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Tal vez para hacerse pasar por una potencia oriental y del sur, Rusia (cuyos inmensos territorios imperiales se internan en Asia y en las regiones del Polo Norte) acaba de organizar la reunión de los BRICS en Kazán, una ciudad mucho más al sur que San Petersburgo y bastante más al oriente que Moscú. Aunque la misma idea de los BRICS sea una creación occidental sugerida por economistas del ultra capitalista banco de inversión Goldman Sachs, poco a poco se quiere convertir en una sigla política que, dominada por China y Rusia, llegue a ser una gran coalición de fuerzas antioccidental.
A las cuatro economías emergentes no occidentales que postularon los economistas de Goldman Sachs, Brasil, Rusia, India y China, se unió hace unos diez años Suráfrica, y más recientemente Irán, Etiopía, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos, aunque a estos ya no les alcanzó para que les dieran letra en el acrónimo (BRICSIEEEA se volvería un sancocho impronunciable). Tras estos cuatro, otros hacen fila para entrar, como Turquía y Venezuela (Maduro y Putin, como viejos compinches, se abrazaron en Kazán) y no me extrañaría que la Colombia actual estuviera también pidiendo turno para que nos inviten (sin decírselo a nadie, por supuesto, pues últimamente nuestra política exterior no es pública sino que funciona entre misterios, susurros y secretos).
Cada vez más, al lado de la sigla original, BRICS, sus integrantes intentan popularizar el nombre de “Sur Global”, unido a la idea de “mundo multipolar”, para dar a entender que, en general, estos encuentros están encaminados a crear una coalición de países que se opongan a la hegemonía occidental (compuesta por Estados Unidos, Europa, y los muy orientales Japón, Corea del Sur y Australia) en asuntos culturales, económicos y de sistema político (desprecio por la “democracia burguesa”). Putin, en la instalación del encuentro, habló de “los valores comunes” que unen al grupo, y sobre todo de la oposición al “colonialismo clásico” de Estados Unidos. Xi Jingping presentó también al grupo como una alternativa a la “hegemonía occidental”.
Colombia, y en general América Latina, tiene una identidad compleja y contradictoria. Si hoy somos intrascendentes y carecemos de importancia en el mundo, creo que esto se debe a que nosotros mismos no hemos sido capaces de definirnos. Ni siquiera sabemos si somos Oriente u Occidente. Al ser nuestros orígenes culturales mixtos (europeos, indígenas, asiáticos y africanos), y nuestra más típica composición étnica tan mezclada y mestiza que es difícil de condensar en una clara identidad, vivimos en crisis con nosotros mismos, como si no nos pudiéramos entender o como si no aceptáramos que somos eso precisamente, lo mixto.
Para el Occidente rico y desarrollado somos parientes pobres de segunda categoría. Para las potencias que cuentan de verdad no somos más que una especie de periferia sucia, atrasada y peligrosa del Occidente que importa de verdad. Y, correspondiendo a esta imagen, con la banca internacional o las instituciones globales nos portamos como ellos nos ven: pedigüeños que pasan el sombrero para pedir un préstamo o una limosna por amor de Dios.
Si el occidente poderoso no comprende que se debe comprometer en planes serios que conduzcan a nuestro propio desarrollo y bienestar, y a consolidar democracias endebles, no sería extraño que cayéramos en el canto de sirena de esas otras potencias colonialistas, imperiales y muy nórdicas que han sido y siguen siendo Rusia y China, aunque ahora se vendan como aliadas naturales del sur global.
Si bien los puntos cardinales son solo una convención inventada desde el punto de vista europeo, nosotros nos estamos pareciendo a una especie de extremo Occidente que, a no ser por el Pacífico, limitaría con el lejano Oriente. Un Occidente pobre, caótico, folclórico y vagamente macondiano, tan solo apto para el turismo de aventura y para vivir mal en medio de estados débiles y bandas enfrentadas de asesinos.