amoroso: “Sea como sea a medianoche sales y lees los resultados con el triunfo de Maduro”. Lo pusieron a correr e hizo mal las cuentas, sin siquiera asesorarse con un buen matemático.
Amoroso debió pensar: pongamos que ya tenemos escrutados diez millones de votos. Pero no digamos diez, que nadie cree, digamos un poquito más: 10’058.774. Digamos también, y ahí sacó la calculadora, que Maduro sacó el 51,2% de los votos. Le sacó a la primera cifra inventada el 51,2 % y eso le dio 5’150.092,28. Como el número de votantes no puede tener decimales, redondeó a 5’150.092. Perfecto. Ahora le damos al tal Edmundo el 44,2 % de los votos, y multiplicó otra vez: eso le dio 4’445.978,10. Quita el decimal y redondea. Muy bien. ¿Qué porcentaje nos falta? Exactamente, el 4,6 % (no hay votos nulos, en blanco, ni nada de eso). Multiplica de nuevo: y le da 462.703,60 y redondea bien hacia arriba: 462.704 votos por los demás candidatos. Listo el pollo, ya puedo salir al aire.
Como me dijo Camilo Arias, PhD en Matemáticas en las universidades de Utrecht y Zurich, “obviamente escogieron los porcentajes y después calcularon los números de votos. Según el número de sufragios reportados por el CNE, Maduro recibió el 51,1999971 % de los votos y González el 44,1999989 %. Es imposible que salgan 4 nueves seguidos para los dos candidatos. La probabilidad es de uno en millones”. Con las técnicas de redondeo de los porcentajes (hacia arriba o hacia abajo) hay cientos de cifras de votos distintas que darían también el 51,2% o el 44,2%. Pero los votos registrados son los más cercanos posibles a ese porcentaje exacto. Ridículo. La trampa venezolana no puede ser más burda: se demuestra a sí misma.