Cuando uno se pone a leer sobre el glifosato, a veces le parece que está leyendo algo en glíglico. ¿Se acuerdan del capítulo 68 de Rayuela, en donde se supone que Julio Cortázar inventa el glíglico, un lenguaje erótico-privado para hablar a sus anchas de lo que nombrado con sus propias palabras parecería grosero? Una parte dice así: “Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio…”. Se dice que este juego literario podría ser hijo del “Jabberwocky” (traducido a veces como “Galimatazo”) creado por Lewis Carroll, un poema lleno de palabras inventadas, a veces deducibles por el contexto.
Pues bien, muchas veces las descripciones del glifosato parecen escritas en glíglico: “el shiquimato anión del ácido shiquímico es el precursor clave en la biosíntesis del triptófano que resulta de la ciclación de un heptónico”. El glifosato fue patentado por Monsanto como Roundup, y la misma Monsanto intervino para falsear estudios sobre la toxicidad de su herbicida estrella. La moñona de Monsanto fue producir semillas resistentes al glifosato, de manera que se pudiera fumigar soya, maíz, alfalfa, etc., con el Roundup, matando la maleza, pero sin matar la planta. Es de extrañar que los narcos (en alianza con Monsanto) no hayan patentado aún semillas de coca modificadas para ser resistentes al glifosato. Mejor no dar ideas.
La sumisión y la lambonería de ciertos gobiernos del Tercer Mundo que se arrodillan ante cualquier cosa que pidan u ordenen los gobiernos gringos ha hecho que aquí los súbditos, recientemente enamorados del esperpento Trump, quieran reintroducir la fumigación aérea de los cultivos de coca. El presidente Duque, su ministro de Defensa, Botero, y su fiscal general, Néstor Humberto, acaban de presentarse ante la Corte para recitar las recetas dictadas por EE. UU. En puro lenguaje orwelliano (otra especie de glíglico, en este caso especializado en el eufemismo) solicitan “modular la sentencia”, lo cual no es otra cosa que tener permiso para fumigar cuando les dé la gana. El caso del ministro de Defensa es patético: dice que como hay organizaciones criminales en ciertas zonas, ellos no pueden entrar a intervenir con el Ejército. Por favor, si ahora no tienen que combatir con las Farc y se llevan una porción enorme del presupuesto nacional, lo menos que se les puede exigir es que entren y dominen cualquier parte del territorio. Y si se llega a Néstor Humberto, ya pasamos del glíglico a la ridiculez: que el glifosato es tan dañino como la longaniza. Dan ganas de rociarle sus morcillas con un buen aliño de ají con Roundup a ver cómo le cae.
Y mientras esto sucede por acá, en California está totalmente prohibido el glifosato, y en cambio cultivan marihuana a sus anchas, que ahora venden en cualquier esquina camuflada como cannabis medicinal. Mientras aquí se decidía exterminar con glifosato la marimba de la Sierra Nevada, en Estados Unidos se adueñaban del negocio. Y si la coca se pudiera cultivar en Arkansas, ya también allá estarían planeando una estrategia de cocaína medicinal y cultivos de coca biológicos, libres de glifosato.
Los presidentes solo pueden hablar con libertad cuando se vuelven expresidentes. Por eso Juan Manuel Santos dijo ante la misma Corte que la guerra contra las drogas era un fracaso demostrado en medio siglo de intentos. Mientras los gringos sigan llenándose las narices de cocaína, aquí habrá mafiosos que produzcan y les vendan su polvito blanco. Y esto no significa que uno apoye a los mafiosos: significa que esta guerra, tal como se ha peleado en los últimos decenios, es una guerra hipócrita y moralista, que le hace creer a los santurrones que se combate el vicio, cuando en realidad lo que produce es muerte y enfermedad. Cuando del cielo aspergan con glifósico las muliebres aborsican los fetóxicos.
Cuando uno se pone a leer sobre el glifosato, a veces le parece que está leyendo algo en glíglico. ¿Se acuerdan del capítulo 68 de Rayuela, en donde se supone que Julio Cortázar inventa el glíglico, un lenguaje erótico-privado para hablar a sus anchas de lo que nombrado con sus propias palabras parecería grosero? Una parte dice así: “Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio…”. Se dice que este juego literario podría ser hijo del “Jabberwocky” (traducido a veces como “Galimatazo”) creado por Lewis Carroll, un poema lleno de palabras inventadas, a veces deducibles por el contexto.
Pues bien, muchas veces las descripciones del glifosato parecen escritas en glíglico: “el shiquimato anión del ácido shiquímico es el precursor clave en la biosíntesis del triptófano que resulta de la ciclación de un heptónico”. El glifosato fue patentado por Monsanto como Roundup, y la misma Monsanto intervino para falsear estudios sobre la toxicidad de su herbicida estrella. La moñona de Monsanto fue producir semillas resistentes al glifosato, de manera que se pudiera fumigar soya, maíz, alfalfa, etc., con el Roundup, matando la maleza, pero sin matar la planta. Es de extrañar que los narcos (en alianza con Monsanto) no hayan patentado aún semillas de coca modificadas para ser resistentes al glifosato. Mejor no dar ideas.
La sumisión y la lambonería de ciertos gobiernos del Tercer Mundo que se arrodillan ante cualquier cosa que pidan u ordenen los gobiernos gringos ha hecho que aquí los súbditos, recientemente enamorados del esperpento Trump, quieran reintroducir la fumigación aérea de los cultivos de coca. El presidente Duque, su ministro de Defensa, Botero, y su fiscal general, Néstor Humberto, acaban de presentarse ante la Corte para recitar las recetas dictadas por EE. UU. En puro lenguaje orwelliano (otra especie de glíglico, en este caso especializado en el eufemismo) solicitan “modular la sentencia”, lo cual no es otra cosa que tener permiso para fumigar cuando les dé la gana. El caso del ministro de Defensa es patético: dice que como hay organizaciones criminales en ciertas zonas, ellos no pueden entrar a intervenir con el Ejército. Por favor, si ahora no tienen que combatir con las Farc y se llevan una porción enorme del presupuesto nacional, lo menos que se les puede exigir es que entren y dominen cualquier parte del territorio. Y si se llega a Néstor Humberto, ya pasamos del glíglico a la ridiculez: que el glifosato es tan dañino como la longaniza. Dan ganas de rociarle sus morcillas con un buen aliño de ají con Roundup a ver cómo le cae.
Y mientras esto sucede por acá, en California está totalmente prohibido el glifosato, y en cambio cultivan marihuana a sus anchas, que ahora venden en cualquier esquina camuflada como cannabis medicinal. Mientras aquí se decidía exterminar con glifosato la marimba de la Sierra Nevada, en Estados Unidos se adueñaban del negocio. Y si la coca se pudiera cultivar en Arkansas, ya también allá estarían planeando una estrategia de cocaína medicinal y cultivos de coca biológicos, libres de glifosato.
Los presidentes solo pueden hablar con libertad cuando se vuelven expresidentes. Por eso Juan Manuel Santos dijo ante la misma Corte que la guerra contra las drogas era un fracaso demostrado en medio siglo de intentos. Mientras los gringos sigan llenándose las narices de cocaína, aquí habrá mafiosos que produzcan y les vendan su polvito blanco. Y esto no significa que uno apoye a los mafiosos: significa que esta guerra, tal como se ha peleado en los últimos decenios, es una guerra hipócrita y moralista, que le hace creer a los santurrones que se combate el vicio, cuando en realidad lo que produce es muerte y enfermedad. Cuando del cielo aspergan con glifósico las muliebres aborsican los fetóxicos.