Es un libro gordo (450 páginas). No es un libro barato. No es una novela ni un manual didáctico de autoayuda, sino un ensayo serio, documentado y profundo. No fue escrito por una persona famosa, sino por una mujer joven y —hasta la publicación de este libro— casi desconocida de una ciudad de provincia en España, Zaragoza. Es, sin embargo, de cierta forma, también un libro de aventuras, quizás el libro sobre la aventura más apasionante de nuestra especie: la invención de la escritura y de los libros, antes de la imprenta. En este sentido se conjugan en él la historia, la antropología, la lingüística, el mundo clásico griego, romano, egipcio, pero también la música, el cine, la cultura popular, los cómics y el grafiti: el universo cultural, elevado y sencillo, de una chica contemporánea en sus 40. En España ha sido el libro más leído y más querido durante la pandemia. Una avalancha, un fenómeno editorial, un refugio de esperanza.
La autora, a quien tuve la fortuna de conocer hace una semana, se llama Irene Vallejo. Y el título de su libro, que terminé de leer justo antes de conocerla personalmente, es El infinito en un junco. El junco del que habla es ese que crece a las orillas de Nilo: el papiro, la planta con que se fabricaba ese extraordinario papel vegetal antiguo donde se pintaron y escribieron los libros de los muertos egipcios, pero también recetas médicas que todavía hoy —al parecer— son útiles incluso para combatir la peste que vivimos. En el famoso papiro Ebers aparece el azafrán silvestre (colchicina) como una planta útil para bajar la hinchazón. Pues hay estudios serios que indican que ayuda también a combatir la inflamación general que produce la COVID en algunas personas. Para eso sirven los papiros, los pergaminos, las piedras, las tabletas y los libros: para que los descubrimientos y el conocimiento humano no se olviden.
Este libro sobre la belleza y la importancia de la escritura y de los libros es un gran homenaje al humanismo, a la ciencia, a la sabiduría antigua y moderna, escrito con gran encanto y claridad por una mujer frágil en apariencia (cuando la vi me pareció que era como el hada buena de los cuentos infantiles), que habla pasito y no a los gritos, pero que destila carácter y personalidad —independencia mental y psicológica— en todo lo que dice. Ese mismo tono tierno y seguro a la vez es quizá lo que explique la fascinación que su libro ejerce sobre aquellos que lo leemos: tiene algo de cuento, de fábula, pero está lleno de datos curiosos y raros sobre asuntos tan variados como el hermano mayor de Kurosawa, los hermanos Grimm, la Biblioteca de Alejandría, Hipatia, Eneas o Platón…
Para todos aquellos que hemos dedicado la vida al comercio intelectual con los libros, la lectura y la escritura, con las bibliotecas y las librerías, con los manuscritos y los impresos, con las cuentacuentos y las poetas, el libro al mismo tiempo claro, sencillo y apasionante de Irene Vallejo es una bellísima reivindicación de nuestros oficios silenciosos como lectores o como escribas. Es un viaje al pasado con un vaivén de incursiones a la modernidad y al presente. Un relato poético y preciso de “cuando los libros eran jóvenes y todo sucedía por primera vez”. A ratos una historia de violencia, pérdidas definitivas, rapiñas que nunca dejaremos de lamentar, pues hay en ella gran respeto, pero no idealización del mundo antiguo.
Tiene que ser este un libro escrito despacio y con tiempo, lleno de lecturas, de investigación minuciosa y de asociaciones muy inteligentes entre pasado y presente. De algún modo, como en la recopilación de las columnas que escribía para El Heraldo de Aragón, Vallejo combina divulgación histórica y filosófica, y mezcla la antigüedad con el futuro: el pasado que nos espera. Como esta plaga que vivimos y en la que la lectura nos ha salvado, pues las pestes nos parecían cosas del pasado y de repente son nuestro hoy y, esperemos que no, nuestro futuro.
Es un libro gordo (450 páginas). No es un libro barato. No es una novela ni un manual didáctico de autoayuda, sino un ensayo serio, documentado y profundo. No fue escrito por una persona famosa, sino por una mujer joven y —hasta la publicación de este libro— casi desconocida de una ciudad de provincia en España, Zaragoza. Es, sin embargo, de cierta forma, también un libro de aventuras, quizás el libro sobre la aventura más apasionante de nuestra especie: la invención de la escritura y de los libros, antes de la imprenta. En este sentido se conjugan en él la historia, la antropología, la lingüística, el mundo clásico griego, romano, egipcio, pero también la música, el cine, la cultura popular, los cómics y el grafiti: el universo cultural, elevado y sencillo, de una chica contemporánea en sus 40. En España ha sido el libro más leído y más querido durante la pandemia. Una avalancha, un fenómeno editorial, un refugio de esperanza.
La autora, a quien tuve la fortuna de conocer hace una semana, se llama Irene Vallejo. Y el título de su libro, que terminé de leer justo antes de conocerla personalmente, es El infinito en un junco. El junco del que habla es ese que crece a las orillas de Nilo: el papiro, la planta con que se fabricaba ese extraordinario papel vegetal antiguo donde se pintaron y escribieron los libros de los muertos egipcios, pero también recetas médicas que todavía hoy —al parecer— son útiles incluso para combatir la peste que vivimos. En el famoso papiro Ebers aparece el azafrán silvestre (colchicina) como una planta útil para bajar la hinchazón. Pues hay estudios serios que indican que ayuda también a combatir la inflamación general que produce la COVID en algunas personas. Para eso sirven los papiros, los pergaminos, las piedras, las tabletas y los libros: para que los descubrimientos y el conocimiento humano no se olviden.
Este libro sobre la belleza y la importancia de la escritura y de los libros es un gran homenaje al humanismo, a la ciencia, a la sabiduría antigua y moderna, escrito con gran encanto y claridad por una mujer frágil en apariencia (cuando la vi me pareció que era como el hada buena de los cuentos infantiles), que habla pasito y no a los gritos, pero que destila carácter y personalidad —independencia mental y psicológica— en todo lo que dice. Ese mismo tono tierno y seguro a la vez es quizá lo que explique la fascinación que su libro ejerce sobre aquellos que lo leemos: tiene algo de cuento, de fábula, pero está lleno de datos curiosos y raros sobre asuntos tan variados como el hermano mayor de Kurosawa, los hermanos Grimm, la Biblioteca de Alejandría, Hipatia, Eneas o Platón…
Para todos aquellos que hemos dedicado la vida al comercio intelectual con los libros, la lectura y la escritura, con las bibliotecas y las librerías, con los manuscritos y los impresos, con las cuentacuentos y las poetas, el libro al mismo tiempo claro, sencillo y apasionante de Irene Vallejo es una bellísima reivindicación de nuestros oficios silenciosos como lectores o como escribas. Es un viaje al pasado con un vaivén de incursiones a la modernidad y al presente. Un relato poético y preciso de “cuando los libros eran jóvenes y todo sucedía por primera vez”. A ratos una historia de violencia, pérdidas definitivas, rapiñas que nunca dejaremos de lamentar, pues hay en ella gran respeto, pero no idealización del mundo antiguo.
Tiene que ser este un libro escrito despacio y con tiempo, lleno de lecturas, de investigación minuciosa y de asociaciones muy inteligentes entre pasado y presente. De algún modo, como en la recopilación de las columnas que escribía para El Heraldo de Aragón, Vallejo combina divulgación histórica y filosófica, y mezcla la antigüedad con el futuro: el pasado que nos espera. Como esta plaga que vivimos y en la que la lectura nos ha salvado, pues las pestes nos parecían cosas del pasado y de repente son nuestro hoy y, esperemos que no, nuestro futuro.