Mucho se discute sobre si hay o no escritos típicamente femeninos, es decir, si hay (o no) algo específico en el cerebro, en la mente, en el lenguaje y en la experiencia vital y cultural de las mujeres, y si ese algo (en caso de que exista) se refleja en su escritura. Yo, sin ser mujer, imagino y pienso que sí. Por mucho que la mayoría de los tocólogos, hasta mediados del siglo pasado, fueran hombres y supieran muy bien cómo traer niños al mundo, no es igual la experiencia de un obstetra que manipula unos fórceps, que la de una parturienta sin anestesia.
Con esto no estoy diciendo, malpensadas, que lo típico de la experiencia femenina sean solo el parto y la maternidad. Es un ejemplo fácil, nada más, pero creo que lo específico en ellas es mucho más sutil que la experiencia de dar a luz y tiene relación con las maneras de ver, de oír, de hablar, de sentir y de situarse en el mundo. Especialmente en un mundo, hasta ahora, dominado casi siempre por hombres.
Todo esto se me vino a la cabeza al leer de un tirón dos libros escritos por una misma mujer colombiana, que acaban de ser publicados al tiempo por la Editorial Universidad de Antioquia: Amor en la Nube, una novela breve, la primera de la autora, y Los invisibles de lo visible (la imagen explicada), un ensayo sobre la ciencia y el arte de percibir y de interpretar lo que vemos.
Dice Richard Feynman: “si quieres dominar alguna materia, enséñala”. En el muy documentado y didáctico ensayo de Ana Cristina Vélez, se nota que ella ha sido durante largo tiempo profesora, en facultades de arte y diseño, de percepción visual (desde el punto de vista neurológico), y de interpretación de aquello que vemos y nos representamos. Se nota también en el libro que la profesora Vélez no solo ha enseñado arte, sino que también lo ha practicado, como pintora, dibujante y escultora. La experiencia de su lectura, entonces, es como sumergirse en un texto de gran claridad e inteligencia que nos lleva de la mano para indicarnos no solo cómo vemos, sino también cómo podemos ver mejor el arte, los objetos, las cosas, y la realidad en general.
Quizás en un libro académico la voz femenina sea menos notoria, aunque sospecho que la formación y la sensibilidad de Vélez reflejan una serie de intereses y experiencias (quizá femeninas, las mujeres ven más colores que los hombres) que lo hacen particularmente amplio y revelador. Puedo decir que desde mi lejana lectura de Gombrich (The Story of Art) yo no leía un compendio tan fascinante que nos enseñara, al mismo tiempo, de espacio, de profundidad, de volúmenes, de colores, de engaños visuales, de etología, de percepción y de interpretación artística. Los que lo lean entenderán a cabalidad algo muy importante: que no todos vemos lo mismo y que la realidad es (casi) una creación de cada cual.
Paso ahora a hablar de la novela, Amor en la Nube, que no solo es la historia de la búsqueda amorosa de una mujer, sino de una mujer especial. Y por especial quiero decir una mujer aguda, sin prejuicios, de una inteligencia sobresaliente, y con el mismo ímpetu de la ensayista del otro libro: enseñarnos algo. Según como se vea, este puede ser un defecto o una virtud de la novela, el hecho de que tenga algo didascálico, profesoral, pues hay en la narradora no solo una mente repleta de opiniones, sino que quiere convencer de que sus opiniones son las correctas.
Para mí su lectura ha sido, sobre todo, un inmenso placer, una ocasión de mucho pensamiento y mucha risa, pero sobre todo la posibilidad de asomarme, como un indiscreto que mira la ventana de una vecina, detrás del cráneo de una mujer, para ver ya no objetos (como en el otro libro), sino ideas y percepciones para mí tan ajenas y extrañas como el parto. En una sociedad a veces en exceso quejumbrosa sobre el silencio y el ocultamiento de las mujeres, es muy reconfortante notar, en estos dos libros, la presencia indudable e incuestionable de una mujer con una mente extraordinaria.
Mucho se discute sobre si hay o no escritos típicamente femeninos, es decir, si hay (o no) algo específico en el cerebro, en la mente, en el lenguaje y en la experiencia vital y cultural de las mujeres, y si ese algo (en caso de que exista) se refleja en su escritura. Yo, sin ser mujer, imagino y pienso que sí. Por mucho que la mayoría de los tocólogos, hasta mediados del siglo pasado, fueran hombres y supieran muy bien cómo traer niños al mundo, no es igual la experiencia de un obstetra que manipula unos fórceps, que la de una parturienta sin anestesia.
Con esto no estoy diciendo, malpensadas, que lo típico de la experiencia femenina sean solo el parto y la maternidad. Es un ejemplo fácil, nada más, pero creo que lo específico en ellas es mucho más sutil que la experiencia de dar a luz y tiene relación con las maneras de ver, de oír, de hablar, de sentir y de situarse en el mundo. Especialmente en un mundo, hasta ahora, dominado casi siempre por hombres.
Todo esto se me vino a la cabeza al leer de un tirón dos libros escritos por una misma mujer colombiana, que acaban de ser publicados al tiempo por la Editorial Universidad de Antioquia: Amor en la Nube, una novela breve, la primera de la autora, y Los invisibles de lo visible (la imagen explicada), un ensayo sobre la ciencia y el arte de percibir y de interpretar lo que vemos.
Dice Richard Feynman: “si quieres dominar alguna materia, enséñala”. En el muy documentado y didáctico ensayo de Ana Cristina Vélez, se nota que ella ha sido durante largo tiempo profesora, en facultades de arte y diseño, de percepción visual (desde el punto de vista neurológico), y de interpretación de aquello que vemos y nos representamos. Se nota también en el libro que la profesora Vélez no solo ha enseñado arte, sino que también lo ha practicado, como pintora, dibujante y escultora. La experiencia de su lectura, entonces, es como sumergirse en un texto de gran claridad e inteligencia que nos lleva de la mano para indicarnos no solo cómo vemos, sino también cómo podemos ver mejor el arte, los objetos, las cosas, y la realidad en general.
Quizás en un libro académico la voz femenina sea menos notoria, aunque sospecho que la formación y la sensibilidad de Vélez reflejan una serie de intereses y experiencias (quizá femeninas, las mujeres ven más colores que los hombres) que lo hacen particularmente amplio y revelador. Puedo decir que desde mi lejana lectura de Gombrich (The Story of Art) yo no leía un compendio tan fascinante que nos enseñara, al mismo tiempo, de espacio, de profundidad, de volúmenes, de colores, de engaños visuales, de etología, de percepción y de interpretación artística. Los que lo lean entenderán a cabalidad algo muy importante: que no todos vemos lo mismo y que la realidad es (casi) una creación de cada cual.
Paso ahora a hablar de la novela, Amor en la Nube, que no solo es la historia de la búsqueda amorosa de una mujer, sino de una mujer especial. Y por especial quiero decir una mujer aguda, sin prejuicios, de una inteligencia sobresaliente, y con el mismo ímpetu de la ensayista del otro libro: enseñarnos algo. Según como se vea, este puede ser un defecto o una virtud de la novela, el hecho de que tenga algo didascálico, profesoral, pues hay en la narradora no solo una mente repleta de opiniones, sino que quiere convencer de que sus opiniones son las correctas.
Para mí su lectura ha sido, sobre todo, un inmenso placer, una ocasión de mucho pensamiento y mucha risa, pero sobre todo la posibilidad de asomarme, como un indiscreto que mira la ventana de una vecina, detrás del cráneo de una mujer, para ver ya no objetos (como en el otro libro), sino ideas y percepciones para mí tan ajenas y extrañas como el parto. En una sociedad a veces en exceso quejumbrosa sobre el silencio y el ocultamiento de las mujeres, es muy reconfortante notar, en estos dos libros, la presencia indudable e incuestionable de una mujer con una mente extraordinaria.