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                                                                                                                                Empleadas domésticas

                                                                                                                                HAY UN MECANISMO MENTAL —TÉCnicamente se trata de una forma de disonancia cognitiva— que nos permite encontrar caminos de justificación moral, atajos para no sentir remordimiento, incluso para las acciones más abominables que cometemos en contra de otras personas.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Yo no alcancé a conocer esclavos, pero sí conocí, en mi propia casa, a una criada. A Sixta Sánchez la habían recogido, huérfana, mis abuelos, y siendo adolescente había sido la niñera de mi madre. Su pago era ínfimo, pero mi madre sentía por ella (le decía Tatá) un afecto sincero, recíproco. Decían quererse como hija y madre. Una sirvienta de su tipo era abnegada como una esclava. Pobre como una esclava. Pero estaba segura de una cosa —al menos en mi casa—: de allí no la iban a echar nunca. Ya ciega y sorda, octogenaria, Tatá seguía desgranando, al tacto, frisoles y alverjas (sé muy bien lo que dice la Academia, pero también sé cómo se dice en mi pueblo). Y en mi casa se murió Tatá, de vieja. Nuestra disonancia cognitiva era pensar que la tratábamos bien, porque la queríamos casi como a un miembro de la familia, aunque en realidad la hayamos explotado toda la vida.

                                                                                                                                Y así llegamos a otro pequeño paso en la cadena que de las esclavas y las criadas nos trae hasta las empleadas domésticas de hoy. El otro día estuve con un grupo de ellas, en la Universidad Eafit, en un acto público. Hace poco fundaron, con asesoría de la ENS, un sindicato: la Unión de Trabajadoras del Servicio Doméstico. Estas trabajadoras del hogar han emprendido una lucha legítima para que les sean reconocidos sus derechos laborales como empleadas, con un salario legal, unos horarios justos, y unas prestaciones sociales obligatorias. Ellas contaron sus vidas, dieron sus testimonios, y explicaron su lucha.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                HAY UN MECANISMO MENTAL —TÉCnicamente se trata de una forma de disonancia cognitiva— que nos permite encontrar caminos de justificación moral, atajos para no sentir remordimiento, incluso para las acciones más abominables que cometemos en contra de otras personas.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Yo no alcancé a conocer esclavos, pero sí conocí, en mi propia casa, a una criada. A Sixta Sánchez la habían recogido, huérfana, mis abuelos, y siendo adolescente había sido la niñera de mi madre. Su pago era ínfimo, pero mi madre sentía por ella (le decía Tatá) un afecto sincero, recíproco. Decían quererse como hija y madre. Una sirvienta de su tipo era abnegada como una esclava. Pobre como una esclava. Pero estaba segura de una cosa —al menos en mi casa—: de allí no la iban a echar nunca. Ya ciega y sorda, octogenaria, Tatá seguía desgranando, al tacto, frisoles y alverjas (sé muy bien lo que dice la Academia, pero también sé cómo se dice en mi pueblo). Y en mi casa se murió Tatá, de vieja. Nuestra disonancia cognitiva era pensar que la tratábamos bien, porque la queríamos casi como a un miembro de la familia, aunque en realidad la hayamos explotado toda la vida.

                                                                                                                                Y así llegamos a otro pequeño paso en la cadena que de las esclavas y las criadas nos trae hasta las empleadas domésticas de hoy. El otro día estuve con un grupo de ellas, en la Universidad Eafit, en un acto público. Hace poco fundaron, con asesoría de la ENS, un sindicato: la Unión de Trabajadoras del Servicio Doméstico. Estas trabajadoras del hogar han emprendido una lucha legítima para que les sean reconocidos sus derechos laborales como empleadas, con un salario legal, unos horarios justos, y unas prestaciones sociales obligatorias. Ellas contaron sus vidas, dieron sus testimonios, y explicaron su lucha.

                                                                                                                                Read more!
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