En la última década del siglo pasado Venezuela era la gran promesa de Suramérica. Yo iba mucho allá. Es posible que confunda esos viajes con mi juventud y por eso idealice aquel país, alegre y vital en mi memoria. En todo caso la Venezuela de finales del siglo pasado me parecía un país mucho más rico, más entusiasta y culto que Colombia. Cuando Chávez llegó al poder y cambió la Constitución en 1999, mis amigos de juventud venezolanos (casi todos escritores) estaban desconcertados. Ellos mismos habían ayudado a denunciar la corrupción de los regímenes anteriores y Chávez había sabido navegar sobre ese descontento. Por un lado, el ex militar les atraía; por otro, desconfiaban de él.
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En la última década del siglo pasado Venezuela era la gran promesa de Suramérica. Yo iba mucho allá. Es posible que confunda esos viajes con mi juventud y por eso idealice aquel país, alegre y vital en mi memoria. En todo caso la Venezuela de finales del siglo pasado me parecía un país mucho más rico, más entusiasta y culto que Colombia. Cuando Chávez llegó al poder y cambió la Constitución en 1999, mis amigos de juventud venezolanos (casi todos escritores) estaban desconcertados. Ellos mismos habían ayudado a denunciar la corrupción de los regímenes anteriores y Chávez había sabido navegar sobre ese descontento. Por un lado, el ex militar les atraía; por otro, desconfiaban de él.
La retórica del populismo socialista es atractiva, especialmente en sociedades desiguales, históricamente humilladas y resentidas como las nuestras. Su discurso igualitario y de promesas a los necesitados resuena con ecos del Sermón de la Montaña, con el que fuimos criados: “Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos; bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. El mismo Chávez, en sus discursos, tenía mucho de predicador evangélico, y también de funámbulo y humorista de pueblo. Los revolucionarios carecen casi siempre de sentido del humor, pero Chávez hacía reír, tenía el humor burletero y despectivo del llanero llano. A todos los no chavistas los apodó escuálidos.
Quienes gobernaron en Colombia y Venezuela en los primeros años del milenio tuvieron la suerte de un ciclo económico favorable para los exportadores de hidrocarburos. Uribe aquí y Chávez en Venezuela (abusando ambos de su poder) podían sacar pecho por unas cifras de crecimiento que a cada uno le parecían fruto de sus políticas económicas opuestas. Chávez derrochaba sus petrodólares y se permitía hacer regalos enormes, no solo en Cuba sino incluso en los barrios populares de Nueva York. Desmontar las virtudes de una gran empresa como PDVSA tomó años antes de que ese sistema productivo se desmoronara entre el saqueo corrupto y la incompetencia.
Mis colegas escritores de izquierda colombianos fueron grandes defensores del chavismo en todo aquel primer decenio del siglo. Mis colegas y amigos de Venezuela, en cambio, ya se habían dado perfecta cuenta de que aquello era el horror. Cerraron sus editoriales y periódicos o los arruinaron; los persiguieron y tuvieron que irse al exilio; los metieron presos y pasaron años en la cárcel; perdieron su casa, su familia, su trabajo, todo. La Venezuela de los últimos quince años es uno de los peores desastres económicos y sociales de la historia de América. Una sociedad corrupta, aniquilada, insegura, mucho más pobre y desigual que antes, contaminada hasta el tuétano de narcotráfico, despojo estatal, cinismo, desesperanza, con millones y millones de desterrados en el mundo entero. El paraíso prometido por Chávez y Maduro tan solo repartió miseria, robo, corrupción, hambre y exilio.
Si se hubieran permitido elecciones limpias, hace mucho tiempo el régimen venezolano habría sido derrocado. Como el chavismo ha cooptado todas las ramas del poder ejecutivo y judicial (el sistema electoral, las cortes), como ha encarcelado, desterrado, descabezado o inhabilitado a todos sus opositores, no ha permitido que haya oposición. Ahora, bajo presión de Estados Unidos y hasta de los regímenes de izquierda de la región, parece haber un amago de elecciones desiguales, pero vagamente libres. Hoy se verá si el régimen chavista puede ser o no reemplazado a través del voto. Sinceramente no creo que el chavismo entregue por las buenas el poder. Su sistema electoral está diseñado para la trampa. Mis amigos venezolanos, sin embargo, creen que el voto contra Maduro será tan masivo que no podrán ocultar la derrota. Espero que ellos tengan razón y que termine esta pesadilla que en un cuarto de siglo ha hundido a Venezuela en el despotismo y la miseria.