VEO LA GUERRA Y LA PAZ DE COLOMbia como un reloj de arena al que de vez en cuando se le da la vuelta, cuando ya una de las ampollas de cristal está a punto de vaciarse.
En este momento el tiempo de la paz se está agotando y queda muy poca arena en la ampolla de arriba. Si las conversaciones fracasan de nuevo, se le da la vuelta al reloj y empezamos otro ciclo de cinco o diez años. Cada grano de arena que cae es un muerto. Cae un hilo de muertos desde arriba: soldados, guerrilleros, campesinos, mujeres, dirigentes políticos, pobres, ricos, concejales, niños... Si la paz fracasa ahora, empezaremos otro ciclo de muerte que durará por lo menos lo que dure el próximo gobierno. La ilusión de la paz será reemplazada por la fantasía de la guerra.
El gobierno de Juan Manuel Santos les ofreció a las Farc una salida digna de la guerra. Les ofreció conversar en igualdad de condiciones, en territorio amigo (Cuba siempre apoyó su lucha armada), y con negociadores del más alto nivel. Al expresidente Uribe le dio ira, precisamente, esa humillación de Colombia que —como país libre y soberano— se sienta “en la misma mesa con los terroristas, poniendo al mismo nivel al Ejército y a la guerrilla”. El Gobierno no les dice que se rindan; les dice que firmen una paz digna, negociada, pagando penas tan leves o aún más leves que las que pagaron (o ni siquiera pagaron) los paramilitares: pocos años, incluso contándoles como parte de pena el tiempo que pasen en sitios de confinamiento por el estilo de Ralito, como se les concedió a los paramilitares. Y quienes no estén condenados por crímenes atroces podrían hacer política, entrando en movimientos legales. No están negociando —porque no pueden y el país no lo aceptaría— la revolución bolivariana por decreto. Si las Farc quieren una revolución bolivariana (por desastrosa que sea, como se ve en el barco que naufraga en el país vecino), se la tienen que ganar —como Chávez— en las urnas; no a la brava.
Si las Farc no aprovechan esta oportunidad de una salida digna, se le volverá a dar la vuelta al reloj de arena y tendremos más años de muerte con una guerrilla que cada día estará más degradada, más salida de madre hacia la delincuencia común. Serán simplemente la más numerosa de las bacrim (bandas criminales) de Colombia. Seguirán traficando con cocaína, volverán a secuestrar, lanzarán otra vez cilindros bomba contra civiles indefensos, volarán torres de energía y destrozarán ríos dinamitando oleoductos, desplazarán poblaciones, pondrán bombas en las ciudades, harán emboscadas para matar soldados y policías, minarán la tierra por donde sólo caminan campesinos descalzos. Colombia ha soportado casi 50 años de Farc sin desmoronarse, y soportará otros cinco, otros diez años de su guerra insensata, pese al desangre. Las Farc saben que no ganarán jamás, pues nunca se han sabido ganar el corazón de la gente: el 95% de los colombianos las detestan. Digan lo que digan, la inmensa mayoría de los colombianos no ama la violencia.
Se les ha ofrecido mucho; se les ha extendido una mano incluso demasiado generosa. Si no la estrechan ahora, veremos muchas barbas blancas ensangrentadas en el monte, y muchos jóvenes con un futuro truncado para siempre por la muerte violenta. La lucha armada de las Farc es de lo más caduco y triste que hay en el continente: se les ha ofrecido una puerta para dejar ese camino de sangre y muerte. Si no lo toman ahora, seguirán cuesta abajo hasta extinguirse como una especie inepta que ya no tiene nicho donde sobrevivir en este mundo. Serán fumigadas, arrinconadas, y en los coletazos de su agonía harán sufrir lo indecible a toda una nación que, aun entre lágrimas de sangre, destrozará el reloj de arena, para que el tiempo de la guerra de guerrillas nunca vuelva.
VEO LA GUERRA Y LA PAZ DE COLOMbia como un reloj de arena al que de vez en cuando se le da la vuelta, cuando ya una de las ampollas de cristal está a punto de vaciarse.
En este momento el tiempo de la paz se está agotando y queda muy poca arena en la ampolla de arriba. Si las conversaciones fracasan de nuevo, se le da la vuelta al reloj y empezamos otro ciclo de cinco o diez años. Cada grano de arena que cae es un muerto. Cae un hilo de muertos desde arriba: soldados, guerrilleros, campesinos, mujeres, dirigentes políticos, pobres, ricos, concejales, niños... Si la paz fracasa ahora, empezaremos otro ciclo de muerte que durará por lo menos lo que dure el próximo gobierno. La ilusión de la paz será reemplazada por la fantasía de la guerra.
El gobierno de Juan Manuel Santos les ofreció a las Farc una salida digna de la guerra. Les ofreció conversar en igualdad de condiciones, en territorio amigo (Cuba siempre apoyó su lucha armada), y con negociadores del más alto nivel. Al expresidente Uribe le dio ira, precisamente, esa humillación de Colombia que —como país libre y soberano— se sienta “en la misma mesa con los terroristas, poniendo al mismo nivel al Ejército y a la guerrilla”. El Gobierno no les dice que se rindan; les dice que firmen una paz digna, negociada, pagando penas tan leves o aún más leves que las que pagaron (o ni siquiera pagaron) los paramilitares: pocos años, incluso contándoles como parte de pena el tiempo que pasen en sitios de confinamiento por el estilo de Ralito, como se les concedió a los paramilitares. Y quienes no estén condenados por crímenes atroces podrían hacer política, entrando en movimientos legales. No están negociando —porque no pueden y el país no lo aceptaría— la revolución bolivariana por decreto. Si las Farc quieren una revolución bolivariana (por desastrosa que sea, como se ve en el barco que naufraga en el país vecino), se la tienen que ganar —como Chávez— en las urnas; no a la brava.
Si las Farc no aprovechan esta oportunidad de una salida digna, se le volverá a dar la vuelta al reloj de arena y tendremos más años de muerte con una guerrilla que cada día estará más degradada, más salida de madre hacia la delincuencia común. Serán simplemente la más numerosa de las bacrim (bandas criminales) de Colombia. Seguirán traficando con cocaína, volverán a secuestrar, lanzarán otra vez cilindros bomba contra civiles indefensos, volarán torres de energía y destrozarán ríos dinamitando oleoductos, desplazarán poblaciones, pondrán bombas en las ciudades, harán emboscadas para matar soldados y policías, minarán la tierra por donde sólo caminan campesinos descalzos. Colombia ha soportado casi 50 años de Farc sin desmoronarse, y soportará otros cinco, otros diez años de su guerra insensata, pese al desangre. Las Farc saben que no ganarán jamás, pues nunca se han sabido ganar el corazón de la gente: el 95% de los colombianos las detestan. Digan lo que digan, la inmensa mayoría de los colombianos no ama la violencia.
Se les ha ofrecido mucho; se les ha extendido una mano incluso demasiado generosa. Si no la estrechan ahora, veremos muchas barbas blancas ensangrentadas en el monte, y muchos jóvenes con un futuro truncado para siempre por la muerte violenta. La lucha armada de las Farc es de lo más caduco y triste que hay en el continente: se les ha ofrecido una puerta para dejar ese camino de sangre y muerte. Si no lo toman ahora, seguirán cuesta abajo hasta extinguirse como una especie inepta que ya no tiene nicho donde sobrevivir en este mundo. Serán fumigadas, arrinconadas, y en los coletazos de su agonía harán sufrir lo indecible a toda una nación que, aun entre lágrimas de sangre, destrozará el reloj de arena, para que el tiempo de la guerra de guerrillas nunca vuelva.