No creo que quienes nos educamos en humanidades tengamos hoy las herramientas suficientes para entender el mundo. No entendemos, por ejemplo, el dinero. Este no consiste, como antes, en montañas de oro (se cuenta que el padre de Elon Musk tenía tanto dinero –tantas monedas o billetes reales– que no le cabía en la caja fuerte), como era el caso en los cómics de Donald Duck (el Pato Donald) y de Rico McPato ($crooge McDuck o Tío Rico). Donald Duck se ha convertido de repente en Donald Trump y ya no vivimos en Patolandia ni en el mundo Disney sino en Trumplandia. Y dentro de Trumplandia ya no vive Tío Rico sino Elon Musk. Pero ni el nuevo Donald ni el nuevo $crooge tienen montañas de oro, sino montañas de dinero digital.
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No creo que quienes nos educamos en humanidades tengamos hoy las herramientas suficientes para entender el mundo. No entendemos, por ejemplo, el dinero. Este no consiste, como antes, en montañas de oro (se cuenta que el padre de Elon Musk tenía tanto dinero –tantas monedas o billetes reales– que no le cabía en la caja fuerte), como era el caso en los cómics de Donald Duck (el Pato Donald) y de Rico McPato ($crooge McDuck o Tío Rico). Donald Duck se ha convertido de repente en Donald Trump y ya no vivimos en Patolandia ni en el mundo Disney sino en Trumplandia. Y dentro de Trumplandia ya no vive Tío Rico sino Elon Musk. Pero ni el nuevo Donald ni el nuevo $crooge tienen montañas de oro, sino montañas de dinero digital.
La primera empresa verdaderamente rentable de Musk fue un banco de bits, un universo paralelo de criptomonedas, que bautizó con la letra a la que él se siente más apegado: X.com, uno de los primeros bancos virtuales del mundo. Aunque yo no sostenga que lo entiendo, me parece que esto explica algo que Trump y Musk comparten. El gran emporio inmobiliario de Trump se construyó con falsas bancarrotas y con cientos de préstamos que se apoyaban en falsas contabilidades hasta llegar a acumular no riqueza, sino deudas. Se dice que la organización Trump no tiene nada, sino simplemente 500 millones de dólares en deudas. Lo cual para uno es mucho, pero para Rico McMusk no es nada ya que él es el primer humano que ha llegado a tener 300 mil millones de dólares en bits. No pregunten cuánto es eso: todo y nada.
Suena un poco absurdo e insisto en que no lo entiendo. Cuando Marcel Duchamp resolvió en 1917 que todo podía ser arte, dependiendo del contexto, decidió mandar a una exposición (en la que se decía que todas las obras serían aceptadas) un orinal. Introdujo así el concepto del arte como ready-made. Como Duchamp formaba parte del jurado de esa exposición, mandó el orinal firmado por R. Mutt. Y aunque la Sociedad de Artistas Independientes había dicho que aceptarían cualquier obra que les enviaran, el orinal fue rechazado. ¿No lo entienden? Tampoco yo.
El caso es que cuando el fundador del banco virtual X.com (que se fusionó con PayPal) y luego de SpaceX para viajes a Marte, y comprador de Tesla para carros que aceleran de 0 a 100 en dos segundos, y creador de Starlink para satélites, resolvió comprar la red social más poderosa del mundo, Twitter, le cambió también el nombre por X. Con lo cual completó las tres XXX características de las páginas pornográficas. Y lo hizo además con un performance que parece inspirado en Marcel Duchamp, pues al llegar a posesionarse como dueño de Twitter llegó, no con un orinal, pero sí con un lavamanos (un sink en inglés) no se sabe si para lavar todo o para que todo se fuera por el desagüe del sink.
Y esta semana, cuando el gran millonario en deudas y bancarrotas Donald Duck fue elegido por 73 millones de votos gringos, su escudero Musk, el mismo que baila y canta en sus mítines de campaña, el hombre más rico del mundo en bits, sacó otra vez su lavamanos, o su orinal Duchamp, y lo puso en toda la mitad de la Oval Office, es decir el despacho privado del presidente de Estados Unidos. Esto lo hizo en X con la siguiente explicación (o caption, si quieren): Let that sink in, que traducido por una de las empresas de AI a las que Musk también está asociado, quiere decir: “deja que esto se hunda”.
No sé si esto que escribo tiene sentido. Como advertí al principio, quienes hemos dedicado nuestra vida a las humanidades (al arte, a los jardines, a conversar, pensar y leer) ya no entendemos el mundo en que vivimos. Es un mundo triple X. Un mundo en el que todo parece tan irreal como los videojuegos en que viven los niños. Un disparate. Estamos en las manos de un par de niños. Uno que se cree eternamente joven por pintarse la cara de anaranjado. Y otro que cree ser el dueño del cielo y de la tierra. Ninguno de los dos se ha dado cuenta de que un día van a morir.